falta para caer a plomo y enamorarse de un modo tal que no habria reservas de prudencia suficientes para salvarle. De nuevo el vertigo, la enfermedad o una version distinta.
Ese impulso es fuerte, pero al final remite. Es fuerte, aunque no lo suficiente. Nunca volvera a ser lo bastante fuerte, a menos que encuentre una muleta en alguna parte.
– Ven un momento -le susurra.
Ella se siente en la cama; el le toma la mano.
– ?Puedo hacer una sugerencia? No creo que sea buena idea que Matryosha se relacione con Sergei Nechaev y con sus amigos.
Ella retira la mano.
– Pues claro que no. Pero ?a que viene eso ahora? -su voz es fria, cortante.
– Es que no creo que sea bueno dejarla sola en casa cuando el puede venir de visita.
– ?Que estas proponiendo?
– ?No puede pasar el dia abajo, con Amalia Karlovna, hasta que tu regreses a la casa?
– Es mucho pedirle a una anciana que cuide de una nina enferma, sobre todo si se piensa que Matryosha y ella no se llevan nada bien. ?Por que no es suficiente con decirle a Matryosha que no abra la puerta a ningun desconocido?
– Porque no te das cuenta del alcance que tiene aqui el poder de Nechaev sobre ella.
Anna se levanta.
– Esto no me gusta dice. No veo por que hemos de hablar de mi hija en plena noche.
El ambiente entre ellos dos es de pronto mas glacial que nunca.
– ?Es que no puedo ni decir su nombre sin que te vuelvas tan irritable? -le pregunta ya desesperado-. ?O es que piensas que sacaria este asunto a colacion si su bienestar no me importase muchisimo?
Ella no contesta. La puerta se abre y se cierra.
19 Las Hogueras
El salto de la intimidad renovada al renovado alejamiento, a la falta de afecto, lo deja perplejo y hundido en la melancolia. Se debate entre el ansia de hacer las paces con esa mujer dificil, susceptible, y la exasperada urgencia de lavarse las manos no solo para desentenderse de una historia que no guarda la menor compensacion, sino tambien de una ciudad de luto, de duelo y de intrigas, con la que ya no percibe ningun lazo vivo que le una.
Trastabilla.
Se pasa la manana encerrado, sentado con los brazos en torno a las rodillas, la cabeza inclinada. No esta solo, aunque la presencia que siente en el cuarto no es la de su hijo. Es la de un millar de inicuos demonios que bullen en el aire como langostas recien sueltas de un tarro.
Cuando por fin se anima a levantarse, es solo para quitar las dos imagenes de Pavel, el daguerrotipo que se trajo de Dresde y el esbozo que dibujo Matryona, envolverlas cara a cara y guardarlas.
Sale a presentarse como cada dia en la comisaria. A su vuelta, Anna Sergeyevna ya esta en casa, horas antes que de costumbre, y en un cierto estado de agitacion.
– Hemos tenido que cerrar la tienda -dice-. Durante todo el dia ha habido escaramuzas entre los estudiantes y la policia. Sobre todo el barrio de Petrogradskaya, aunque tambien a este lado del rio. Todos los comercios han cerrado; es demasiado peligroso andar por la calle. El sobrino de Yakovlev volvia del mercado con la carreta y le tiraron un adoquin sin motivo ninguno. Le dio en la muneca; tiene muchos dolores, no puede mover los dedos, creen que se ha roto un hueso. Dice que los obreros se han sumado a las escaramuzas. Y los estudiantes han vuelto a prender hogueras.
– ?Podemos ir a verlo? -grita Matryona desde la cama.
– ?Pues claro que no, hija! Es peligroso. Ademas, sopla un viento helado.
No da el menor indicio de recordar lo ocurrido la noche anterior.
El sale de nuevo, se refugia en un salon de te. En los periodicos no se dice nada de las escaramuzas en las calles, pero si hay un recuadro que anuncia que, debido «a la extendida indisciplina entre el cuerpo estudiantil», la universidad permanecera cerrada hasta nuevo aviso.
Son mas de las cuatro. A pesar del viento cortante, se encamina al este, siguiendo la orilla del rio. Todos los puentes estan cortados; los gendarmes de uniforme azul cielo y casco con plumas montan guardia con las bayonetas caladas. En la orilla opuesta resplandecen las hogueras a la luz del crepusculo.
Sigue el curso del rio hasta llegar a ver de lejos los primeros almacenes saqueados y humeantes. Ha empezado a nevar; los copos de nieve se quedan en nada al contacto con las maderas calcinadas.
No cuenta con que Anna Sergeyevna vuelva a su lado. Pero lo hace, y con tan pocas explicaciones como antes. Como Matryona se encuentra en la habitacion contigua, su furor al hacer el amor le sorprende por su intrepidez.
Sus jadeos y sus gritos solamente los sofoca a medias; no son ni han sido nunca sonidos de placer animal, segun empieza a comprender, sino el medio que emplea para entrar en un trance erotico.
Al principio, su intensidad pasa por encima de el como un ciclon. Hay un largo trecho durante el cual pierde de nuevo el sentido y no sabe quien es el, quien es ella. Alrededor de ambos se cierra una incandescente esfera de placer; dentro de la esfera flotan como gemelos, girando lentamente.
Nunca ha conocido a una mujer que se entregue tan sin reservas a lo erotico. No obstante, cuando Anna alcanza el frenesi, el comienza a alejarse. Hay en ella algo que parece ir cambiando. Las sensaciones que en su primera noche juntos tenian lugar en las profundidades de su cuerpo ahora parecen emigrar hacia la superficie. De hecho, se esta poniendo «electrica», como tantas otras mujeres que el ha conocido.
Ella ha insistido en dejar encendida la vela en la mesilla. A medida que se acerca al climax, sus ojos oscuros lo miran a la cara con mas y mas atencion, incluso cuando le tiemblan los parpados y comienza a estremecerse.
En un momento determinado musita una palabra que el solo entiende a medias.
– ?Que? -le pregunta. Pero ella se limita a sacudir la cabeza de un lado a otro, con los dientes bien apretados.
A medias, si, aunque sabe no obstante que es:
Por segunda vez, e incluso con mayor ferocidad, se arroja a copular con el. Pero el pozo se ha secado, y bien pronto los dos lo saben.
– ?No puedo! -jadea ella al quedarse inmovil. Con las manos levantadas y abiertas, yace como si se hubiera rendido. ?No puedo seguir!
Comienzan a rodarle las lagrimas por las mejillas.
La vela arde intensamente. El estrecha su cuerpo desmadejado. Las lagrimas le siguen brotando sin que haga nada por impedirlo.
– ?Que sucede?
– No tengo fuerzas para seguir. He hecho todo lo posible, estoy agotada. Por favor, ahora dejanos en paz.
– ?Que os deje en paz?
– Si, a nosotras, a las dos. Nos estamos ahogando bajo tu peso. No podemos respirar.
– Haberlo dicho antes. Yo habia entendido las cosas muy de otro modo.
– No te echo la culpa. He intentado encargarme yo de todo, pero ya no puedo mas. Me he pasado el dia entero de pie, no dormi anoche, estoy agotada.
– ?Piensas que te he utilizado?
– Si, bueno, no de esa manera, pero si me utilizas como medio para llegar a mi hija.