disgusto. De modo que al final Bev Shaw se sienta contenta consigo misma. Todo lo que se habia propuesto ella lo ha logrado. El, David Lurie, ha sido socorrido tal como es socorrido un hombre por una mujer; su amiga Lucy Lurie ha recibido ayuda con una visita dificil de tratar.
Que no me olvide de este dia, se dice el tumbado junto a ella cuando ya estan agotados. Despues de las dulces y jovenes carnes de Melanie Isaacs, a esto he terminado por llegar. A esto tendre que empezar a acostumbrarme, a esto y a mucho menos que esto.
– Se hace tarde -dice Bev Shaw-. Tengo que irme.
El aparta la manta a un lado y se pone en pie sin hacer ningun esfuerzo por ocultarse. Que su mirada abarque su racion de Romeo, piensa el, que se detenga en sus hombros algo caidos y en sus flacas piernas. Desde luego que se hace tarde. Pende en el horizonte un postrer resplandor carmesi; la luna luce en lo alto; el humo se ha posado en el aire; del otro lado de una franja de tierra yerma, de las primeras hileras de chabolas, llega un ronroneo de voces. Ante la puerta, Bev se aprieta por ultima vez contra el, apoya la cabeza sobre su pecho. El la deja hacer, tal como le ha dejado hacer todo lo que ella ha tenido necesidad de hacer. Sus pensamientos vuelan hacia Emma Bovary en el momento en que se planta ante el espejo despues de su primera tarde triunfal.
18
Petrus ha conseguido que alguien le preste un tractor, aunque el no tiene ni idea de donde lo ha sacado, y le ha adaptado un viejo arado rotatorio que estaba oxidandose detras del establo desde mucho antes de que llegara Lucy a la granja. En pocas horas ha roturado todas sus tierras. Todo muy agil y muy profesional; todo muy impropio de Africa. En los viejos tiempos -es decir, hace diez anos- habria tardado varios dias y solo habria contado con la ayuda de un buey y un arado.
Frente a este nuevo Petrus, ?que posibilidades tiene Lucy? Petrus llego en calidad de aparcero, transportista, aguador. Ahora esta demasiado ajetreado con sus cosas para hacerse cargo esas. ?Donde va a encontrar Lucy a alguien que le cave las zanjas, le lleve las cosas de aca para alla, se encargue del agua de riego? De ser esta una partida de ajedrez, el diria que Lucy ha perdido sus opciones en todos los frentes. Si tuviera algo de sentido comun, renunciaria a todo: se acercaria al Banco de Credito Agricola, idearia un trato con ellos, consignaria la granja a nombre de Petrus, volveria a la civilizacion. Podria abrir una perrera o una simple guarderia para perros en los suburbios; podria incluso ampliar el negocio a los gatos. Tambien podria volver a lo que hacia con sus amigos en sus tiempos de hippy: labores de costura y tejido al estilo etnico, alfareria al estilo etnico, cesteria al estilo etnico, venta de abalorios a los turistas.
Derrotada. No es dificil imaginar a Lucy dentro de diez anos: una mujer gruesa, con surcos de tristeza en la cara, vestida con ropas muy pasadas de moda, hablando con sus animales, comiendo sola. Un asco de vida, pero mejor de todas formas que pasar sus dias temerosa de sufrir una nueva agresion, cuando los perros ya no basten para protegerla y ya nadie coja el telefono.
Se aproxima a Petrus, que esta en el lugar que ha escogido para construir su nueva residencia. Esta en una loma poco elevada, desde la que se domina la granja. El topografo ya le ha hecho una visita, las estacas ya estan clavadas en los sitios correspondientes.
– ?No te iras a encargar tu mismo de la construccion? -le pregunta.
Petrus se rie.
– No, ese es un trabajo para especialistas -responde-. Para la albanileria, los alicatados y todo lo demas, hay que ser un especialista. No, yo solo cavare las zanjas de los cimientos. Eso si puedo hacerlo; para eso no hay que ser especialista, es un trabajo normal para un chico. Para cavar, basta con ser un chico.
Petrus pronuncia la palabra como si de veras le hiciera gracia. En otro tiempo si fue un chico, ahora ya no. Ahora puede jugar a ser un chico, tal como Maria Antonieta pudo jugar a ser una sencilla lechera.
Va directo al grano.
– Si Lucy y yo nos volviesemos a Ciudad del Cabo, ?tu estarias dispuesto a mantener en marcha la parte de la granja que le corresponde? Podriamos pagarte un salario, o podrias hacerlo con un porcentaje por determinar, un porcentaje sobre beneficios, claro.
– He de mantener en marcha la granja de Lucy -dice Petrus-. He de ser el capataz de la granja. -Pronuncia esas palabras como si no las hubiera oido nunca, como si acabaran de brotar delante de sus narices, tal como brota un conejo de una chistera.
– Pues si, digamos que serias el capataz de la granja si es eso lo que quieres.
– Y algun dia volveria Lucy.
– Estoy seguro de que volveria. Tiene muchisimo apego a esta granja. No tiene ninguna intencion de abandonar, pero de un tiempo a esta parte lo ha pasado bastante mal. Necesita un respiro, unas vacaciones.
– Junto al mar -dice Petrus, y sonrie mostrandole los dientes amarillos de tanto fumar.
– Si, junto al mar, si es lo que quiere. -Lo irrita esa costumbre que tiene Petrus de dejar las palabras suspendidas en el aire. Hubo un tiempo en que penso que tal vez podria hacerse amigo de Petrus. Ahora lo detesta. Hablar con Petrus es como liarse a punetazos con un saco lleno de arena-. No creo que ninguno de los dos tengamos ningun derecho. a tratar de influir en Lucy si ella decide tomarse un descanso -dice-. Ni tu, ni yo.
– ?Cuanto tiempo he de ser el capataz de la granja?
– Todavia no lo se, Petrus. Ni siquiera lo he comentado con Lucy, solo he comenzado a explorar esa posibilidad, a sondearte, por ver si estarias de acuerdo.
– Y he de hacerlo todo: he de dar de comer a los perros, he de plantar las verduras, he de ir al mercado…
– Petrus, no hace ninguna falta que confecciones una lista. Ni siquiera habra perros. Si te lo pregunto es solo asi, en terminos generales: ?estarias dispuesto a cuidar de la granja?
– ?Y como ire al mercado si no tengo la furgoneta?
– Eso no es mas que un detalle. Ya discutiremos los detalles mas adelante. Ahora solo querria una respuesta en general, si o no.
Petrus menea la cabeza.
– Es demasiado, es demasiado -dice.
Inesperadamente hay una llamada de la policia, de un tal sargento detective Esterhuyse, de Port Elizabeth. Han recuperado su vehiculo. Esta en el deposito de la comisaria de New Brighton, por donde puede pasar a identificarlo y a reclamarlo. Han detenido a dos hombres.
– Eso es estupendo -dice-. Ya casi habia renunciado a toda esperanza.
– No, senor; el expediente sigue abierto durante dos anos.
– ?En que condiciones se encuentra el coche? ?Puede circular?
– Si, puede circular.
En un estado de regocijo casi desconocido para el, viaja con Lucy a Port Elizabeth y luego a New Brighton, en donde siguen las indicaciones de Van Deventer Street hasta llegar a una comisaria de policia que es un edificio de una sola planta, como un fortin, rodeado por una valla de dos metros de altura coronada de alambre de espino. Hay senales que prohiben aparcar delante de la comisaria. Estacionan mas abajo en la calle.
– Te espero en el coche -dice Lucy. -?Seguro?
– Si, no me gusta este sitio. Prefiero esperar.
Se persona en el departamento de denuncias, y de alli lo acompanan por un dedalo de pasillos hasta la Unidad de Vehiculos Robados. El sargento detective Esterhuyse, un hombre bajito, rubio y gordo, revisa sus archivos y luego lo conduce a un aparcamiento en el que descansan veintenas de vehiculos pegados unos a otros, sin dejar apenas una rendija entre ellos. Comienzan a recorrer las hileras.
– ?Donde lo han encontrado? -pregunta a Esterhuyse.
– Aqui mismo, en New Brighton. Ha tenido usted suerte. Lo corriente con los Corolla mas antiguos es que los