mirada juvenil, pero el cabello ralo y algo anaranjado, la calva pecosa y con manchas en la piel, asi como su modo de conducirse, le hacen pensar en alguien agostado por los anos y las desgracias.
– Me llamo Ivanov, Piotr Alexandrovich dice el hombre a la vez que amaga un taconazo, haciendo una desmanada reverencia- Funcionario, jubilado.
Hace un gesto hacia la cama.
– Acomodese -le dice.
– Seguramente se estara preguntando- dice el hombre a la vez que prueba el lecho- como es posible que una persona de mi posicion termine por ser vigilante. Asi es como lo llamamos en mi medio vigilar. -Se tiende en la cama y se estira.
Tiene el incomodo presentimiento de haberse enredado con uno de esos mendigos que, incapaces de hacer juegos malabares o de tocar el violin, se sienten en la obligacion de corresponder a las limosnas relatando la historia de su vida.
– Por favor, no levante la voz dice-. Y quitese los zapatos.
– Usted es el hombre cuyo hijo fue asesinado, ?verdad? Mi mas profunda condolencia. Algo se de lo que siente. Ojo, no todo, pero si una parte. Yo he perdido dos hijos. Me fueron arrancados de los brazos, ?sabe? Fiebre meningea, asi lo llaman los medicos. Mi esposa nunca se ha recuperado de un golpe tan terrible. Y es que podrian haberse salvado los dos, con que solo hubiesemos tenido dinero para pagar a un buen medico. Una tragedia, desde luego, aunque ?a quien le importa? Hoy en dia hay tragedias por todas partes. La tragedia se ha convertido en moneda corriente. Se incorpora. Si siguieras mi consejo, Fiodor Mijailovich, y confio en que no te importe que apeemos el tratamiento, si quieres saber cual es el consejo de uno que ha pasado, por asi decir, por la piedra de amolar, cede a tu pena, no la resistas, llora como una mujer. Ese es el gran secreto de las mujeres, eso es lo que les da ventaja sobre los hombres como nosotros. Saben cuando ceder, cuando echarse a llorar. Nosotros, tu y yo, no lo sabemos. Aguantamos, embotellamos la pena dentro de nosotros, la encerramos a cal y canto, hasta que se convierte en el mismisimo demonio. Y entonces nos da por cometer alguna estupidez, solo con tal de librarnos de la pena, aunque no sea mas que un par de horas. Si, cometemos alguna estupidez que luego habremos de lamentar durante toda la vida. Las mujeres no son asi, porque conocen el secreto de las lagrimas. Tenemos que aprender del sexo debil. Fiodor Mijailovich; tenemos que aprender a llorar. Fijate: a mi no me averguenza llorar. El mes que viene se cumpliran tres anos desde que sobrevino la tragedia ?Y no me averguenza llorar!
Es cierto que las lagrimas le ruedan por las mejillas. Se las frota con el puno, pero le siguen rodando. Mientras habla, parece que no tenga ninguna dificultad para llorar. A decir verdad, parece incluso bastante animado.
– A veces pienso que llorare por mis ninos durante el resto de mis dias -anade.
Mientras Ivanov habla de sus «ninos», el se distrae ?Sera que la gente le cuenta sus historias simplemente por ser escritor? ?Es que se piensan que el no tiene sus propias historias que contar? Esta fatigado; no se ha mitigado del todo el dolor de cabeza. Sentado en la unica silla, mientras empiezan a piar los pajaros ahi fuera, esta desesperado por dormir, o desesperado, a decir verdad, por la cama que ha cedido al otro.
– Ya hablaremos mas tarde -le interrumpe con cautela-. Ahora, duerme. Si no, ?que sentido tiene…?
– ?Esta obra de caridad? -concluye Ivanov taimadamente-. ?Es eso lo que ibas a decir?
El no contesta.
– Permiteme tranquilizarte, porque no tienes que avergonzarte de la caridad continua con un punto de dulzura. Desde luego que no. Es igual que la pena, y de la pena no tienes por que avergonzarte. Tanto una como otra son impulsos generosos. Parece como si nos rebajasen estos impulsos generosos que a veces tenemos, pero la verdad es que nos exaltan. Y El los ve, El anota cada uno de estos impulsos nuestros, pues no en vano ve hasta lo mas recondito de nuestros corazones.
Con improbo esfuerzo logra entreabrir los parpados. Ivanov esta sentado en la cama, con las piernas cruzadas como si fuese un idolo. Que charlatan, piensa. Cierra los ojos. Cuando despierta, Ivanov sigue ahi mismo, estirado sobre la cama, con las manos unidas bajo una mejilla, durmiendo a pierna suelta. Tiene la boca abierta; entre los labios, pequenos y rosados como los de un nino, le sale un delicado ronquido.
Hasta muy avanzada la manana permanece con Ivanov. Ivanov, el comienzo de lo inesperado, piensa ?veamos, pues, adonde nos lleva lo inesperado! Hasta ahora, nunca habia transcurrido el tiempo tan lentamente. Nunca habia estado el aire tan desprovisto de revelaciones. Por fin, hastiado, despierta al hombre.
– Hora de irte, tu turno ha terminado dice.
Ivanov parece ajeno a la ironia. Esta despejado, animado; ha descansado bien.
– ?Uh! -bosteza-. ?Antes debo ir al lavabo! Y luego, al volver-: No tendras nada que compartir para desayunar, ?verdad?
Conduce a Ivanov a la vivienda. Su desayuno esta preparado y la mesa puesta, pero el no tiene apetito. A Ivanov le brillan los ojillos, una gota de saliva le baja por el menton. Pero come con decoro, y sorbe la taza de te con el menique extendido y ganchudo. Cuando termina, se arrellana y suspira contento.
– ?Cuanto me alegro de que nuestros caminos se hayan cruzado! comenta. El mundo puede que sea frio y desabrido, Fiodor Mijailovich, como seguramente sabes por experiencia propia. No me estoy quejando, cuidado. Cada cual tiene lo que se merece, en el sentido mas elevado de la palabra. No obstante, a veces me pregunto si no mereceremos tambien, todos y cada uno, un refugio donde podamos beneficiarnos de la piedad. Lo planteo como simple pregunta, como interrogacion filosofica. Aun cuando no figure en las Escrituras, ?no es propio del espiritu de las Escrituras? ?No nos merecemos lo que no nos merecemos? Dime, ?que te parece?
– Sin duda, pero esta vivienda por desgracia no me pertenece. Ya es hora de que te marches.
– Solo tardo un momento; permiteme una ultima observacion. No fue hablar por no callar, y tu lo sabes bien, lo que te dije anoche, aquello de que Dios ve hasta lo mas recondito de nuestros corazones. Puede que no sea yo un santurron como Dios manda, pero eso no me impide decir la verdad. La verdad puede llegarnos, bien lo sabes, por caminos tortuosos y llenos de misterios. Se golpea con dos dedos en la frente, con un gesto intencionado. Nunca llegaste a sonar, ?a que no?, la primera vez que me viste, que un buen dia ibamos a estar juntos los dos, tomando un te como dos personas civilizadas. Sin embargo, ?aqui estamos!
– Lo lamento, pero no te sigo; tengo la cabeza en otras cosas. Ahora de veras tienes que irte.
– Si, tengo que irme. Yo tambien tengo obligaciones que cumplir. -Se levanta, se echa la manta sobre los hombros como si fuera un capote, le tiende una mano. Adios. Ha sido todo un placer conversar con un hombre tan culto.
– Adios.
Le alivia librarse de el, pero persiste en su cuarto un olor viciado, nauseabundo. A pesar del frio, tiene que abrir la ventana.
Media hora mas tarde alguien llama a la puerta de la vivienda. ?No sera ese hombre otra vez!, piensa, y abre la puerta con una mueca de hostilidad.
Ante el se encuentra una nina, una muchacha bastante gorda, con un vestido oscuro, como el que llevan las novicias. Tiene la cara redonda e inexpresiva, y los pomulos tan saltones que los ojos se le quedan casi escondidos en las cuencas. Lleva el pelo recogido hacia atras, muy tirante, en una coleta corta.
– ?Es usted el padrastro de Pavel Isaev? le pregunta con voz sorprendentemente grave. El asiente. Ella entra y cierra la puerta-.
– Yo era amiga de Pavel -anuncia. El se espera el pesame de rigor, pero este no llega. En cambio, la muchacha se cuadra delante de el, con los brazos pegados a los costados, y lo mira de hito en hito, desprende un aire de sosiego impasible y vigilante, el sosiego de un luchador en espera de que empiece el combate. El pecho le sube y le baja con una respiracion uniforme.
– ?Puedo ver que ha dejado? -dice por fin.
– Ha dejado muy poca cosa. ?Puedo saber como se llama usted, joven?
– Katri. Aunque sea muy poca cosa, ?puedo verlo? Es la tercera vez que vengo de visita. Las otras dos veces, su estupida casera no quiso dejarme entrar. Pero confio en que usted no sea tan cerril como ella.
Katri. Un nombre fines. Ella tambien parece finesa.
– Estoy seguro de que la casera tiene razones de peso. ?Conocia usted bien a mi hijo?
Ella no responde a la pregunta.
– ?Se da usted cuenta de que fue la policia la que mato a su hijastro? dice con desenvoltura. El tiempo se