de sus hombros. Sus otras hijas. Y ahora me siento como si estuviera en Kweilin en medio del bombardeo y viera a esos bebes tendidos al borde de la carretera, gritando para que los recogieran. Alguien se los llevo. Estan a salvo. Y ahora mi madre me ha abandonado para siempre, ha vuelto a China en busca de esos bebes. Apenas puedo oir la voz de tia Ying.

– Las busco durante anos, escribio y recibio innumerables cartas -dice tia Ying-, y el ano pasado consiguio una direccion. Iba a decirselo pronto a tu padre. Aii-ya, que lastima. Toda una vida de espera.

Tia An-mei la interrumpe, excitada:

– Asi que tus tias y yo escribimos a esa direccion. Dijimos que cierta persona, tu madre, deseaba reunirse con otras personas. Y estas nos respondieron. Son tus hermanas, Jing-mei.

Mis hermanas, repito para mis adentros, pronunciando esas dos palabras juntas por primera vez.

Tia An-mei me tiende una hoja de papel tan fina como el papel de seda para envolver. Veo los ideogramas chinos trazados en perfectas hileras verticales con tinta azul. Hay una palabra borrosa. ?Una lagrima? Cojo la carta con manos temblorosas, maravillada de lo inteligentes que deben de ser mis hermanas, capaces de leer y escribir en chino.

Todas las tias me sonrien, como si yo hubiera sido una, moribunda que se ha recuperado por milagro. Tia Ying me tiende otro sobre. Contiene un cheque a nombre de June Woo por 1.200 dolares. No puedo creerlo.

– ?Mis hermanas me envian dinero? -pregunto-. ?A mi?

– No, no -dice tia Lin, con fingida exasperacion-. Todos los anos ahorramos nuestras ganancias en el mah jong para un gran banquete en un restaurante de lujo. Casi siempre ganaba tu madre, por lo que la mayor parte del dinero le pertenece. Hemos anadido un poco, para que puedas ir a Hong Kong, tomar un tren hasta Shanghai y ver a tus hermanas. Ademas, todas nos estamos volviendo demasiado ricas, demasiado gordas. -Se da unas palmadas en el estomago para demostrar su afirmacion.

– Ver a mis hermanas -digo aturdida. Esta perspectiva, el intento de imaginar lo que veria, me admira y produce un cierto temor. Me siento azorada por la mentira sobre el banquete de fin de ano que me han contado mis tias para enmascarar su generosidad. Ahora me echo a llorar, sollozo y rio al mismo tiempo, percibiendo, aunque sin comprenderla, esta lealtad hacia mi madre.

– Tienes que ver a tus hermanas y hablarles de la muerte de tu madre -dice tia Ying-, pero, lo que es mas importante, tienes que hablarles de su vida. Ahora deben conocer a la madre que no conocieron.

– Ver a mis hermanas, hablarles de mi madre -digo, asintiendo-. ?Que les dire? ?Que puedo decirles de mi madre? No se nada. Era mi madre.

Las tias me miran como si acabara de enloquecer ante sus ojos.

– ?Que no conoces a tu propia madre? -grita tia An-mei, incredula-. ?Como puedes decir semejante cosa? ?Llevas a tu madre en la sangre!

– Cuentales cosas de tu familia aqui, del exito que tuvo -sugiere tia Lin.

– Cuentales las cosas que ella te contaba, las lecciones que te daba, las ideas que tenia y que tu has hecho tuyas -dice tia Ying-. Tu madre era una senora muy lista.

Oigo un coro que repite «diles», «diles», mientras cada tia empena freneticamente en pensar lo que deberia transmitir.

– Su amabilidad.

– Su inteligencia.

– Su abnegacion natural hacia su familia.

– Sus esperanzas, las cosas que le importaban.

– Los excelentes platos que cocinaba.

– ?Imagina, una hija que no conoce a su propia madre!

Entonces me doy cuenta de que estan asustadas. Ven en mi a sus propias hijas, igualmente ignorantes, igualmente olvidadizas de las verdades y esperanzas que sus madres trajeron a America del Norte. Ven hijas que se impacientan cuando sus madres hablan en chino, que las consideran estupidas cuando explican las cosas en un ingles chapurreado. Ven que la alegria y la buena estrella no significan lo mismo para sus hijas, que el concepto de «buena estrella» no existe para sus mentes americanizadas por completo. Ven hijas que les daran nietos nacidos sin ninguna esperanza de continuidad transmitida de una generacion a otra.

– Se lo dire todo -me limito a decir, y las tias me miran con expresiones dubitativas-. Recordare todo sobre mi madre y se lo dire -anado con mas firmeza. Y gradualmente, una tras otra, sonrien y me dan palmadas en la mano. Aun parecen inquietas, como si no las tuvieran todas consigo, pero tambien abrigan la esperanza de que mis palabras sean ciertas. ?Que mas pueden pedir? ?Que mas puedo prometerles?

Vuelven a comer sus cacahuetes blandos, hervidos, mientras hablan de ellas mismas. Vuelven a ser jovenes, suenan con los buenos tiempos pasados y en los que estan por llegar. Un hermano de Ningpo, que hace llorar a su hermana de alegria cuando le devuelve nueve mil dolares mas los intereses. Un hijo menor cuyo negocio de reparacion de estereos y televisores le va tan bien que envia sobras a China. Una hija cuyos pequenos son capaces de nadar como peces en una lujosa piscina de Woodside. Que buenas anecdotas cuentan. Las mejores. Ellas son las afortunadas.

Y yo sigo sentada en el lugar de mi madre ante la mesa de mah jong, en el lado de Oriente, donde todo da comienzo.

AN-MEI HSU

La cicatriz

Cuando era una nina y vivia en China, mi abuela me conto que mi madre era un fantasma. Esto no significaba que mi madre hubiera muerto. En aquellos tiempos, un fantasma era cualquier cosa de la que se nos prohibia hablar. Supe, pues, que Popo queria que me olvidara expresamente de mi madre, y asi es como llegue a no tener ningun recuerdo de ella. La vida que conocia se iniciaba en la gran casa de Ningpo, con sus frios corredores y sus altas escaleras. Era la casa familiar de mis tios, donde vivia con Popo y mi hermanito.

Pero a menudo oia relatos sobre un fantasma que intentaba llevarse a los ninos, sobre todo a las chiquillas testarudas que eran desobedientes. Muchas veces Popo dijo a quien quisiera oirla que mi hermano y yo habiamos salido de las entranas de una gansa estupida, de dos huevos que nadie quiso y que ni siquiera eran bastante buenos para romperlos sobre unas gachas de arroz. Dijo tal cosa para que los fantasmas no nos arrebataran. Como ves, tambien para Popo eramos muy preciosos.

Siempre tuve miedo de Popo, y me asusto todavia mas cuando cayo enferma. Sucedio en 1923, cuando yo tenia nueve anos. Popo se habia hinchado como una calabaza demasiado madura, tan llena que su carne se habia ablandado y podrido y emitia mal olor. Me llamaba a su habitacion, impregnada de aquel hedor terrible, y me contaba historias.

– An-mei -me decia, llamandome por el nombre que me daban en la escuela-. Escucha con mucha atencion. -Y me contaba historias que yo no comprendia.

Una de ellas trataba de una muchacha codiciosa cuyo vientre se hinchaba mas y mas, y que se enveneno tras negarse a decir de quien era el nino que llevaba en su seno. Cuando los monjes le abrieron el cuerpo, dentro encontraron un gran melon blanco,

– Si eres codiciosa -me decia Popo-, lo que esta en tu interior es lo que siempre te hace sentir hambrienta, insaciable, vacia.

En otra ocasion, Popo me hablo de una muchacha que no queria escuchar a sus mayores. Un dia esta criatura mala agito la cabeza con tal vigor, al rechazar una sencilla peticion de su tia, que una bolita blanca, casi insignificante le cayo de un oido y por alli le salieron los sesos, claros como caldo de pollo.

– Tus propios pensamientos estan tan atareados nadando ahi dentro que echan afuera todo lo demas -me conto Popo.

Poco antes de ponerse tan enferma que ya no podia hablar, Popo me atrajo hacia ella y me hablo de mi madre.

– Nunca pronuncies su nombre -me advirtio-. Decir su nombre es escupir en la tumba de tu padre.

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