Oia la respiracion de Jansson en el auricular.

– ?A que hora? -pregunto al fin.

– Manana no tienes que llevar correo. ?Podrias estar aqui a las diez?

Harriet se paso el dia descansando mientras yo me encargaba de los preparativos para el viaje. Me preguntaba si aguantaria tanto esfuerzo. Pero, en realidad, ese no era mi problema. Lo unico que yo tenia que hacer era cumplir mi promesa. Solo eso. Descongele la liebre y la puse en el horno para la cena. Mi abuela tenia una receta copiada a mano en uno de sus libros de cocina. Yo habia seguido sus consejos culinarios con exito en otras ocasiones, como tambien sucedio en esta. Cuando nos sentamos a la mesa, Harriet tenia nuevamente los ojos llorosos. Comprendi que el tintineo que de vez en cuando se oia desde su habitacion no era de los frascos de medicinas, sino de una botella de alcohol o de vino. Harriet se encerraba a beber a escondidas en su habitacion. Hinque el diente en el asado y pense que el viaje hasta la laguna helada podia resultar mas complicado aun de lo que yo me habia imaginado.

La liebre estaba riquisima. Pero Harriet apenas la probo. Yo sabia que los enfermos de cancer solian sufrir una perdida cronica de apetito.

Despues tomamos cafe. Les eche los restos del asado al perro y al gato. Suelen ser capaces de compartir la comida sin pelearse y sin aranarse. A veces los veo como una pareja de ancianos, igual que mi abuelo y mi abuela.

Le dije que Jansson vendria al dia siguiente, le di las llaves de mi coche y le explique como era y donde estaba aparcado. Podia esperarme alli mientras yo llegaba a tierra a traves del mar helado.

Harriet tomo la llave y se la guardo en el bolso. De repente me pregunto si nunca la habia echado de menos en todos aquellos anos.

– Si -respondi-. Te eche de menos. Pero la anoranza solo consigue abatirme. Me infunde temor.

Harriet no me hizo mas preguntas, sino que se marcho a su habitacion y, cuando volvio, sus ojos estaban aun mas vidriosos. Aquella noche no hablamos mucho. Creo que los dos teniamos miedo de estropear el viaje. Ademas, siempre nos resulto facil estar juntos en silencio.

Nos sentamos a ver una pelicula cuyos protagonistas se devoraban unos a otros. Cuando termino, no lo comentamos en absoluto. Pero estoy seguro de que los dos pensabamos lo mismo.

Era una pelicula muy mala.

Aquella noche tuve un sueno inquieto.

Intentaba imaginarme todo lo que podia salir mal durante el viaje que nos aguardaba. Al mismo tiempo, me preguntaba si Harriet me habria dicho toda la verdad. Albergaba la creciente sensacion de que lo que ella queria, en realidad, era otra cosa, que la razon por la que habia venido a buscarme despues de tantos anos era otra.

Antes de que, por fin, lograse conciliar el sueno, decidi que me conduciria con cautela. Naturalmente, yo no podia predecir lo que sucederia.

Deseaba, ante todo, estar preparado.

El desasosiego persistia con su muda voz de alarma.

6

Hacia una manana clara y sin viento cuando partimos.

Jansson llego puntual con su hidrocoptero. Subio a bordo el andador y despues echo una mano a Harriet para que se acomodase en el asiento que quedaba detras de su ancha espalda. No le dije nada de que yo tambien partiria. La proxima vez que viniese y no me encontrase en el muelle, subiria hasta la casa. Tal vez pensaria que me habia muerto alli dentro. Asi que le escribi una nota y se la puse en la puerta: «No estoy muerto».

El hidrocoptero desaparecio tras el golfo. Le habia puesto a mis botas un par de viejos crampones para no resbalar por el hielo.

Mi mochila pesaba nueve kilos. Habia comprobado el peso en la bascula de bano de mi abuela. Caminaba deprisa, pero procurando no transpirar. Andar sobre mares helados me inspira siempre una sensacion de temor. Justo en las proximidades de la parte este del golfo del archipielago hay una fosa llamada Lersankan. Su punto mas profundo esta a cincuenta y seis metros. Es como hallarse encima de un fragil tejado sobre un abismo.

Entrecerre los ojos. El sol, que se reflejaba en el hielo, brillaba intensamente. Vi a lo lejos a varias personas que hacian esqui de fondo. Iban camino de las islas mas alejadas. Por lo demas, el hielo estaba vacio. En invierno, el archipielago era como un desierto. Un mundo abandonado con alguna que otra caravana de gente que hacia esqui de fondo. Y algun que otro nomada como yo. Por lo demas, nada.

Cuando llegue a tierra, al viejo puerto pesquero que casi nadie utilizaba ya, Harriet me aguardaba sentada en el coche. Guarde el andador en el maletero y me sente al volante.

– Gracias -dijo Harriet-. Gracias por cumplir tu promesa.

Y me acaricio fugazmente el brazo. Puse el motor en marcha y comenzamos nuestra larga andadura hacia el norte.

El viaje no empezo bien.

Apenas dos kilometros despues de la partida se nos cruzo un alce en el camino. Fue como si el animal hubiese estado esperando entre bambalinas e hiciese su repentina entrada en escena cuando pasabamos. Di un frenazo y, con gran dificultad, logre evitar la colision con el pesado cuerpo del rumiante. El coche se deslizo por la resbaladiza carretera, no pude controlarlo y nos atascamos en un monticulo de nieve que habia en el arcen. Todo sucedio muy rapido. Yo solte un grito, pero Harriet no abrio la boca. Nos quedamos sentados y en silencio. El alce desaparecio a grandes zancadas hacia el corazon del espeso bosque.

– No iba a mucha velocidad -explique en un patetico e innecesario intento por excusarme. Como si hubiese sido culpa mia que el alce hubiese aguardado en el soto para plantarse de pronto en mitad de la carretera.

– Bueno, no ha pasado nada -contesto Harriet.

Me quede mirandola. Tal vez uno no se inquiete por la aparicion de un alce cuando sabe que va a morir pronto.

El coche estaba atrapado. Tome la pala y me puse a quitar la nieve que habia alrededor de las ruedas y despues corte unas ramas de abeto y las coloque sobre la calzada. El coche salio de un empellon y pudimos continuar. Note que tenia el pulso acelerado. La gente que no padece una enfermedad mortal reacciona con miedo a la aparicion de un alce en su camino.

Despues de recorridos unos diez kilometros, note que el coche empezaba a desviarse hacia la izquierda. Me detuve en el arcen y sali. Se me habia pinchado una de las ruedas delanteras. Pense que el viaje no habria podido empezar peor. El tener que arrodillarse, atornillar tuercas y manejar los sucios neumaticos se me antoja una experiencia desagradable. La exigencia de esterilidad del cirujano aun pervive en mi.

Cuando por fin hube cambiado la rueda, estaba empapado en sudor. Ademas, me sentia indignado. Jamas conseguiria encontrar la laguna. Harriet sufriria un colapso y, con toda probabilidad, habria alguien en su entorno que se presentaria para acusarme de haber actuado de modo irresponsable al salir de viaje con una persona gravemente enferma.

Proseguimos nuestro viaje.

La carretera, flanqueada por elevados montones de nieve, estaba resbaladiza. Nos cruzamos con un par de camiones y dejamos atras un viejo Amazon que habia estacionado en el arcen y del que salio un hombre con un perro. Harriet no hablaba, solo miraba por la ventanilla.

Empece a pensar en el viaje que en una ocasion hice con mi padre. Lo habian despedido por negarse a trabajar por las noches en el restaurante en el que acababan de contratarlo. Partimos desde Estocolmo hacia el norte y pasamos la noche en un hotel barato situado a las afueras de Gavie. Creo recordar que se llamaba Furuvik, pero puede que me equivoque. Dormimos en la misma habitacion, era el mes de julio y hacia bochorno, uno de esos calurosos veranos de finales de la decada de los cuarenta.

Puesto que mi padre habia trabajado en uno de los restaurantes mas renombrados de Estocolmo, habia ganado bastante dinero. Fue durante un periodo en que mi madre lloraba especialmente poco. Un dia, mi padre

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