metros mas abajo. Habiamos crecido juntas y teniamos la intimidad de unas hermanas que se pelean por los lapices de colores y las munecas. En otras palabras, nos teniamos un odio considerable, Waverly Jong, una presumida a mi modo de ver, habia conseguido cierta fama como «la campeona china de ajedrez mas pequena de Chinatown».

– Trae a casa demasiados trofeos -se lamentaba aquel domingo tia Lindo-. Dia entero jugando ajedrez. No tengo tiempo para nada, siempre limpiando sus trofeos. -Miro cejijunta a Waverly, la cual fingio no verla-. Tu estas de suerte sin ese problema -le dijo a mi madre, suspirando.

Entonces mi madre cuadro los hombros y se jacto:

– Nuestro problema es peor que el tuyo. Si le pedimos a Jing-mei que lave los platos, no hace caso, no oye mas que la musica. Es como si no pudieras detener ese talento natural.

En aquel momento decidi poner punto final a su estupido orgullo.

Unas semanas despues, el abuelo Chong y mi madre conspiraron para que tocara en una exhibicion de ninos dotados que tendria lugar en el salon de la iglesia. Por entonces mis padres habian ahorrado el dinero suficiente para comprarme un piano de segunda mano, una espineta Wurlitzer negra con un banco lleno de magulladuras. Era el mueble principal de nuestra sala de estar.

En aquella exhibicion tenia que tocar «Nino que suplica», de las Escenas de la infancia de Schumann. Era una melodia sencilla y triste que parecia mas dificil de lo que era en realidad. Tenia que memorizarla toda y tocar las repeticiones dos veces, para aumentar la duracion de la pieza. Pero desperdicie el tiempo durante los ensayos: tocaba unos compases y en seguida hacia trampa, alzando la vista para ver que notas seguian. No escuchaba en serio lo que estaba tocando y me sumia en una ensonacion, imaginando que estaba en otro lugar y era otra persona.

La parte que mas me gustaba practicar era la extravagante reverencia: el pie adelantado, tocar la rosa de la alfombra con la punta del otro pie, inclinacion al lado, pierna izquierda doblada, alzar la vista y sonreir.

Mis padres invitaron a todas las parejas del Club de la Buena Estrella a presenciar mi debut. Tia Lindo y tia Tin estaban presentes. Waverly y sus dos hermanos mayores tambien acudieron. Las dos primeras filas estaban ocupadas por ninos menores y mayores que yo. Los mas pequenos actuaron primero. Recitaron sencillos poemas infantiles, graznaron melodias con violines diminutos, hicieron girar aros de Hula Hoop, las ninas con falditas rosas de ballet realizaron cabriolas y cada vez que saludaban con inclinaciones de cabeza o reverencias, el publico suspiraba al unisono y aplaudia con entusiasmo.

Cuando me toco el turno, estaba rebosante de confianza. Recuerdo mi excitacion infantil. Era como si supiera, sin sombra de duda, que mi faceta prodigiosa existia realmente. No sentia ningun temor ni nerviosismo. Recuerdo que me dije: «?Por fin! ?Por fin!». Mire al publico, vi el rostro inexpresivo de mi madre, el bostezo de mi padre, la sonrisa tensa de tia Lindo, el semblante enfurrunado de Waverly. Yo llevaba un vestido blanco con hileras de encaje y un lazo rosa en el pelo cortado a lo Peter Pan. Al tomar asiento imagine a la gente poniendose en pie y a Ed Sullivan apresurandose a presentarme a todo el mundo en la television.

Empece a tocar. Era una musica muy bella, y estaba tan embelesada por el aspecto encantador que tenias sentada al piano que al principio no me preocupe por el sonido. Por eso me lleve una sorpresa cuando toque la primera nota erronea y me di cuenta de que algo no sonaba del todo bien. Entonces falle otra vez, y otra mas… Un escalofrio se inicio en lo alto de mi cabeza y empezo a recorrerme el cuerpo. Sin embargo, no podia dejar de tocar, como si tuviera las manos embrujadas. Pensaba que mis dedos volverian a adaptarse por si solos, como un tren desviado que vuelve a la via correcta. Toque aquel extrano revoltijo a lo largo de dos repeticiones, y las asperas notas me acompanaron hasta el final.

Cuando me puse en pie, me temblaban las piernas. A lo mejor solo habia estado nerviosa y el publico, como el abuelo Chong, me habia visto efectuar los movimientos apropiados sin oir nada erroneo. Adelante el pie derecho, doble la rodilla, alce la vista y sonrei. La sala permanecia en silencio, con excepcion del abuelo Chong, quien sonreia radiante y gritaba: ?Bravo, bravo, muy bien!». Pero entonces vi el rostro de madre, su expresion compungida. El publico aplaudio debilmente, y cuando regresaba a mi asiento, con el rostro congestionado por el esfuerzo para no llorar, oi que un nino le susurraba a su madre: «Ha sido horrible», y la mujer replicaba: «Bueno, por lo menos lo ha intentado».

Entonces me fije en la cantidad de gente que habia en la sala. Parecia como si el mundo entero se hubiese reunido alli, y tenia la sensacion de que sus miradas se concentraban en mi espalda. Comprendi la verguenza que debian de experimentar mis padres, sentados alli rigidamente durante el resto de la sesion.

Podriamos habernos marchado durante el intermedio, pero el orgullo y un extrano sentido del honor debieron de fijar a mis padres a sus asientos. Asi pues, lo vimos todo: el chico de dieciocho anos con un bigote postizo que hacia un numero de magia y juegos malabares con aros llameantes montado en un monociclo, la muchacha pechugona con la cara embadurnada de maquillaje blanco que canto unos fragmentos de Madama Butterfly y obtuvo una mencion honorifica, y el muchacho de once anos que se llevo el primer premio interpretando al violin una intrincada melodia que parecia el vuelo de una abeja bulliciosa.

Despues del espectaculo, los Hsu, los Jong y los St. Clair, del Club de la Buena Estrella, se acercaron a mis padres.

– Cuantos chicos con talento -dijo vagamente tia Lindo, con una ancha sonrisa.

– Eso ha sido algo diferente -comento mi padre, y me pregunte si se referia a mi de una manera humoristica o si se acordaba siquiera de lo que habia hecho.

Waverly me miro y se encogio de hombros.

– No eres un genio como yo -me dijo con naturalidad, y de no haberme sentido tan mal, le habria tirado de las trenzas y golpeado el estomago.

Pero el semblante de mi madre fue lo que me desvasto, la expresion sosegada y vacia de quien lo ha perdido todo. Yo sentia lo mismo, y ahora parecia que todo el mundo se nos acercaba, como mirones en el escenario de un accidente, para ver las mutilaciones. Cuando subimos al autobus para volver a casa, mi padre tarareaba la melodia de la abeja bulliciosa y mi madre guardaba silencio. Pense que queria esperar a que estuvieramos en casa para gritarme, pero cuando mi padre abrio la puerta del piso, mi madre entro y se dirigio directamente al dormitorio, sin acusaciones, sin culparme, y, en cierto sentido, me senti decepcionada. Habia estado esperando que empezara a gritar, y asi yo podria replicarle tambien a gritos, llorar y echarle la culpa de mi desgracia.

Supuse que tras mi fracaso en el espectaculo de ninos con talento no me veria obligaba nunca mas a tocar el piano, pero dos dias despues, al salir de la escuela, mi madre salio de la cocina y me vio mirando la television.

– Son las cuatro -me recordo, como si no hubiera ocurrido nada.

Eso me dejo pasmada. ?Acaso queria que me sometiera otra vez a la tortura de aquel espectaculo? Me arrellane en butaca, dispuesta a seguir ante el televisor.

– Apaga la tele -me ordeno ella desde la cocina cinco minutos despues.

No me movi, y en aquel momento tome una decision. Ya no tenia que hacer lo que queria mi madre. No era su esclava, no estabamos en China. Antes le hice caso y el resultado fue desastroso. Ella era la estupida.

Salio de la cocina y se quedo en la entrada arqueada de la sala.

– Las cuatro -repitio, alzando la voz.

– No voy a tocar mas -le dije imperturbable-. ?Por que habria de hacerlo? No soy un genio.

Mi madre avanzo y se detuvo delante del televisor. Vi que la ira agitaba su pecho.

– ?No! -grite, sintiendome mas fuerte, como si mi verdadero ser hubiera emergido por fin. Entonces, eso era lo que guardaba en mi interior desde el principio-. ?No, no lo hare!

Ella me tiro del brazo bruscamente, obligandome a levantarme, y apago el televisor. Con una fuerza tremenda, me llevo medio a rastras al piano. Me resisti, patalee, di puntapies a las alfombras, pero ella me levanto en vilo y me sento en el duro banco. La mire enfurecida, sollozando. Su pecho se agitaba aun mas que antes, tenia la boca abierta y sonreia abiertamente, como si le complaciera verme llorar.

– ?Quieres que sea algo que no soy! -gemi-. ?Nunca sere la clase de hija que quieres que sea!

– Solo hay dos clases de hijas -grito ella en chino-. ?Las que son obedientes y las que hacen lo que les da la gana! Solo una clase de hija puede vivir en esta casa. ?Una hija obediente!

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