lugar.

Ha recuperado por completo la vision del ojo lesionado. El cuero cabelludo se le va curando, ya no tiene que utilizar los vendajes aceitados. Solo su oreja requiere atenciones diarias. Asi pues, es verdad que el tiempo lo cura todo. Es de suponer que Lucy tambien esta curandose, o, si no curandose, al menos olvidando, recubriendo con el tejido de las cicatrices el recuerdo de aquel dia, envolviendolo, sellandolo, cerrandolo. Un buen dia tal vez sea capaz de hablar de «el dia en que nos robaron» y recordarlo unicamente como el dia en que les robaron.

Trata de pasar el dia al aire libre, dejando a Lucy entera libertad para que respire en la casa. Trabaja en el huerto; cuando se cansa, va a sentarse junto a la presa y observa las idas y venidas de la familia de patos mientras medita sobre el proyecto Byron.

El proyecto no avanza. Todo lo que logra precisar son fragmentos sueltos. La primera palabra del primer acto se le resiste todavia; las primeras notas siguen siendo tan esquivas como las hilachas de humo. Algunas veces teme que los personajes de la historia, que durante mas de un ano han sido sus fantasmales acompanantes, comiencen a apagarse poco a poco. Incluso la mas atractiva, Margarita Cogni, cuya apasionada voz de contralto ataca como una bala de canon a esa furcia y companera de Byron, a esa Teresa Guiccioli que el tantas ganas tiene de oir, se le escabulle y se aleja. La perdida de todos ellos lo llena de desesperacion, una desesperacion tan gris, tan uniforme, tan carente de importancia en un planteamiento mas amplio como un simple dolor de cabeza.

Acude a la clinica de Bienestar de los Animales tan a menudo como puede y se ofrece para todos los trabajos que no requieran especial destreza: dar de comer a los animales, limpiar, fregar el suelo.

Los animales a los que atiende en la clinica son sobre todo perros, y menos a menudo gatos: para el ganado, parece que D Village tienen sus propias tradiciones veterinarias, su propia farmacopea, sus propios curanderos. Los perros que llevan a la clinica padecen las afecciones habituales: moquillo, una pata rota, un mordisco infectado, sarna, falta de cuidados por parte de sus duenos, sean benignos o malignos, vejez, desnutricion, parasitos intestinales… pero casi todos sufren mas que nada su propia fertilidad. Lisa y llanamente, son demasiado numerosos. Cuando la gente les lleva un perro, nadie dice directamente: «Le he traido este perro para que me lo mate», pero eso es exactamente lo que se espera de ellos: que dispongan del animal, que lo hagan desaparecer, que lo despachen al olvido. Lo que en efecto se pide es Losung (el aleman siempre a mano con sus apropiadas y nitidas abstracciones): la sublimacion, como se sublima el alcohol del agua sin dejar residuo, sin dejar regusto alguno.

Asi, los sabados por la tarde la puerta de la clinica permanece cerrada a cal y canto mientras ayuda a Bev Shaw a losen los canes sobrantes de la semana. De uno en uno los saca el de la jaula que hay al fondo del patio y los conduce o bien los lleva en brazos al quirofano. Durante los que han de ser sus ultimos minutos, a cada uno le dedica Bev toda su atencion, acariciandolo, hablandole, suavizando su transito. Si, tal como sucede con bastante frecuencia, el perro no se deja engatusar, es debido a su presencia: de el emana un olor erroneo (Saben que esta pensando cada uno, lo huelen), el olor de la verguenza. No obstante, es el quien sujeta al perro para que se este quieto, mientras la aguja encuentra la vena y el farmaco alcanza el corazon y las patas ceden y los ojos se cierran.

Habia pensado que terminaria por acostumbrarse, pero no es eso lo que sucede. A cuantas mas matanzas asiste, mayor es su tembleque. Un domingo por la noche, al volver a casa en la furgoneta de Lucy, de hecho tiene que parar en la cuneta y esperar un rato hasta que se encuentra mejor. Le banan las mejillas lagrimas que no puede detener; le tiemblan las manos.

No entiende que es lo que le esta pasando. Hasta ahora ha sido mas o menos indiferente a los animales. Aunque en terminos abstractos condena la crueldad de que son objeto, no podria precisar si por su propia naturaleza es amable o es cruel. Simplemente, no es nada. Da por sentado que aquellas personas a las que se exige la crueldad en cumplimiento del deber, personas que trabajan por ejemplo en un matadero, desarrollan un caparazon alrededor del alma. El habito endurece: asi debe de ser en la mayoria de los casos, pero no parece ser asi en el suyo. No parece poseer el don de la dureza.

Todo su ser resulta zarandeado por lo que acontece en el quirofano. Esta convencido de que los perros saben que les ha llegado la hora. A pesar del silencio y del procedimiento indoloro, a pesar de los buenos pensamientos en que se ocupa Bev Shaw y el trata de ocuparse, a pesar de las bolsas hermeticas en las que cierran los cadaveres recien fabricados, los perros huelen desde el patio lo que sucede en el interior. Agachan las orejas y bajan el rabo como si tambien ellos sintieran la desgracia de la muerte; se aferran al suelo y han de ser arrastrados o empujados o llevados en brazos hasta traspasar el umbral. Sobre la mesa de operaciones algunos tiran enloquecidos mordiscos a derecha e izquierda, algunos gimotean de pena; ninguno mira directamente la aguja que empuna Bev, pues de algun modo saben que va a causarles un perjuicio terrible.

Los peores son los que lo olfatean y tratan de lamerle la mano. Nunca le han gustado esos lametones, y su primer impulso es el de alejarse. ?Por que fingir que es un camarada, cuando en realidad es un asesino? Sin embargo, se ablanda. Un animal sobre el cual pende la sombra de la muerte, ?por que iba a sentir que se aparta como si su tacto fuese una aberracion? Por eso les deja lamer su mano si quieren, tal como Bev Shaw los acaricia y los besa cuando se lo permiten.

Espera no pecar de sensiblero. Procura no mostrar sentimientos a los animales que mata, ni mostrar sentimientos a Bev Shaw. Evita decirle: «No se como puedes hacerlo», para no tener que oirle responder: «Alguien tiene que hacerlo». No descarta la posibilidad de que en lo mas profundo Bev Shaw tal vez no sea un angel liberador, sino un demonio, y que tras sus muestras de compasion puede ocultarse un corazon tan correoso como el de un matarife. Trata de mantenerse con la mente bien abierta.

Como es Bev Shaw quien empuna la aguja y la clava, es el quien se ocupa de disponer de los restos. A la manana siguiente a cada sesion de matanza, viaja con la furgoneta cargada al recinto del Hospital de los Colonos, a la incineradora, y alli entrega a las llamas los cuerpos envueltos en sus negras bolsas.

Seria mucho mas sencillo transportar las bolsas a la incineradora inmediatamente despues de la sesion y dejarlas alli depositadas, para que el personal se ocupara de ellas. Eso, sin embargo, significaria dejar a los perros en un contenedor junto con el resto de los despojos del fin de semana: los residuos de las habitaciones y los quirofanos del hospital, la carrona recogida en las carreteras, los restos malolientes de la curtiduria, una mezcla de rebanaduras y detritos a la vez azarosa y terrible. No esta dispuesto a causarles semejante deshonra.

Por eso, los domingos por la noche se lleva en la trasera de la furgoneta de Lucy a los perros metidos en las bolsas bien cerradas; se los lleva a la granja, los deja aparcados durante la noche y el lunes por la manana los transporta al recinto del hospital. Alli es el mismo quien los descarga de uno en uno con ayuda de un carrito, y es el quien acciona el mecanismo que iza el carrito y lo hace atravesar el porton de acero, la palanca que lo vuelca sobre las llamas y de nuevo lo retira, mientras los empleados cuyo trabajo consiste precisamente en eso se quedan mirandolo.

En su primer lunes dejo que ellos se ocuparan de la incineracion. Por el rigor mortis, los cuerpos estaban tiesos a la manana siguiente. Las patas se enredaron en las barras del carrito, y cuando este regreso de su corto viaje al horno el perro a menudo tambien volvia, renegrido y sonriente, con un intenso hedor a pelo quemado, la bolsa de plastico quemada del todo. Al cabo de un rato los empleados comenzaron a golpear las bolsas con sus palas antes de cargarlas en el carrito, para romper los miembros rigidos. Fue entonces cuando intervino y asumio el la operacion.

La incineradora quema carbon de antracita por medio de un ventilador electrico que succiona los humos; calcula que data de los anos cincuenta, de cuando fue construido el propio hospital. Esta en funcionamiento seis dias por semana, de lunes a sabado. Al septimo descansa. Cuando llega el personal cada manana, lo primero que hacen es rastrillar las cenizas del dia anterior, y luego cargan el combustible. A las nueve de la manana, la temperatura es de mil grados centigrados en la camara interna, temperatura suficiente para calcinar los huesos. El fuego sigue alimentandose hasta media manana; hace falta que pase toda la tarde para que se enfrie.

Desconoce los nombres de los operarios, y ellos no saben el suyo. Para ellos no es mas que el hombre que empezo a llegar los lunes cargado con las bolsas de Bienestar de los Animales, y que desde entonces llega cada dia mas temprano. Se presenta alli, hace su trabajo, se marcha; no forma parte de la sociedad cuyo cogollo esta en la incineradora, a pesar de la valla metalica y el porton cerrado a cal y canto y el aviso en tres lenguas.

Y es que la valla ha sido cortada hace mucho tiempo; del porton y del aviso nadie hace caso. Cuando llegan los operarios por la manana con las primeras bolsas de residuos del hospital, ya abundan las mujeres y los ninos

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