– Eso significa que llegariamos alli a mediodia. Y calculo que el viaje de Acalayong a Cogo nos llevaria otra hora, incluso en la embarcacion mas lenta del mundo. Si permanecemos en Cogo un par de horas, creo que podriamos volver a una hora razonable. ?Que decis?

– Yo estoy de acuerdo -dijo Warren.

Jack miro por el retrovisor.

– Podria llevaros de regreso a Bata y volver manana, chicas.

– Lo unico que me preocupa de la visita son esos soldados con rifles de asalto -dijo Laurie.

– No creo que nos causen problemas -dijo Jack-. Si tienen soldados apostados en la entrada, no creo que los necesiten en la ciudad. Claro que cabe la posibilidad de que haya otros en la costa, lo que me obligaria a poner en practica el plan C.

– ? Cual es el plan C? -pregunto Warren.

– No lo se -respondio Jack-. Todavia no lo he pensado.

?Y tu que opinas, Natalie? -anadio.

– Todo esto me parece muy interesante -respondio Natalie-. Ire con vosotros.

Tardaron casi una hora en llegar al punto del camino donde debian tomar una decision. Jack freno junto al arcen.

– ?Que hacemos, colegas? -pregunto. Queria estar absolutamente seguro-. ?Volvemos a Bata o vamos a Acalayong?

– Creo que me preocuparia mas si fueras solo -dijo Laurie-. Cuenta conmigo.

– ?Natalie? -pregunto Jack-. No te dejes influir por estos chalados. ?Que quieres hacer?

– Voy con vosotros.

– De acuerdo -dijo el. Puso el coche en marcha y torcio a la izquierda, en direccion a Acalayong.

– -

Siegfried se levanto del escritorio con una taza de cafe en la mano y fue hasta la ventana con vistas a la plaza. Estaba perplejo. En los seis anos de existencia de la operacion de Cogo, nadie habia llegado a la caseta de guardia pidiendo autorizacion para entrar. Guinea Ecuatorial no era un pais de paso ni de vacaciones.

Siegfried bebio un sorbo de cafe y se pregunto si podria haber alguna conexion entre este insolito episodio y la llegada de Taylor Cabot, el director ejecutivo de GenSys. No habia previsto ninguno de las dos visitas, y ambas se le antojaban particularmente inoportunas, dada su coincidencia con un importante problema en el proyecto de los bonobos.

Hasta que resolvieran aquel desafortunado incidente, Siegfried no queria extranos en los alrededores, e incluia al director ejecutivo en esa categoria.

Aurielo asomo la cabeza por la puerta y anuncio la visita del doctor Raymond Lyons.

Siegfried puso los ojos en blanco. Tampoco estaba contento con la presencia de Raymond.

– Hazlo pasar-ordeno de mala gana.

Raymond entro en el despacho, luciendo su bronceado y su habitual aspecto saludable. Siegfried envidiaba la apariencia aristocratica del hombre y el hecho de que tuviera sus dos brazos sanos.

– ?Ha localizado a Kevin Marshall? -pregunto Raymond.

– No; todavia no -respondio Siegfried, molesto por el tono de Raymond.

– Tengo entendido que han pasado cuarenta y ocho horas desde la ultima vez que lo vieron. ?Quiero que lo encuentren!

– Sientese, doctor -dijo Siegfried con brusquedad. Raymond vacilo un instante. No sabia si enfadarse o intimidarse por la subita agresividad del gerente de la Zona-. ?He dicho que se siente!

Raymond obedecio. El cazador furtivo, con su horrible cicatriz y su brazo paralizado, podia resultar amedrentador, sobre todo rodeado de sus multiples presas.

– Debo aclararle un punto con respecto a las jerarquias -dijo Siegfried-. Usted no me da ordenes. Por el contrario, mientras usted se encuentre aqui en calidad de invitado, debera acatar las mias. ?Lo ha entendido?

Raymond se dispuso a protestar, pero se lo penso mejor.

Sabia que, desde un punto de vista puramente formal, Siegfried tenia razon.

– Y ya que estamos hablando claro -anadio Siegfried-, ?donde esta mi bonificacion por el ultimo trasplante? En el pasado, siempre me la entregaron cuando el paciente abandonaba la Zona para regresar a Estados Unidos.

– Es verdad -respondio Raymond con nerviosismo-, pero ha habido gastos importantes. Tenemos varios clientes nuevos apalabrados, y se le pagara en cuanto recibamos las cuo tas de ingreso.

– No crea que puede darme largas asi como asi.

– Claro que no.

– Y otra cosa -dijo Siegfried-: ?Hay alguna forma de adelantar la partida del director ejecutivo? Su presencia aqui, en Cogo, interfiere en nuestro trabajo. ?No puede poner como excusa la salud del paciente?

– No veo como. Esta informado de que el paciente esta en condiciones de viajar. ?Que mas puedo decirle?

– Piense en algo.

– Lo intentare -dijo Raymond-. Entretanto, le ruego que haga todo lo posible para localizar a Kevin Marshall. Estoy preocupado por su desaparicion. Temo que cometa alguna imprudencia.

– Creemos que fue a Coco Beach, en Gabon -dijo Siegfried, satisfecho con el subito tono servil de Raymond.

– ?Esta seguro de que no fue a la isla?

– No podemos estar totalmente seguros -admitio Siegfried-. Pero no creemos que lo haya hecho. Aunque hubiera ido alli, no habria podido quedarse. Ya deberia estar de vuelta. Han pasado cuarenta y ocho horas.

Raymond se puso en pie y suspiro.

– Ojala apareciera de una vez. Estoy muy preocupado por el, sobre todo ahora que Taylor Cabot se encuentra aqui. Es un problema mas entre los tantos que hemos tenido ultimamente en Nueva York, problemas que han amenazado el proyecto y me han hecho la vida imposible.

– Seguiremos buscandole aseguro Siegfried.

Intentaba parecer comprensivo, pero en realidad se preguntaba como reaccionaria Raymond cuando se enterara de que estaban enjaulando a los bonobos para trasladarlos al Centro de Animales. Todos los demas problemas parecian una nimiedad comparados con la noticia de que los animales estaban matandose entre si.

– Vere si se me ocurre algo para convencer a Taylor Cabot de que adelante su viaje -dijo Raymond mientras se dirigia a la puerta-. Si es posible, le agradecere que me informe de cualquier novedad acerca del paradero de Kevin Marshall.

– Desde luego -dijo Siegfried con cordialidad.

Observo con satisfaccion como el orgulloso doctor se retiraba con el rabo entre las piernas. Pero de inmediato recordo que Raymond venia de Nueva York. Corrio a la puerta y alcanzo a Raymond en las escaleras.

– Doctor -llamo Siegfried con fingido respeto. Raymond se detuvo y miro hacia atras-. ?Por casualidad no conocera a un medico llamado Jack Stapleton?

Raymond palidecio, y su reaccion no paso inadvertida a los ojos de Siegfried.

– Sera mejor que vuelva usted a mi despacho -dijo el gerente de la Zona.

Siegfried cerro la puerta detras de Raymond, quien de inmediato le pregunto donde habia oido el nombre de Stapleton.

Siegfried rodeo su escritorio y se sento, senalando una silla a Raymond. El gerente estaba intranquilo. Habia asociado vagamente la inesperada visita de los medicos con Taylor Cabot, pero no se le habia ocurrido que pudiera tener alguna relacion con Raymond.

– Poco antes de que usted llegara, me llamaron desde la caseta de guardia -explico-. El guardia marroqui me dijo que varias personas en una furgoneta querian entrar a echar un vistazo a la Zona. Nunca habiamos recibido visitas inesperadas con anterioridad. La furgoneta la conducia un tal doctor Jack Stapleton, de Nueva York.

Raymond se enjugo el sudor de la frente, luego se paso las dos manos por el pelo. No dejaba de decirse que aquello no podia estar ocurriendo, puesto que, en teoria, Vinnie Dominick se habia ocupado de Jack Stapleton y Laurie Montgomery. Raymond no habia llamado para averiguar que les habia pasado, pues no queria conocer los detalles. Cuando uno paga veinte mil dolares por un trabajo, no tiene que preocuparse por los detalles… Al menos

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