me quede durante un mes como aprendiza de un viejo maestro zapatero que confeccionaba zapatos para los pies mas ricos del mundo. Cada par era como un Stradivarius. Solia describir los pies como seres con personalidad propia. Asi, habia una cantante de opera, ya no recuerdo su nombre, cuyos pies el describia como malvados, pues nunca se tomaban en serio los zapatos ni les mostraban respeto. Los pies de un hombre de negocios hungaro, en cambio, si parecian sentir carino por su calzado. De aquel anciano aprendi no solo sobre zapatos, sino tambien sobre arte. A partir de entonces, vender zapatos ya nunca fue lo mismo.

– La mayoria de los viajes de nuestra vida nunca se realizan -le dije-. O los emprendemos en nuestro interior. La ventaja es que siempre hay espacio suficiente para las piernas cuando uno viaja por las vias aereas internas.

Reanudamos el viaje.

Me habia puesto a pensar donde pasariamos la noche. Aun no habia empezado a atardecer, pero yo prefiero no conducir de noche. Desde hace unos anos veo peor cuando esta oscuro.

El paisaje invernal gozaba de una belleza especial por su uniformidad. Atravesabamos un entorno en el que no sucedia practicamente nada.

Claro que aquello eran figuraciones mias. Siempre ocurre algo que viene a romper la uniformidad. Justo cuando acababa de pasar por la cima de una colina, ambos descubrimos al mismo tiempo la presencia de un perro sentado junto al arcen. Frene para no atropellado si echaba a correr hacia la carretera. Cuando lo dejamos atras, Harriet dijo que el perro llevaba una correa. Vi por el espejo retrovisor que nos seguia. Volvi a frenar y el animal nos alcanzo.

– Viene siguiendonos -constate.

– Creo que lo han abandonado.

– ?Por que iba a ser un perro abandonado?

– Los perros que corren tras los coches suelen ladrar, pero este no ladra.

Harriet tenia razon. Me desvie al arcen y detuve el coche. El perro se sento con la lengua fuera. Extendi el brazo para acariciarlo y no se aparto. Lo tome por la correa y vi que habia grabado en ella un numero de telefono. Harriet saco su movil y marco el numero. Cuando empezo a oirse el tono de llamada, me dio el aparato. Pero nadie contesto.

– No hay nadie.

– Si continuamos, el perro seguira corriendo detras de nosotros hasta reventar.

Harriet marco otro numero de telefono. Cuando empezo a hablar, comprendi que habia llamado al servicio de informacion telefonica.

– El abonado se llama Sara Larsson y vive en la granja Hogtunet, en Rodjeby. ?Tenemos algun mapa?

– Ninguno tan detallado.

– No podemos dejar al perro aqui, en la carretera.

Sali y abri la puerta trasera. El perro entro de un salto y se acurruco en el asiento. «Un perro solitario», me dije. «Como un ser humano muy solo.»

Tras haber recorrido unos diez kilometros, llegamos a una pequena aldea en la que habia un comercio. Entre y pregunte por la granja Hogtunet. El dependiente, que era joven y llevaba una gorra con la visera hacia atras, me dibujo un mapa.

– Nos hemos encontrado un perro -le explique.

– Sara Larsson tiene un spaniel -contesto el dependiente-. ?Tal vez se alejo de la granja y se perdio?

Volvi al coche, le entregue a Harriet el mapa dibujado por el dependiente y di la vuelta por la misma carretera por la que habiamos llegado. El perro seguia enroscado en el asiento trasero. Me di cuenta de que estaba alerta. Harriet me guio hacia un desvio que apenas se distinguia entre los montones de nieve. Fue como entrar en un mundo donde todas las direcciones y puntos cardinales hubiesen dejado de existir. La carretera caracoleaba por entre los abetos vencidos por el peso de la nieve. Estaba despejada de nieve, pero ningun coche habia transitado por ella desde la ultima vez que nevo.

– Hay huellas de animal -observo Harriet-. Conducen hacia atras, hacia la carretera.

El perro se habia sentado. Olisqueaba mirando por la luna delantera con las orejas alerta. La piel se le estremecia, como si tuviese frio. Cruzamos un viejo puente de piedra y, al borde del arcen, se atisbaban fincas abandonadas. El bosque se abrio de pronto. Sobre una colina se alzaba una casa que llevaba muchos anos sin pintar. Tambien habia un trastero y un cobertizo medio derruido. Me detuve y deje salir al perro, que echo a correr hacia la puerta y empezo a aranarla para luego sentarse a esperar. Observe que no salia humo de la chimenea. Las ventanas estaban cubiertas de escarcha. La lampara de la escalinata estaba apagada. Y no me gusto lo que vi.

– Es como contemplar un cuadro -opino Harriet-. Lo han expuesto aqui, en el bosque, como si fuera el caballete de la naturaleza. El artista se ha marchado.

Sali del coche y saque el andador. Harriet nego con un gesto, pues preferia quedarse dentro. Me detuve en el jardin y aguce el oido. El perro seguia inmovil sentado sin apartar los ojos de la puerta. De entre la nieve, como un pecio, sobresalia una quitanieves oxidada. Todo parecia abandonado y no se veian por ninguna parte otras huellas que las del perro. Me sentia cada vez mas incomodo. Subi la escalinata y llame a la puerta. El perro se puso de pie de un salto.

– ?Quien me abrira la puerta? -le pregunte en un susurro-. Dime, ?a quien esperas? ?Por que estabas solo en la carretera nacional?

Volvi a golpear la puerta y tantee el picaporte. La llave no estaba echada. El perro se colo por entre mis piernas hacia el interior de la casa. Olia a cerrado, no porque no la hubiesen aireado, sino como si el tiempo se hubiese detenido y hubiese comenzado a despedir un olor a decadencia. El animal corrio hacia lo que yo intui era la cocina, pero regreso enseguida. Di una voz, pero nadie respondio. A mi izquierda habia una habitacion con muebles antiguos y un reloj cuyo pendulo se movia mudo tras el cristal. A la derecha se hallaba la escalera que conducia al piso de arriba. Segui al perro y me detuve en la puerta de la cocina.

En el suelo de linoleo gris yacia boca abajo el cuerpo de una anciana. Comprendi al momento que estaba muerta. Pese a todo, hice lo que habia que hacer, me arrodille y le busque el pulso en el cuello, en la muneca y en la sien. En realidad, no era necesario, puesto que el cuerpo estaba helado y rigido a aquellas alturas. Supuse que era Sara Larsson. Hacia frio en la cocina, pues la ventana estaba entreabierta. Adivine que por alli habria salido el perro para ir en busca de ayuda. Me levante y mire a mi alrededor. La cocina estaba en perfecto orden. Lo mas probable era que Sara Larsson hubiese muerto por causas naturales. Se le pararia el corazon, una vena habria reventado en su cerebro. Calcule que tendria entre ochenta y noventa anos. Llevaba el abundante cabello gris recogido en un mono en la nuca. Con sumo cuidado le di la vuelta al cadaver. El perro observaba mis movimientos con gran interes. Una vez que la mujer estuvo boca arriba, el animal se acerco a olisquearle el rostro. Era como si estuviese contemplando otro cuadro, distinto al que habia visto Harriet. Este representaba una soledad imposible de revestir con palabras. El rostro de la mujer muerta era hermoso. Hay una clase especial de belleza que solo se advierte en los rostros de mujeres de edad muy avanzada. En su cara surcada de arrugas se ven todas las senales y los recuerdos de la vida pasada. Mujeres ancianas, cuyos cuerpos ya reclama la tierra.

Pense en mi padre, en los ultimos dias antes de su muerte. El cancer se extendia por todo su cuerpo. Junto a su lecho de muerte tenia un par de zapatos cepillados de forma impecable. Pero no decia nada. Temia tanto a la muerte que enmudecio. Y perdio tanto peso que estaba irreconocible. La tierra tambien gritaba pidiendo su cuerpo.

Fui hasta donde se encontraba Harriet, que habia salido del coche y esperaba apoyada en el andador. Vino conmigo hasta el interior de la casa y se agarro con fuerza a mi brazo para subir la escalinata. El perro seguia en la cocina.

– Esta en el suelo -le explique-. Esta muerta y rigida y el rostro presenta un tono amarillento. No tienes por que verla.

– No temo a la muerte. Lo unico que me resulta desagradable es tener que estar muerta tanto tiempo.

«Estar muerto tanto tiempo.»

Despues recordaria aquellas palabras de Harriet mientras estabamos en el penumbroso vestibulo, a punto de entrar en la cocina donde yacia la mujer muerta.

Ambos guardabamos silencio. Luego echamos un vistazo a la casa. Buscaba indicios de que hubiese algun pariente con el que poder ponerme en contacto. Hubo un tiempo en que tambien vivia en la casa un hombre. Se

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