hasta llegar al frente. Siguiendo el plan previsto, Kevin dio la vuelta hasta la portezuela del conductor y la abrio con sigilo. Se encontraba a apenas cinco o seis metros de los soldados, que estaban al otro lado de una estera de juncos colgada del techo.
Quito el freno de mano y puso el coche en punto muerto.
Regreso junto a las mujeres e hizo senas para que empezaran a empujar.
Al principio el pesado vehiculo se resistio. Kevin levanto un pie para hacer palanca contra la pared de la casa. La estratagema surtio efecto y el coche salio de su plaza de aparcamiento.
Al borde de la arcada, la calle de adoquines descendia en una suave cuesta para que la casa no se inundara con el agua de lluvia. En cuanto las ruedas traseras pasaron este punto, el coche gano velocidad. De repente, Kevin se percato de que no era necesario seguir empujando.
– Eh -susurro Kevin al ver que la velocidad aumentaba.
Corrio a un lado del vehiculo e intento abrir la portezuela del conductor, cosa que no era facil con el coche en movimiento El Toyota estaba a medio camino de la callejuela y comenzaba a girar a la derecha, en direccion a la costa.
Finalmente, consiguio abrir la puerta y, con un salto agil, se arrojo detras del volante. Puso el freno de mano y giro el volante a la derecha para alinear el coche con la calle.
Temeroso de que sus esfuerzos hubieran llamado la atencion de los soldados, se volvio a mirarlos. Los hombres se hallaban sentados en torno a una mesa pequena, donde estaba el aparato de musica y media docena de botellas vacias.
Hacian palmas y zapateaban, completamente ajenos a las maniobras de Kevin con el coche.
Suspiro aliviado. Se abrio la otra portezuela delantera, y Melanie se sento a su lado. Candace subio al asiento trasero.
– No cerreis las puertas -susurro Kevin, que mantenia la suya entreabierta.
Quito el freno de mano. Como al principio el coche no se movia, comenzo a sacudirse hacia delante y hacia atras, hasta conseguir que comenzara a descender por la cuesta. Miro por el parabrisas trasero, maniobrando mientras el vehiculo adquiria velocidad en direccion a la costa.
Continuaron asi a lo largo de dos manzanas, pero a partir de ese punto el terreno se aplano y el coche se detuvo. Solo entonces Kevin uso la llave para encender el motor. Todos cerraron las portezuelas.
– ?Lo hemos conseguido! -exclamo Melanie.
– Hasta aqui, todo bien -asintio el.
Puso la primera, dio un largo rodeo hacia la derecha para alejarse de su casa y se dirigio al area de servicio.
– ?Estas seguro de que nadie nos ocasionara problemas en el garaje? -pregunto Melanie.
– Bueno, no puedo garantizarlo, pero no lo creo. La gente del area de servicio vive en otro mundo. Ademas, Siegfried se habra cuidado bien de que nadie se enterara de nuestra desaparicion y posterior reaparicion. Tiene que haberlo hecho si de verdad piensa entregarnos a las autoridades ecuatoguineanas.
– Espero que tengas razon -dijo ella y suspiro-. Me pregunto si no deberiamos marcharnos de la Zona en la caja de uno de los camiones, en lugar de preocuparnos por cuatro neoyorquinos a quienes ni siquiera conocemos.
– Esa gente consiguio entrar de alguna manera -dijo Ke vin-. Asi que cuento con que tengan un plan para salir. Solo nos arriesgaremos a cruzar la valla como ultimo recurso.
Entraron en la bulliciosa area de servicio, donde el resplandor de las lamparas de mercurio los obligo a entornar los ojos. Kevin aparco detras de la cabina de un camion, suspendida sobre un elevador hidraulico. Varios mecanicos estaban debajo, rascandose la cabeza.
– Esperadme aqui -dijo Kevin mientras se apeaba del Toyota.
Entro en el compartimiento y saludo a los hombres.
Melanie y Candace lo siguieron con la vista. La enfermera cruzo los dedos.
– Bueno, al menos no han corrido al telefono en cuanto lo vieron -dijo Melanie.
Las mujeres siguieron mirando. Uno de los mecanicos salio por una puerta del fondo y reaparecio poco despues cargando una larga y pesada cadena. La deposito sobre los brazos de Kevin, que se tambaleo bajo su peso.
Con paso tambaleante, Kevin echo a andar hacia el todoterreno. Su cara adquiria progresivamente un tono mas intenso de rojo. Temiendo que dejara caer la cadena, Melanie bajo del coche y abrio el maletero.
Cuando Kevin dejo la cadena, el vehiculo entero se sacudio.
– Les pedi una cadena pesada-consiguio decir-, pero no era para tanto.
– ?Que les has dicho? -pregunto Melanie.
– Les he dicho que tu coche se atasco en el barro. No sospecharon nada, aunque tampoco se ofrecieron a ayudar, desde luego.
– ?Estas seguro de que lo conseguiremos? -pregunto Candace desde el asiento trasero.
– No; pero no se me ocurre otra salida.
Durante el resto del viaje, nadie hablo. Todos sabian que era la parte mas dificil del plan. La tension aumento cuando giraron hacia el aparcamiento del ayuntamiento y apagaron las luces del coche.
La habitacion ocupada por los soldados de guardia resplandecia. Mientras se aproximaban, Kevin, Melanie y Candace oyeron musica. Este grupo de soldados tambien tenia un aparato de musica portatil y escuchaba musica africana a todo volumen.
– Contaba con que estuvieran de juerga -dijo Kevin. Dio la vuelta con el todoterreno y retrocedio hacia el edificio.
Entre las sombras de la arcada de la planta baja alcanzo a vislumbrar el alfeizar de la ventana del calabozo subterraneo.
Detuvo el coche a un metro y medio del edificio y puso el freno de mano. Los tres miraron hacia la estancia ocupada por los soldados. Debido al angulo en que se encontraban, no vieron gran cosa de la habitacion ni tampoco a ninguno de los hombres. Estos habian levantado la cortina y la habian enganchado en el techo de la arcada. En el alfeizar habia varias botellas vacias.
– Bueno, ahora o nunca -dijo Kevin.
– ?Podemos ayudar? -pregunto Melanie.
– No, quedaos donde estais.
Kevin se apeo del coche, paso por debajo del arco mas cercano y se detuvo. La musica era ensordecedora. Lo que mas le preocupaba era que si alguien se asomaba a la ventana, lo veria de inmediato, pues no habia donde ocultarse.
Miro hacia abajo y vio la ventana con barrotes. Al otro lado reinaba una oscuridad absoluta.
Se puso a gatas y luego se tendio sobre el suelo, con la cabeza sobre el alfeizar de la ventana. Acerco la cara a los barrotes y grito por encima del ruido de la musica:
– ?Eh! ?Hay alguien ahi?
– Solo nosotros, un grupo de turistas -respondio Jack-.
?Estamos invitados a la fiesta?
– Tengo entendido que son norteamericanos -dijo Kevin.
– Tanto como el pastel de manzana y el beisbol -respondio Jack.
Kevin oyo otras voces en la oscuridad, aunque no pudo descifrar las palabras.
– Supongo que sabran que corren un gran peligro -dijo.
– ?De veras? Yo creia que en Cogo recibian igual a todos los visitantes.
Kevin penso que el tipo que le respondia, quienquiera que fuese, se entenderia a las mil maravillas con Melanie.
– Intentare arrancar estos barrotes -dijo-. ?Estais todos en la misma celda?
– No. Tenemos a dos preciosas senoritas en la celda de la izquierda.
– Bien -dijo Kevin-. Empecemos por comprobar si puedo hacer algo con los barrotes.
Se levanto para ir a buscar la cadena. Cuando regreso, paso un extremo entre los barrotes.
– Atad esto varias veces alrededor de uno de los barrotes -dijo.
– Estupendo -repuso Jack-. Me recuerda las viejas peliculas del oeste.
Kevin aseguro el otro extremo de la cadena al enganche del remolque del Toyota. Cuando regreso a la