La cuestion de su esposa se interpone ahora delicadamente entre los dos. Al aludir a su partida, se siente como el jugador de ajedrez que ofrece un peon, y que tanto si es aceptado como rechazado, complicara posteriormente la partida ?Son los asuntos entre hombres y mujeres siempre como este, en el cual uno trama y el otro urde una trama opuesta? ?Es la trama un elemento del placer, ser el objeto de las intrigas del otro, dejarse llevar a una esquina y verse dulcemente presionado hasta capitular? Mientras ella camina a su lado, ?no estara tambien a su manera tramando algo contra el?
– Tan solo espero que la investigacion siga su curso. Ni siquiera he de quedarme hasta su resolucion. Lo unico que quiero son los papeles, para mi, el resto carece de importancia.
– ?Y entonces se vuelve a Alemania?
– Si.
Han llegado al paseo fluvial. Al cruzar la calle, el la toma del brazo. Al lado el uno del otro, se apoyan en la barandilla, mirando el agua.
– No se si detestar esta ciudad por lo que hizo a Pavel -dice- o si sentirme mas estrechamente unido a ella por eso mismo, porque ahora es el hogar de Pavel. Ya nunca lo abandonara, nunca viajara tal como deseaba.
– Que ridiculez, Fiodor Mijailovich -replica ella con una sonrisa de soslayo. Pavel va con usted; usted es su autentico hogar. El va en su corazon, y viaja con usted por donde quiera que vaya. Salta a la vista.
Le toca el pecho levemente con la mano enguantada.
El siente que se le desboca el corazon, como si las yemas de sus dedos hubiesen tocado de hecho el organo. Pura coqueteria. ?De eso se trata, o es que el gesto brota con naturalidad del corazon de Anna Sergeyevna? Lo mas natural del mundo seria tomarla ahora en sus brazos. El nota sin lugar a dudas que su mirada esta devorando su boca bien delineada, en la que aun luce una sonrisa. Y ella no se defiende de esa mirada. No es una mujer joven; no es una nina. Se miran uno a otro por encima del cuerpo de Pavel, y los dos lanzan sus desafios. El parpadeo de una idea:
A un vendedor callejero le compran unos pastelillos de pescado para la cena. Matryona abre la puerta, pero cuando ve quien viene con su madre se da la vuelta y se va. En la mesa esta de un humor irritante, e insiste en que su madre preste atencion a un largo y confuso relato de una pelea habida en la escuela entre una companera y ella. Cuando el interviene para defender timidamente a la otra nina, Matryona suelta un bufido y no se digna contestar.
Ella ha tenido que notar algo, el lo sabe, e intenta reclamar a su madre, afirma que le pertenece a ella ?Por que no? Tiene todo el derecho. Sin embargo,
Tiene una vision de Anna Sergeyevna que resulta cruda por su sensualidad manifiesta. Tiene las enaguas levantadas, de modo que por debajo quedan los pechos desnudos. El se encuentra entre sus piernas: los largos y palidos muslos de ella lo estrechan. Tiene la cara ladeada, los ojos cerrados, respira jadeando. Aunque el hombre que copula con ella no es otro que el mismo, de algun modo el lo ve todo como si estuviera junto a la cama. Son los muslos de ella los que dominan la vision: sus manos se curvan en torno a ellos, el se los aprieta contra los flancos.
– Venga, acabate lo que tienes en el plato -apremia la madre a su hija.
– No tengo hambre, me duele la garganta -se queja Matryona. Juguetea con la comida un momento mas, luego la aparta a un lado.
El se pone en pie.
– Buenas noches, Matryosha. Espero que manana te encuentres mejor.
La nina no se toma la molestia de contestar. El se retira, la deja en posesion del campo.
Reconoce la fuente de la vision: una postal que hace anos compro en Paris y que destruyo junto al resto de su coleccion de postales eroticas cuando se caso con Anya. Una jovencita de largo cabello negro que yacia bajo un hombre bigotudo. amor gitano, decia la leyenda con mayusculas alambicadas. Sin embargo, las piernas de la muchacha eran gruesas en la postal, y sus carnes flaccidas; vuelta hacia el hombre (que se sostenia erguido con rigidez sobre los brazos), su cara parecia desprovista de toda expresion. Los muslos de Anna Sergeyevna, de la Anna Sergeyevna que el recuerda, son mas esbeltos, mas fuertes; hay algo que parece decidido en su forma de aferrarlo, algo que el relaciona con el hecho de que no sea una jovencita, sino una mujer madura, avida. Madura plenamente, y por tanto abierta (esa es la palabra que se insinua con insistencia) a la muerte. Un cuerpo en sazon, listo para la experiencia, pues sabe que no por siempre ha de vivir. Es un pensamiento excitante, pero tambien perturbador. A esos muslos les da igual quien se encuentre apresado entre ellos; visto desde arriba, desde un lado de la cama, el hombre de la imagen es y no es el.
Hay una carta sobre su cama, apoyada contra la almohada. Por un instante piensa despavorido que es de Pavel, que se ha materializado en el cuarto. Pero la letra es de la nina. «He intentado dibujar a Pavel Aleskandrovich», dice (con la falta al escribir el nombre), «pero no me sale bien. Si quieres, colocalo en la hornacina. Matryona.» En el reverso hay un dibujo a lapiz, algo desvaido, de un joven con la frente despejada y los labios carnosos. El dibujo es tosco, la nina no sabe aplicar sombras; no obstante, en la boca, y particularmente en la mirada osada, ha logrado captar a Pavel.
– Si -susurra-, si, lo pondre en la hornacina.
Se lleva la imagen a los labios, la apoya contra la palmatoria y enciende una nueva vela.
Sigue mirando la llama cuando una hora mas tarde llama a la puerta Anna Sergeyevna.
– Le traigo su ropa limpia -dice.
– Pase, sientese.
– No, no puedo. Matryosha esta inquieta; creo que no esta nada bien.
No obstante, toma asiento al borde de la cama.
– Nos tienen firmes los dos, estos hijos nuestros -comenta el.
– ?Que nos tienen firmes?
– Velan por nuestra moral. Nos tienen separados.
Es un alivio que no este la mesa del comedor entre ambos. Tambien la vela aporta una reconfortante placidez.
– Lamento que tenga que marcharse-dice ella, pero tal vez sea mejor que se marche de esta triste ciudad. Tal vez sea lo mejor para usted y tambien para su familia.
– Estaran echandole de menos. Y usted tambien les echara de menos.
– Cuando regrese, sere una persona distinta. Mi mujer no me reconocera. O si, pensara que me conoce, pero estara equivocada. Preveo que seran tiempos dificiles para todos. Yo estare pensando en usted. ?Como la llamare en mis pensamientos? Mi mujer tambien se llama Anna, ya ve.
– Ese es mi nombre antes de que fuera el suyo -responde ella de modo cortante, sin animo de jugar. De nuevo lo ve con claridad meridiana: si ama a esta mujer, es en parte por no ser joven. Ya ha cruzado una linea a la que aun ha de llegar su esposa. Puede o no puede serle mas querida, pero definitivamente esta mas cerca de el.
Regresa el tira y afloja indudablemente erotico, pero con mas fuerza que nunca. Hace una semana, estaban los dos abrazados en esa misma cama. ?Es posible que ella no este pensando en eso ahora mismo?
El se inclina y le deposita la mano sobre el muslo. Con la colada aun sobre el regazo, ella inclina la cabeza. El se acerca mas. Entre el indice y el pulgar la sujeta por el cuello, acerca el rostro al suyo. Ella eleva la mirada: por un instante, a el le parece mirar a los ojos de un gato, un gato cauteloso, apasionado, codicioso.
– Debo irme murmura-ella. Se suelta con un movimiento y se va.
La desea ardientemente. Mas aun: la desea, pero no en esa estrecha cama de nino, sino en la cama de viuda que tiene en la habitacion contigua. La imagina asi al verla tendida junto a su hija, con los ojos muy abiertos y relucientes. Por vez primera se da cuenta de que pertenece a un tipo de mujer sobre el cual nunca ha escrito en sus libros. Las mujeres a las que esta acostumbrado no carecen de intensidad propia, aunque sea una intensidad de piel y de nervio. Las sensaciones que tienen son intensas, electricas, inmediatas: acontecen en la superficie. En cambio, con ella se adentra en un cuerpo que sangra, un cuerpo visceral, cuyas sensaciones tienen lugar en lo mas profundo.