vive el cuadragesimo noveno ano de su vida. Por el contrario, es de nuevo un joven y tiene toda la arrogancia y la fuerza de la juventud. Lleva un traje blanco perfectamente cortado, a la medida, por el sastre. Es hasta cierto punto Pavel Isaev, aunque Pavel Isaev no es el nombre que se va a dar.
En la sangre de este joven, esta version de Pavel, corre una sensacion de triunfo. Ha atravesado las puertas de la muerte y ha regresado; ya nada puede tocarle. No es un dios, pero tampoco es humano. Esta en cierto modo mas alla de lo humano, mas alla del hombre. No hay nada de lo que no sea capaz.
Mediante este joven, el edificio, con sus corredores malolientes y estancados, con sus angulos ciegos, comienza a escribirse por si solo: un edificio de Petersburgo, de Rusia.
Encabeza la pagina con mayusculas bien perfiladas: LA VIVIENDA. Y escribe:
Duerme hasta bien tarde, rara vez se levanta antes de mediodia, cuando en la vivienda hace tanto calor que las sabanas estan empapadas de sudor. Luego tropieza de camino al cuarto de aseo que hay en el rellano y se salpica la cara con el agua, se lava los dientes con el dedo y vuelve tropezando a la vivienda. Sin afeitar, con el cabello revuelto, despacha el desayuno que la casera le ha dejado (la mantequilla esta ya derretida, las gachas de avena flotan en el cuenco de leche); se afeita y se pone la ropa interior del dia anterior, la camisa del dia anterior y el traje blanco (las arrugas del pantalon marcadas como cuchillos por haber pasado la noche planchadas bajo el colchon), y se humedece el cabello y se lo alisa; y asi, una vez preparado para el dia que le espera, pierde todo interes, pierde capacidad motriz: se sienta de nuevo ante la mesa aun ocupada por el desayuno y cae en una ensonacion, o bien se tumba a limpiarse las unas con un cuchillo, a la espera de que algo suceda, o que la nina vuelva de la escuela a casa.
Si no, vaga por la vivienda, abre los cajones, toca todo lo que encuentra.
Halla una alacena en la que hay fotografias de su casera y su marido ya difunto. Escupe sobre el cristal y lo abrillanta con el panuelo. Con brillantez, los dos se miran uno al otro en su minuscula prision emparejada.
Hunde la cara en la ropa interior de ella. Percibe un vago olor a lavanda.
Esta matriculado como estudiante en la universidad, pero no asiste a las clases. Se ha unido a un
Se despierta al oir un ruido. Sabe que alguien los observa.
Toca a la muchacha y esta se despierta. Los dos estan desnudos, hermosos, en la flor de la juventud. Hacen el amor por segunda vez. En todo momento, el tiene en cuenta que la puerta se ha abierto solo una rendija y que la nina esta mirando. Vive un intenso placer que por si solo se comunica a la muchacha; nunca habian experimentado ninguno de los dos tan oscura dulzura.
Cuando despues acompana a casa a la muchacha, deja la cama sin hacer, de modo que la nina, si la explora, pueda familiarizarse con los olores del amor.
En lo sucesivo, todos los miercoles por la tarde, durante el resto del verano, se lleva a la muchacha a su cuarto, siempre a la misma muchacha. Cada vez, cuando llega el momento de despedirse, la vivienda parece desierta; cada vez, y el lo sabe, se ha colado la nina sigilosamente y los ha mirado o los ha escuchado, y ahora esta oculta en algun rincon.
– Hazlo otra vez- susurrara la muchacha.
– ?Que haga el que?
– ?Eso! -musita ella, arrebolada por el deseo.
– Primero di lo que has de decir -dice el, y la obliga a decir las palabras-. Mas alto -anade. Decir las palabras es algo que excita a la muchacha hasta extremos intolerables.
El se acuerda de Svidrigailov: «A las mujeres les gusta que las humilles».
Piensa en todo esto como si estuviera creando un gusto en la nina, tal como uno se crea un gusto por alimentos que no son naturales, como las ostras o las mollejas.
Se pregunta por que lo hace, y es esta la respuesta que se da: la historia toca a su fin, los viejos libros de contabilidad pronto habran ido a las hogueras; en este tiempo muerto entre lo viejo y lo nuevo todo esta permitido. No es que tenga especial fe en su respuesta, pero tampoco la pone en duda. Le sirve.
Si no, esto es lo que se dice: todo es culpa del verano en Petersburgo, estas largas, calurosas y encerradas tardes en las que las moscas se estrellan contra los cristales, estas noches en las que reverberan los mosquitos. Que aguante al menos hasta el fin del verano, que aguante hasta que acabe tambien el invierno; cuando llegue la primavera me habre marchado a Suiza, a las montanas, y sere una persona diferente.
Suele comer y cenar con la casera y con su hija. Un miercoles por la noche, fingiendo estar de buen humor, se inclina sobre la mesa y le revuelve el cabello a la nina. Ella se aparta. El se da cuenta de que no se ha lavado las manos, y ella ha notado el olor aun presente del amor en sus dedos. Sonrojada, confusa, la nina se inclina sobre su plato y no lo mira a los ojos.
Todo esto lo escribe con letra clara y esmerada, sin tachar una sola palabra. En el acto de la escritura experimenta hoy un placer excepcionalmente sensual, tanto en el tacto de la pluma como en la comodidad con que le encaja en el hueco entre el indice y el pulgar, pero mas aun en la sensacion de que su mano es arrastrada y desviada levemente de su curso natural sobre la pagina por la forma estricta e invariable de las letras, la disciplina del alfabeto.
Anya, Anna Snitkina, fue su secretaria antes de ser su mujer. La contrato para que pusiera en orden sus manuscritos y luego se caso con ella. Era a su modo una muchacha que algo tenia de hada, que el llamo para que desenmaranase el embrollo de su escritura y para que encontrase el hilo bueno. Si hoy escribe con tanta claridad es porque ya no esta escribiendo para que ella lo lea. Esta escribiendo para si mismo, esta escribiendo para la eternidad. Escribe para los muertos.
Y sin embargo, mientras permanece sentado con tanta calma, es un hombre apresado por un torbellino. Son torrentes de papel, fragmentos de una vida antigua, los que se sueltan con el rugido de la espiral ascendente, los que vuelan a su alrededor. Es transportado muy por encima de la tierra, sostenido por las corrientes del aire, antes de que el viento amaine un instante, antes de que empiece a caer, y goza ahi de un instante de total calma y claridad, del mundo abierto bajo sus pies como si fuera un mapa del mundo mismo.
Cartas del torbellino. Hojas esparcidas que el recoge. Un cuerpo esparcido que el ensambla de nuevo.
Oye que llaman a la puerta: es Matryona, en camison, quien por un instante le observa sorprendida, como su madre.
– ?Puedo pasar? -dice con la voz algo ronca.
– ?Aun te duele la garganta?
– Mmm.
La nina se sienta en la cama. Incluso a esa distancia el se percata de la dificultad que tiene al respirar.
?Por que esta ahi? ?Es que quiere hacer las paces? ?Es que tambien ella esta agotada?
– Pavel se sentaba asi tambien cuando estaba escribiendo -dice-. Cuando entre, pense que eras Pavel.
– Estoy atareado-dice el. ?Te importa si continuo?
Ella permanece en silencio, sentada a sus espaldas, y lo observa mientras el escribe. El aire de la habitacion esta cargado de electricidad; hasta las particulas de polvo parecen en suspenso.
– ?Te gusta tu nombre? -le pregunta el al cabo de un rato.
– ?Mi nombre?
– Si, Matryona.
– No, lo aborrezco. Lo eligio mi padre. No entiendo por que he de llevarlo. Era el nombre de mi abuela, y ella murio antes de que yo naciera.
– Tengo otro nombre para ti, Dusha- escribe el nombre en el encabezamiento de la pagina y se lo ensena. ?Te gusta?
Ella no contesta.
– ?Que es lo que de verdad le ocurrio a Pavel? -dice el-. ?Lo sabes?
– Creo… Creo que ya no pudo mas.
– ?Por que no pudo mas?
– Por el futuro. Prefirio ser uno de los martires.
– ?Que es un martir?