– No lo digo por mi-dice. Solo quiero saber si duele, ya sabes, cuando una persona se muere.

La nina se ha puesto seria.

– ?En el momento de la muerte?

– Si. No cuando estas muerto del todo, sino un poco antes.

– ?Cuando sabes que estas muerto?

– Si.

Le colma una gratitud inmensa. Durante varios dias, ella se ha cerrado a el, encastillandose en lo obtuso, en lo infantil, entregada al resentimiento, negandole el preciado recuerdo de Pavel que ella lleva dentro. Ahora vuelve a ser la de siempre.

– A los animales no les cuesta ningun trabajo morir -dice con dulzura-. Tal vez deberiamos aprender de ellos la leccion. Tal vez por eso estan con nosotros en la tierra, para ensenarnos que vivir y morir no es tan dificil como nosotros pensamos.

Hace una pausa; prueba otra solucion.

– Lo que mas nos asusta de la muerte no es el dolor. Es el miedo de dejar atras a los que nos aman, y de viajar solos. Pero no es asi, no es tan simple. Cuando nos morimos, nos llevamos a los seres queridos en nuestro corazon. Por eso, Pavel te llevo consigo cuando se murio, y me llevo a mi consigo, y tambien a tu madre. Aun nos lleva dentro a todos. Pavel no esta solo.

Ella, todavia con aire perezoso, abstraido, insiste.

– No estaba pensando en Pavel.

Se siente intranquilo; sigue sin entender, aunque ha de pasar un momento mas hasta darse cuenta de que modo tan absoluto sigue sin entender.

– Entonces, ?en quien estas pensando?

– En la chica que estuvo el sabado aqui.

– No se de que chica me hablas.

– La amiga de Sergei Gennadevich.

– ?La finesa? ?Lo dices porque la trajeron los policias? ?No tienes que preocuparte por eso! le toma de la mano y le da unas palmaditas con las que quiere sosegarla-. ?No se va a morir! ?Los policias no matan a nadie! Como mucho, la obligaran a volver a Karelia. Tal vez la tengan una temporada en prision, pero nada mas.

La nina retrae la mano y se vuelve de cara a la pared. El empieza a percatarse de que tal vez ni siquiera ahora haya entendido nada; tal vez ella no le pide que la sosiegue, ni que alivie sus miedos infantiles, tal vez, mediante un rodeo, este intentando decirle algo que el no sabe.

– ?Te da miedo que la ejecuten? ?Es eso lo que te da miedo? ?Es por algo que ella hizo y que tu sabes?

La nina asiente con la cabeza.

– Pues entonces me lo tienes que decir. No puedo adivinarlo yo solo.

– Todos han jurado que nunca los apresaran. Todos han jurado que antes se quitaran la vida.

– Es muy facil hacer esos juramentos, Matryosha, pero mucho mas dificil es cumplirlos a rajatabla, sobre todo si tus amigos te han dejado en la estacada y tienes que velar por ti misma. La vida es algo precioso, y ella tiene todo el derecho del mundo a conservarla a toda costa, asi que no le eches la culpa.

La nina rumia un rato la respuesta, jugando abstraida con las sabanas. Cuando habla, lo hace en un murmullo y con la cabeza inclinada hacia la pared, de modo que el apenas entiende lo que dice.

– Le di un veneno.

– ?Que le diste el que?

Ella se aparta el pelo de la cara, y el ve que es lo que estaba ocultando: la mas leve sonrisa.

– Veneno -dice con la misma suavidad-. ?Duele el veneno?

– ?Y como lo hiciste? -pregunta el para ganar tiempo, mientras la mente se le dispara.

– Cuando le di un trozo de pan. No lo vio nadie.

Rememora la escena que de forma tan extrana le afecto: aquella reverencia a la antigua usanza, la ofrenda de comida a la prisionera.

– ?Y ella lo sabia? -musita con la boca seca.

– Si.

– ?Estas segura? ?Seguro que sabia que era?

Asiente. Al recordar que rigida, que desagradecida estuvo la finesa en aquel momento, no duda mas de ella.

– Pero ?como encontraste tu el veneno?

– Lo dejo Sergei Gennadevich para ella.

– ?Que mas cosas dejo?

– La bandera.

– ?La bandera y que mas?

– Algunas otras cosas. Me pidio que se las guardase.

– Ensenamelas.

La nina se levanta como puede; se arrodilla, busca a tientas entre los muelles del somier y saca un envoltorio de lienzo. Lo abre sobre la cama. Un revolver americano y cartuchos. Panfletos. Un monedero de algodon con un largo cordel de cierre.

– El veneno esta ahi -dice Matryona.

Afloja el cordel y vierte el contenido: tres capsulas de cristal que contienen un fino polvo de color verdoso.

– ?Esto es lo que le diste?

Asiente.

– Tenia que haber llevado uno igual atado al cuello, pero se olvido-habilmente se cuelga el cordel del cuello, de modo que el monedero le cuelga entre los senos, como un medallon-. Si lo hubiese llevado, nunca la habrian detenido.

– Asi que le diste una de estas…

– Ella la necesitaba para cumplir su juramento. Haria cualquier cosa por Sergei Gennadevich.

– Puede ser. Eso es lo que dice Sergei Gennadevich, desde luego. Sin embargo, si no le hubieses dado el veneno, le habria sido mas facil incumplir la promesa que le hizo a Sergei Gennadevich y que tan dificil es de cumplir, ?no?

Ella arruga la nariz: es un gesto que el ha terminado por reconocer. Se siente arrinconada, y eso no le gusta. No obstante, el sigue adelante.

– ?No te parece que Sergei Gennadevich se toma demasiadas libertades cuando se trata de la muerte de los demas? ?Te acuerdas del mendigo al que mataron? Pues lo mato Sergei Gennadevich, o al menos le dijo a alguien que lo matase, y esa otra persona le obedecio, igual que tu le has obedecido.

Vuelve a arrugar la nariz.

– ?Por que? ?Por que queria matarlo?

– Supongo que por enviar un mensaje al resto del mundo: que el, Sergei Gennadevich Nechaev, es un hombre con el cual no se juega. Si no, habra sido para comprobar solamente si la persona a la que ordeno que lo matara le obedecia o no. No lo se. Yo no veo lo que hay en el fondo de su corazon, y tampoco quiero seguir mirando.

Matryona se queda pensativa.

– A mi no me gustaba -dice por fin-. Olia a pescado que apestaba.

El la mira sin parpadear, y ella le sostiene la mirada con todo candor.

– Pero a ti en cambio si te gusta Sergei Gennadevich.

– Si.

Lo que aspira a preguntar, lo que no se atreve a preguntar, es esto otro: ?le amas? ?Harias cualquier cosa por el? Pero ella entiende perfectamente lo que el querria decir, y ya le ha dado su respuesta. Asi pues, no queda mas que una pregunta por formular.

– ?Mas que a Pavel?

Titubea. La ve sopesarlos a los dos, los dos amores, uno en la mano derecha, otro en la izquierda, como si fueran manzanas.

– No -dice por fin con lo que para el no puede ser mas que gracia-. Todavia me gusta Pavel mas.

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