Kevin estaba a punto de explicar lo sucedido, cuando Melanie dio un paso al frente y lo aparto. Estaba agotada y furiosa.
– No pienso quedarme aqui, y es mi ultima palabra -espeto-. De hecho, dimito. Me ire de la Zona en cuanto haga las gestiones necesarias.
Siegfried fruncio el labio superior, exagerando su sonrisa burlona. Dio un rapido paso al frente y abofeteo a Melanie con tanta fuerza que la arrojo al suelo. Candace se arrodillo para ayudar a su amiga.
– ?No la toque! -grito Siegfried mientras extendia el brazo como si fuera a golpear tambien a Candace.
La enfermera no le hizo caso y ayudo a Melanie a sentarse.
El ojo izquierdo de la joven empezaba a hincharse y una gota de sangre se deslizaba sobre su mejilla.
Kevin dio un respingo y aparto la vista, esperando oir otro golpe. Admiraba el valor de Candace y le habria gustado tenerlo para si, pero Siegfried le infundia terror, y no se atrevia a moverse.
Al no oir el golpe previsto, Kevin volvio a mirar al grupo Candace habia ayudado a Melanie a incorporarse y la sujetaba para mantenerla en pie.
– Pronto se marchara de la Zona -dijo Siegfried a Melanie con tono burlon-, pero sera en compania de las autoridades ecuatoguineanas. Pruebe a usar su insolencia con ellos.
Kevin trago saliva. Nada lo asustaba tanto como la posibilidad de que los entregaran a los ecuatoguineanos.
– Soy ciudadana de Estados Unidos -balbuceo Melanie.
– Pero esta en Guinea Ecuatorial -respondio Siegfried Y ha transgredido las leyes locales. -Dio un paso atras y anadio-: He confiscado sus pasaportes, que entregare a las autoridades ecuatoguineanas junto con sus personas. Entretanto, permaneceran en esta casa. Y les advierto que estos soldados y este oficial tienen ordenes de disparar apenas se asomen fuera de la casa. ?Esta claro?
– Necesito ropa-protesto Melanie.
– Ya he mandado traer algo de ropa para ambas. Esta en las habitaciones de huespedes -dijo Siegfried-. Creanme, hemos pensado en todo. -Se volvio hacia Cameron-: Ocupese de que los vigilen.
– Desde luego, senor.
Saludo tocando el ala del sombrero y se volvio hacia Kevin y las mujeres.
– Muy bien, ya han oido al jefe -gruno-. Suban a la primera planta, y les ruego que no causen problemas.
Kevin echo a andar, pero se desvio unos pasos de su camino para hablar con Bertram.
– No solo usan fuego. Fabrican herramientas y hablan entre si.
Continuo andando. No habia notado ninguna reaccion en Bertram, aparte de un ligero movimiento en sus cejas perpetuamente arqueadas. Sin embargo, Kevin sabia que el veterinario lo habia oido.
Mientras subia con paso tambaleante al primer piso, vio que Cameron daba instrucciones a los soldados y al oficial para que vigilasen la escalera.
Al llegar al vestibulo, los tres amigos se miraron. Melanie todavia sollozaba entrecortadamente.
– No son precisamente buenas noticias -dijo Kevin con un resuello.
– No pueden hacernos esto -gimio Melanie.
– Pues esta claro que lo intentaran -repuso Kevin-. Y sin los pasaportes, tendriamos dificultades para salir del pais incluso si pudieramos escapar de aqui.
Melanie se llevo las manos a las mejillas y apreto con fuerza.
– Tengo que controlarme -dijo.
– Yo vuelvo a sentirme aturdida -reconocio Candace-.
Hemos pasado de una forma de cautiverio a otra.
Kevin suspiro.
– Por lo menos no nos han metido en el calabozo.
Salio a la terraza y vio que todos los coches se marchaban, excepto el de Cameron. Alzo la vista al cielo y noto que estaba oscureciendo. Ya brillaban las primeras estrellas.
Regreso a la casa y fue directamente al telefono. Levanto el auricular y oyo lo que esperaba: nada.
– ?Tiene tono? -pregunto Melanie a su espalda.
Kevin colgo el auricular y nego con la cabeza.
– Me temo que no.
– Lo suponia -dijo ella.
– Vamos a ducharnos -sugirio Candace.
– Excelente idea -dijo Melanie con fingido optimismo.
Despues de que acordaran volver a reunirse en media hora, Kevin cruzo el comedor y abrio la puerta de la cocina.
Estaba tan sucio, que no se atrevia a entrar. Olio un aroma de pollo asado.
Esmeralda se habia puesto de pie de un salto al oir la puerta.
– Hola, Esmeralda -saludo Kevin.
– Bienvenido, senor -dijo Esmeralda.
– No ha salido a recibirnos como de costumbre -senalo Kevin.
– Temia que el gerente siguiera alli -dijo la mujer-. El y el jefe de seguridad vinieron antes, dijeron que usted regresaria pronto y que no le permitirian abandonar la casa.
– Si; eso me han dicho -respondio Kevin.
– Le he preparado la cena -dijo Esmeralda-. ?Tiene ham bre?
– Mucha-respondio Kevin-, pero tenemos dos invitadas.
– Lo se. Me lo dijo el gerente.
– ?Podremos comer dentro de media hora?
– Desde luego.
Kevin respondio con una inclinacion de cabeza. Era una suerte poder contar con Esmeralda. Se volvio para marcharse, pero la mujer lo llamo. Kevin se detuvo, sujetando la puerta.
– Estan pasando muchas cosas malas en la ciudad -dijo Esmeralda-. Y no solo a usted y a sus amigas, sino tambien a gente extrana. Una prima mia que trabaja en el hospital me dijo que cuatro personas de Nueva York entraron alli.
Hablaron con el paciente al que le pusieron el higado del bonobo.
– ?Ah si? -pregunto Kevin. El que unas personas viajaran desde Nueva York para hablar con un paciente de trasplante era un acontecimiento inesperado.
– Entraron por su propia cuenta-prosiguio Esmeralda-, sin autorizacion. Dijeron que eran medicos. Llamaron a los de seguridad, y los guardias se los llevaron. Estan en el calabozo.
– Vaya -dijo Kevin mientras su mente trabajaba a marchas forzadas.
La mencion de Nueva York le recordo que una semana antes le habia telefoneado Taylor Cabot, el director ejecutivo de GenSys, para hablarle de un paciente, Carlo Franconi, que habia sido asesinado en esa ciudad. Cabot le habia preguntado si era posible detectar el trasplante al hacer la autopsia.
– Mi prima conoce a algunos de los soldados que estuvieron alli -dijo Esmeralda-. Dicen que entregaran a los americanos a los ministros. Si lo hacen, los mataran. Pense que debia saberlo.
Un escalofrio recorrio la espalda de Kevin. Sabia que Siegfried les reservaba el mismo destino a el, Melanie y Candace.
?Pero quienes eran esos neoyorquinos? ?Tendrian algo que ver con la autopsia de Carlo Franconi?
– La situacion es muy grave -dijo Esmeralda-. Y tengo miedo por usted. Se que ha ido a la isla prohibida.
– ?Y como lo sabe? -pregunto Kevin, atonito.
– La gente de la aldea habla. Cuando mencione que se habia marchado inesperadamente y que el gerente lo estaba buscando, Alphonse Kimba le dijo a mi marido que estaba seguro de que usted habia ido a la isla.
– Le agradezco su preocupacion-dijo Kevin, abstraido en sus pensamientos-. Y gracias por lo que me ha contado.
Subio a su habitacion. Cuando se miro en el espejo, se sorprendio de su aspecto sucio y cansado. Se paso la mano por la barba de dos dias y noto algo aun mas alarmante: ?Se parecia a su doble!
Despues de afeitarse, ducharse y ponerse ropa limpia, se sintio como nuevo. Mientras hacia todas esas cosas, no habia dejado de pensar en los neoyorquinos encerrados en el calabozo. Sentia curiosidad y le habria gustado ir