dia para ver de donde salian las voces.
– Esta ahi, al fondo -le dije.
Seguimos andando hacia el dormitorio trasero. La cama estaba sin hacer, los cajones de la comoda abiertos e inclinados, por lo que algunos calcetines y corbatas habian caido al suelo. Mi madre piso unos zapatos de marcha, mas juguetes de Shoshana, las zapatillas negras de Rich, mis panuelos, un rimero de camisas blancas colocado detras del aspirador.
Su expresion era de dolor y rechazo, y me recordaba la epoca lejana en que nos llevo a mis hermanos y a mi a un dispensario para que nos revacunaran contra la polio. Cuando la aguja penetro en el brazo de mi hermano y este grito, mi madre me miro angustiada y me aseguro: «Al siguiente no le hara dano».
Ahora, sin embargo, ?como podia ignorar mi madre que estabamos viviendo juntos, que lo nuestro iba en serio y no desapareceria aunque ella se empenara en silenciarlo? Tenia que decir algo.
Abri el armario y saque el chaqueton de vison que Rich me habia regalado para Navidad. Era el regalo mas extravagante que habia recibido en toda mi vida. Me lo puse.
– Es un regalo tonto -dije nerviosamente-. En San Francisco nunca hace bastante frio para llevar vison, pero parece que es una moda, lo que los hombres compran a sus esposas y novias estos dias.
Mi madre guardaba silencio. Estaba mirando el armario abierto, lleno de zapatos, corbatas, mis vestidos y los trajes de Rich. Toco el vison.
– Esto no es tan bueno -dijo por fin-. No son mas que tiras sobrantes y la piel es demasiado corta, sin pelos largos.
– ?Como puedes criticar un regalo! -proteste, profundamente herida-. Me lo ha regalado con todo su carino.
– Por eso me preocupa -replico.
Mire el chaqueton reflejado en el espejo y ya no pude seguir teniendo a raya la fuerza de voluntad de mi madre, su capacidad para hacerme ver negro lo que habia sido blanco y viceversa. La prenda parecia pobre, una mala imitacion del lujo verdadero.
– ?No vas a decir nada mas? -le pregunte con suavidad.
– ?Que deberia decir?
– Sobre el piso, sobre todo esto. -Hice un gesto abarcando las senales diseminadas de la presencia de Rich.
Ella miro a su alrededor, luego hacia el pasillo y, finalmente, dijo:
– Tienes una carrera, estas ocupada, quieres vivir con este desorden. ?Que puedo decir?
Mi madre sabe como tocar una fibra sensible, y el dolor que siento es peor que el de cualquier otra clase de afliccion, porque lo que ella hace me afecta siempre como una conmocion, exactamente como una sacudida electrica, que se instala permanentemente en mi memoria. Todavia recuerdo la primera vez que lo experimente.
Tenia entonces diez anos y, aunque pequena, sabia que mi habilidad en el juego de ajedrez era un don. No me costaba esfuerzo, era muy facil para mi. Podia ver sobre el tablero cosas que a otros les pasaban inadvertidas. Podia levantar barreras protectoras que eran invisibles para mis adversarios. Y este don me proporciono una confianza suprema. Sabia que harian mis adversarios, jugada tras jugada. Sabia en que preciso instante cambiaria su expresion cuando mi estrategia en apariencia sencilla e infantil se revelara como una trayectoria devastadora e irrevocable. Me encantaba ganar.
Y a mi madre le gustaba alardear de mi, mostrarme como uno de mis muchos trofeos que ella abrillantaba. Solia comentar mis jugadas como si ella hubiera ideado las estrategias.
– Le dije a mi hija que usara sus caballos para atropellar al enemigo -informo a un tendero-. De esta manera gano con mucha rapidez.
Y, por supuesto, habia dicho eso antes de la partida… eso y un centenar de otras cosas inutiles que no habian tenido nada que ver con mi triunfo.
Cuando nos visitaban amigos de la familia les confiaba:
– No hace falta ser muy listo para ganar en el ajedrez. Todo son trucos. Soplas desde el norte, el sur, el este y el oeste, y el contrario se confunde, no sabe hacia que lado correr.
Yo detestaba esa manera de arrogarse todo el merito, y un dia se lo dije asi, gritandole en la calle Stockton, en medio de la gente. Le dije que no sabia nada y que no deberia alardear, sino callarse. No recuerdo mis palabras exactas, pero en esencia era eso.
Aquella noche y el dia siguiente no me dirigio la palabra. Hablo duramente de mi a mi padre y mis hermanos, como si me hubiera vuelto invisible y hablara de un pescado podrido que habia tirado pero cuyo olor persistia.
Yo conocia esta estrategia, la manera solapada de provocar la ira de alguien y hacerle caer en una trampa, asi que hice caso omiso de ella, me negue a hablar y espere a que cediera.
Despues de que transcurrieran muchos dias en silencio me sente en mi cuarto, mirando las sesenta y cuatro casillas del tablero e intentando pensar en otro sistema. Entonces decidi dejar de jugar al ajedrez.
Por supuesto, no queria abandonarlo para siempre, sino solo por unos dias, como maximo, y expuse ostentosamente mi decision. En vez de practicar en mi habitacion cada noche, como hacia siempre, fui a la sala y me sente ante el televisor con mis hermanos, quienes se quedaron mirandome, molestos por la intrusion. Los use para reforzar mi plan, hice crujir los nudillos para fastidiarles.
– ?Mama! -gritaron-. Dile que pare, que se vaya.
Pero mi madre no dijo nada.
No me preocupe por eso, pero comprendi que debia hacer una jugada mas temeraria. Decidi sacrificar un torneo que iba a celebrarse al cabo de una semana. Me negaria a participar en el, y sin duda mi madre se veria obligada a dar explicaciones sobre mi conducta, porque los patrocinadores y las asociaciones de beneficencia empezarian a llamarla, a rilarle y suplicarle que me hiciera jugar de nuevo.
Se celebro el torneo sin mi, y mi madre no me pregunto entre lagrimas por que no jugaba al ajedrez. En cambio, llore en mi interior, porque supe que un chico al que derrote facilmente en otras dos ocasiones habia sido el triunfador.
Comprendi que mi madre sabia mas trucos de los que yo habia pensado, pero ahora estaba harta de su juego. Queria empezar a practicar para el proximo torneo, de modo que fingi que la dejaba ganar. Yo seria la primera en hablar.
– Estoy dispuesta a jugar de nuevo al ajedrez -le anuncie.
Habia imaginado que ella sonreiria y me preguntaria si queria comer algo especial, pero, en vez de hacer eso, fruncio el ceno y me miro con fijeza a los ojos, como si pudiera sacarme a la fuerza alguna verdad.
– ?Por que me dices eso? -me pregunto por fin en tono estridente-. Crees que es tan facil… Un dia abandonas, al otro juegas. Todo lo haces igual manera. Tan lista, tan desenvuelta, tan rapida.
– He dicho que jugare -gemi.
– ?No! -grito, con tal vehemencia que me sobresalte-. Ya no va a ser tan facil.
Yo temblaba, pasmada por lo que acababa de oir, sin saber que significaba. Entonces regrese a mi habitacion, me quede mirando el tablero de ajedrez, sus sesenta y cuatro casillas, tratando de encontrar la manera de resolver aquella situacion terrible, y tras pasar asi muchas horas, llegue a creer que en verdad habia convertido en blancas las casillas negras y viceversa, y que todo se arreglaria.
Y, por supuesto, volvi a salirme con la mia. Aquella noche me dio una fiebre alta y ella se sento al lado de mi cama y me regano por haber ido a la escuela sin ponerme el sueter. Por la manana seguia alli, y me alimento con gachas de arroz perfumado con caldo de polvo que ella misma habia colado. Dijo que me daba aquello porque tenia la varicela y un pollo sabria como vencer a otro [3]. Por la tarde se sento en una silla y me tejio un sueter de color rosa mientras me hablaba del que tia Suyuan habia tejido para su hija June, que era feisimo y de la peor lana. Me senti dichosa porque mi madre volvia a ser la de siempre.
En el siguiente torneo, aunque mi actuacion fue buena en conjunto, al final no obtuve suficientes puntos y