Dicho esto, solo con el dedo corazon de la mano derecha, Maximov empuja el cartapacio por encima de la mesa, el cartapacio sorprendentemente grueso que contiene los papeles de Pavel.
El se pone en pie, toma su cartapacio, hace una leve inclinacion y ya se dispone a marchar cuando Maximov habla de nuevo.
– Si me permite que lo retenga un minuto mas, aunque por una cuestion algo distinta: ?no habra tenido por casualidad algun contacto con la banda de Nechaev durante el tiempo que ha pasado aqui en Petersburgo, verdad?
?Ivanov! ?Nechaev! Asi pues, esa es la razon de que le hayan convocado. Pavel, los papeles, los reparos y la puntillosidad de Maximov… ?no eran mas que una cuestion colateral, una anagaza!
– No entiendo que relacion pueda tener conmigo su pregunta -responde con rigidez. No entiendo con que derecho me hace esa pregunta, ni que derecho le asiste a esperar que yo conteste.
– ?Ningun derecho! Puede usted descansar tranquilo, que no se le acusa de nada. Solamente era una pregunta. En cuanto a la relacion que tenga con usted, nunca hubiese dicho que fuera algo tan dificil de adivinar. Habiendo hablado de su hijastro como ha hablado conmigo, deduje, quiza ahora si que le seria mas llevadero hablar de Nechaev. Y es que en nuestra conversacion del otro dia me dio la impresion de que lo que usted opta por decir muchas veces tiene un doble sentido. Era como si cada palabra llevase otra palabra oculta bajo ella, para entendernos. ?Que piensa al respecto? ?Estaba yo equivocado?
– ?Que palabras? ?Que hay tras ellas?
– Eso es algo que usted tendra que decir.
– Se equivoca. Yo no hablo con adivinanzas. Todas y cada una de las palabras que utilizo quieren decir lo que dicen. Pavel es Pavel, no Nechaev.
Con esto, se da la vuelta y se dispone a marchar. Tampoco lo llama de nuevo Maximov.
Por las sinuosas callejas del barrio de Moskovskaya lleva la carpeta hasta el numero 63 de la calle Svechnoi, sube al tercer piso, a su habitacion, y cierra la puerta.
Desata la cinta. El corazon le martillea de forma desagradable. Que en sus prisas hay algo desabrido es algo que no puede negar. Es como si acabara de ser devuelto a la adolescencia, a las largas y sudorosas tardes que pasaba en el dormitorio de su amigo Albert, ojeando los libros sustraidos de los anaqueles del tio de Albert. El mismo terror de que alguien lo sorprendiera con las manos en la masa (un terror en si mismo delicioso), ese mismo enfrascarse de manera apasionada.
Recuerda que Albert le enseno a dos moscas en pleno acto de la copulacion, el macho encaramado a la espalda de la hembra. Albert tenia las moscas en la palma de la mano. «Mira», le dijo. Pellizco con delicadeza una de las alas del macho entre las yemas de sus dedos, y dio un levisimo tiron. El ala se desprendio del cuerpo sin que la mosca prestase la menor atencion. Le arranco luego la otra. La mosca, con su rara espalda desprovista de extremidades, siguio a lo suyo. Con un gesto de desagrado, Albert arrojo la pareja de moscas al suelo y las aplasto.
Imagino como seria mirar los ojos de la mosca frente a frente mientras las alas le eran arrancadas: estuvo seguro de que ni siquiera parpadearia, y puede que ni siquiera lo viese. Era como si, mientras durase el acto, su alma se introdujera en la hembra. La idea le hizo estremecerse; le dieron ganas de aniquilar a todas las moscas de la tierra.
Una respuesta infantil frente a un acto que no entendia, un acto que temia, porque a su alrededor, entre susurros y sonrisas, todos parecian insinuar que un buen dia tambien de el se esperaria que lo realizase. «?No lo hare, no lo hare!», quiere exclamar el nino entre jadeos. «?Que no haras el que?», contestan quienes lo contemplan, de improviso boquiabiertos, desconcertados. «Santo Dios, ?de que habla este nino tan raro?»
La carpeta contiene un diario encuadernado en cuero, cinco cuadernos pautados, de escolar, unas veinte o veinticinco hojas sueltas, aunque sujetas entre si, un fajo de cartas atadas con un cordel y algunos panfletos impresos: folletones con textos de Blanqui y de Ishutin, un ensayo de Pisarev. Le resulta mas inesperado el
Un mensaje, o mensajes. Pero ?de quien a quien?
Toma el diario y, sin leerlo, pasa con el pulgar las paginas como si airease una baraja. La segunda mitad esta sin escribir. Con eso y con todo, el cuerpo de lo escrito no es despreciable. Echa un vistazo a la fecha de la primera entrada, el 29 de junio de 1866, dia de la onomastica de Pavel. El diario tuvo que ser un regalo, si, pero ?de quien? No logra recordarlo. 1866 destaca en su memoria por ser exclusivamente el ano de Anya, el ano en que conocio a la que iba a ser su mujer, el ano en que se enamoro de ella. 1866 fue un ano en el que Pavel fue ignorado del todo.
Como si fuese a tocar un plato muy caliente, recien sacado del horno, alerta y listo para retroceder, da lectura a esa primera entrada. Es una narracion, un tanto elaborada por cierto, de lo que hizo Pavel a lo largo de ese dia. Es obra de un diarista aun novato. No hay acusaciones, no hay denuncias. Aliviado, cierra el libro. Cuando llegue a Dresde, se promete, cuando tenga tiempo, lo leere entero.
En cuanto a las cartas, son todas suyas. Abre la mas reciente, la ultima que remitio antes de la muerte de Pavel. «Envio cincuenta rublos a Apollon Grigorevich -lee-. Es todo lo que por el momento podemos permitirnos. Te ruego que no presiones a A. G. para que te de mas dinero. Has de aprender a vivir con los medios de que dispones.»
Son las ultimas palabras que dijo a Pavel, ?y que mezquinas palabras! ?Es eso lo que leyo Maximov! No es de extranar que le advirtiese que no leyera. ?Que ignominia! Le gustaria quemar la carta, borrarla de la historia.
Busca entre los papeles el cuento que Maximov le leyo en voz alta. Maximov tenia razon: como personaje, el joven heroe, Sergei, deportado a Siberia por haber encabezado una revuelta estudiantil, es un fiasco. Pero el cuento es mas largo de lo que Maximov le habia hecho creer. Durante varios dias, despues del asesinato del perfido terrateniente, Sergei y su Maria huyen de los soldados, se refugian en graneros, en establos, con la ayuda de los campesinos que les dan cobijo y alimento, y que reciben los interrogatorios de sus perseguidores fingiendo desconocimiento, estupidez absoluta. Al principio duermen el uno al lado del otro en casta camaraderia, pero el amor crece con fuerza entre los dos, un amor que se expresa no sin sentimiento, no sin conviccion. Pavel claramente prepara una escena pasional. Hay una pagina en la que abundan las tachaduras, en la cual Sergei confiesa a Marfa, con genuino ardor juvenil, que ella es para el mucho mas que una simple companera de lucha, que le ha robado el corazon; en vez de ese pasaje, Pavel parece haberse inclinado por una secuencia mucho mas interesante, en la cual Sergei confiesa a Marfa la historia de su infancia solitaria, sin hermanos ni hermanas, y le habla de su juvenil torpeza con las mujeres. La secuencia termina con el balbuceo de Marfa al iniciar su propia confesion. Le dice: «Puedes… puedes.».
Pasa las hojas. «No tengo padre ni madre -dice Sergei a Maria-. Mi padre, mi autentico padre, fue un noble exiliado a Siberia por haber simpatizado con los revolucionarios. Murio cuando yo tenia siete anos. Mi madre se caso por segunda vez. Su marido no me tenia ningun aprecio. En cuanto tuve edad suficiente, me envio a la escuela de cadetes. Fui el chico mas pequeno de la clase, y alli fue donde aprendi a luchar por mis derechos. Despues regresaron a Petersburgo, se instalaron alli y me mandaron llamar. Entonces murio mi madre y me quede solo con mi padrastro, un lugubre individuo que practicamente no me dirigia la palabra durante dias enteros. Me sentia solo; mis unicos amigos eran en parte los criados. Gracias a ellos tuve conocimiento de como sufre el pueblo.»
No dista de la verdad, no es totalmente falso, y sin embargo, ?que sutilmente retorcido! ?«No me tenia ningun aprecio»! Era bien facil sentir lastima del pequeno que no tenia amigos a sus siete anos de edad, y en cambio ?como iba a quererlo, si era tan suspicaz, tan poco dado a las sonrisas, si se aferraba casi con unas y dientes a su madre, como una lapa, y se quejaba a cada instante que no pasaba con ella, si en una sola noche se oia mas de media docena de veces, desde la habitacion contigua, esa vocecilla aguda e insistente que llamaba a su madre, que le pedia que matase a los mosquitos que le estaban picando?
Deja a un lado el manuscrito. ?Un noble que fue su autentico padre! ?Pobre criatura! ?Cuanto mas penosa era la verdad! La autentica verdad era lo mas penoso de todo. Claro que ?quien, salvo el angel de las cronicas, iba a preocuparse por escribir toda la verdad, la penosa verdad? ?Habia escrito el con parecida dedicacion a los veintidos anos?
Hay algo de abrumadora importancia, y es algo que desea decirle al muchacho, aunque el muchacho ya no