Un instante despues, oyeron chasquidos de ramas en el bosque.

– ?Dios mio! -exclamo Candace con una mano en el pecho-. ?Que demonios ha sido eso?

– Supongo que otro dsiker -respondio Kevin-. Esos pequenos antilopes estan incluso en las islas.

Melanie volvio a concentrarse en el localizador y muy pronto informo a los demas de que no habia bonobos en las proximidades.

– Desde luego -dijo Kevin con sarcasmo-. Habria sido demasiado sencillo.

Veinte minutos despues, Candace diviso un tenue haz de luz entre las ramas, un poco mas adelante.

– Debe ser el lago -aventuro Kevin.

Remaron durante unos instantes y por fin la canoa se deslizo sobre la superficie despejada del lago de los hipopotamos. Deslumbrados por la luz radiante del sol, los tres se pusieron las gafas de sol.

El lago no era grande. En realidad, parecia mas bien una laguna larga, salpicada de islotes cubiertos de matorrales y atestados de blancas ibises. Densos muros de juncos bordeaban la costa y, aqui y alli, inmaculados nenufares se alzaban sobre la superficie del agua. Cumulos de vegetacion flotante, lo bastante densos para sostener el peso de las aves mas pequenas, giraban perezosamente en circulos, empujados por la suave brisa.

A ambos lados, el limite del bosque se habia alejado de la orilla, formando vastos campos cubiertos de hierba. Algunos de ellos estaban salpicados de palmeras. A la izquierda, por encima de las copas de los arboles, las penascosas cimas del macizo de piedra caliza se divisaban claramente en la brumosa luz de la manana.

– Es muy bonito -dijo Melanie.

– Me recuerda a las pinturas sobre la epoca prehistorica -comento Kevin-. Hasta puedo imaginarme un par de brontosaurios en el fondo.

– ?Dios mio! Ya veo los hipopotamos a la izquierda! -exclamo Candace, alarmada, senalando con el remo.

Kevin miro en la direccion indicada. En efecto, sobre la superficie del agua se veian las cabezas y las orejas de una docena de esos enormes mamiferos. Posados sobre sus coronillas, unos cuantos pajaros blancos se limpiaban las plumas.

– Tranquila -dijo-. Mira como se alejan lentamente de nosotros. No nos crearan ningun problema.

– Nunca he sido una gran amante de la naturaleza -musito Candace.

– No es preciso que te justifiques -repuso Kevin, que recordaba con claridad su propia inquietud ante la fauna silvestre durante su primer ano en Cogo.

– Segun el mapa, deberia haber un camino no muy lejos, en la costa izquierda -dijo Melanie estudiando el mapa topografico.

– Si no recuerdo mal, hay un camino a lo largo de toda la orilla este del lago -repuso Kevin-. Comienza en el puente.

– Es verdad. Tiene que estar por aqui cerca, a la izquierda.

Kevin dirigio la canoa en esa direccion y busco una abertura entre los juncos.

Por desgracia, no encontro ninguna.

– Creo que tendremos que abrirnos paso con el bote entre la vegetacion -dijo.

– Desde luego -replico Melanie-. Yo no pienso bajar hasta que no haya tierra firme.

Kevin indico a Candace que dejara de remar y, con varias brazadas vigorosas, dirigio la canoa hacia el alto muro de juncos. Para sorpresa de todos, el bote se abrio paso facilmente entre la vegetacion, pese a los ruidos de raspaduras en el casco. Antes de lo que esperaban, toparon con la costa.

– Ha sido facil -dijo. Miro a su espalda para observar el sendero que habian abierto en la vegetacion, pero las canas ya habian vuelto a su posicion original.

– ?Tengo que bajar? -pregunto Candace-. No veo el suelo. ?Y si esta lleno de bichos y serpientes?

– Abrete paso con el remo le indico Kevin. En cuanto Candace salto al suelo desde la popa, Kevin remo hacia la vegetacion y consiguio acercar aun mas la canoa a la orilla. Melanie bajo sin dificultad.

– ?Que hacemos con la comida? -pregunto Kevin.

– Dejemosla aqui -respondio Melanie-. Trae solo la bolsa con el radiorreceptor direccional y la linterna. Yo ya tengo el localizador y el mapa.

Las mujeres esperaron a que Kevin saltara del bote y le indicaron que tomara la delantera. Con la bolsa de instrumentos en bandolera, Kevin echo a andar hacia el interior de la isla, apartando los juncos a su paso. El terreno era cenagoso y el barro se adheria a sus zapatos, pero unos tres metros mas alla salieron a un campo de hierba.

– Esto parece un campo, pero en realidad es una cienaga -protesto Melanie mirandose las zapatillas de tenis, que estaban empapadas y cubiertas de barro negro.

Kevin estudio el mapa para orientarse y por fin senalo a la derecha.

– El chip del bonobo numero sesenta deberia estar a menos de treinta metros de aqui, en direccion a esos arboles -dijo.

– Terminemos con esto de una vez -dijo Melanie. Tras observar el lamentable estado de sus flamantes zapatillas de tenis, hasta ella empezaba a cuestionarse su presencia alli. En Africa, nada resultaba sencillo.

Kevin echo a andar y las mujeres lo siguieron. Al principio, las irregularidades del terreno dificultaban la marcha. Aunque la hierba parecia uniforme, crecia en pequenos monticulos rodeados de agua cenagosa.

Pero a unos quince metros de la orilla, el suelo se elevo y se volvio relativamente mas seco. Unos instantes despues, llegaron a un camino.

Para su sorpresa, la senda parecia trillada. Discurria paralela a la costa del lago.

– Siegfried debe de enviar mas cuadrillas de obreros de los que creiamos -dijo Melanie-. Este camino se ha preservado muy bien.

– Tienes razon -convino Kevin-. Supongo que tienen que mantenerlos para facilitar la recogida de ejemplares. La selva es demasiado densa y avanza con rapidez. Es una suerte; el camino nos ayudara. Si no recuerdo mal, este conduce al macizo de piedra caliza.

– Si vienen por aqui para mantener los caminos, es probable que Siegfried dijera la verdad -senalo Melanie-. Puede que los obreros hicieran fuego.

– Ojala sea asi -dijo Kevin.

– Huele mal -observo Candace, olfateando el aire-. En realidad, huele a podrido.

Sus amigos olfatearon el aire y asintieron.

– Mala senal -dijo Melanie.

Kevin hizo un gesto de asentimiento y se dirigio hacia los arboles. Unos minutos despues, tapandose la nariz, los tres descubrieron el origen del repulsivo olor: los restos del bonobo numero sesenta. Los insectos devoraban el cadaver del animal y era evidente que algunos depredadores mas grandes habian participado en el festin.

Sin embargo, el estado del cadaver era menos pavoroso que la prueba de la causa de la muerte. La criatura habia recibido un golpe entre los ojos con una piedra en forma de cuna que le habia partido el craneo por la mitad. La piedra seguia en su sitio. Los globos oculares, fuera de sus orbitas, miraban en direcciones opuestas.

– ?Ay! -exclamo Melanie-. Es lo que temiamos. Esto sugiere que los bonobos no se han limitado a dividirse en dos grupos; tambien estan matandose entre si. Me pregunto si el numero sesenta y siete tambien ha muerto.

Kevin dio un puntapie a la cuna de piedra, separandola de la cabeza semidescompuesta. Los tres la miraron.

– Tambien temiamos ver esto -senalo el.

– ?A que te refieres? -pregunto Candace.

– Ese trozo de roca tiene una forma artificial -explico. Con la punta del zapato, senalo uno de los bordes de la piedra, que estaba mellado-. Al parecer, estan fabricando herramientas.

– Mas pruebas circunstanciales -dijo Melanie.

– Vamos hacia donde de el viento antes de que vomite -dijo Kevin-. No puedo soportar este olor.

Se habia alejado tres pasos en direccion este, cuando alguien lo cogio del brazo, obligandolo a detenerse. Se volvio y vio a Melanie con el dedo indice en los labios. La chica senalo al sur.

Kevin miro hacia alli y contuvo la respiracion. A unos cincuenta metros, entre las sombras de la arboleda, habia un bonobo. El animal estaba completamente erguido e inmovil, como un soldado de la guardia de honor. Parecia mirarlos con la misma atencion con que ellos lo miraban a el.

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