deducia de las fotografias que colgaban de las paredes. Pero por entonces ella vivia sola con su perro. Cuando baje del piso de arriba, Harriet estaba cubriendo el rostro de Sara Larsson con un pano. Le costo un gran esfuerzo agacharse. El perro se habia tumbado en su cesta, junto a los fogones, y seguia nuestros movimientos con expresion vigilante.

Llame a la policia. Me llevo un rato hacerles entender donde me encontraba.

Salimos a la escalinata con la intencion de esperar fuera. Ambos nos sentiamos sobrecogidos. No deciamos nada, pero note que intentabamos permanecer cerca el uno del otro. Al cabo de un rato, vimos los faros cortando el bosque y un coche de policia se detuvo ante la casa. Los policias que salieron del coche eran muy jovenes. Uno de ellos, una mujer con el cabello largo y rubio recogido en una cola de caballo bajo la gorra del uniforme, no aparentaba mas de veinte anos, quiza veintiuno. Se llamaban Anna y Evert. Entraron en la cocina. Harriet se quedo en la escalera mientras yo los acompanaba.

– ?Que sera del perro?

– Nos lo llevaremos.

– ?Que ocurrira despues?

– Tendremos que dejarlo en un calabozo hasta que encontremos a algun familiar que lo reclame. De lo contrario, ira a parar a la perrera. En el peor de los casos, lo mataran.

Los receptores que llevaban en los cinturones emitian un carraspeo incesante. La joven anoto mi nombre y mi numero de telefono.

Nos dijo que no tendriamos que esperar mucho tiempo. Me acuclille ante la cesta para acariciar al spaniel. ?Como se llamaria? ?Que seria de ella ahora?

Avanzabamos a traves del creciente ocaso. A la luz de los faros veia indicadores con nombres de lugares de los que jamas habia oido hablar.

Conducir a traves de un paisaje nevado es como haber traspasado la barrera del sonido. Todo es silencio, tanto a tu alrededor como en tu interior. El verano o la primavera rebosan de sonidos. Nunca hay silencio. Pero el invierno es mudo.

Llegamos a un cruce. Me detuve y divise una senal en la que se anunciaba que, despues de recorrer nueve kilometros, llegariamos a la hospederia de Ravhyttan. No tenia ni idea de que tipo de lugar seria, pero Harriet y yo teniamos que encontrar algun sitio donde pasar la noche.

La hospederia resulto ser un edificio parecido a una casa senorial con dos alas que se erguia sobre una gran zona ajardinada. Habia muchos coches aparcados ante la fachada principal.

Deje a Harriet en el coche y entre en el bien iluminado vestibulo, donde un hombre de edad avanzada y actitud ausente tocaba un viejo piano. Al oirme llegar se levanto. Le pregunte si tenian habitaciones libres para una noche.

– Esta casi completo. Tenemos un gran grupo que celebra el regreso de un familiar estadounidense.

– ?No disponeis de ninguna habitacion libre?

El hombre escruto el libro de reservas.

– Nos queda una.

– Necesito dos.

– Bueno, tenemos una habitacion doble con vistas al lago. En la primera planta, muy silenciosa. Estaba reservada, pero uno de los miembros del grupo se puso enfermo. Esa es la que nos queda.

– ?Tiene dos camas? ?Con una mesilla en medio?

– Hay una cama doble, comodisima. Nadie se ha quejado nunca de que resulte dificil dormir en ella. Uno de los principes mas ancianos del pais, ya fallecido, durmio en ella en numerosas ocasiones, y jamas se quejo. Pese a que soy monarquico, he de admitir que nuestros huespedes de la realeza a veces pueden ser extremadamente exigentes. Tanto la generacion de mas edad como la mas joven.

– ?Puede dividirse la cama?

– No, salvo con una sierra.

Sali y le explique a Harriet la situacion. Una habitacion y una cama doble. Podiamos seguir nuestro camino y buscar en otro lugar.

– ?Hay comida? -pregunto Harriet-. Yo puedo dormir en cualquier sitio.

Volvi, pues, a la hospederia. La melodia que el hombre intentaba interpretar al piano me resultaba familiar. Me sonaba a alguna cancion que habia sido muy popular en mi juventud. Harriet seguro que sabia cual era.

Pregunte si servian cenas.

– Tenemos una degustacion de vinos que les recomiendo.

– ?Eso es todo?

– ?No es suficiente?

La respuesta dejo traslucir su displicencia.

– Nos quedamos con la habitacion -le dije-. Nos quedamos con la habitacion y nos encantara disfrutar de la degustacion.

Volvi a salir y le ayude a Harriet a salir del asiento. Note que aun sufria dolores. Caminamos despacio por la nieve, subimos por la rampa para las sillas de ruedas y entramos en el calido ambiente. El hombre estaba otra vez sentado al piano.

– Non ho l'eta -dijo Harriet-. Nosotros la bailabamos. ?Recuerdas quien la cantaba? Gigliola Cinquetti. Gano el festival de Eurovision en 1963 o 1964.

Lo recordaba. Al menos, me empene en que asi era. Despues de todos aquellos anos de soledad en la isla de mis abuelos, ya no confiaba en mi memoria.

– Bajare a formalizar el registro mas tarde -le dije-. Primero, vamos a la habitacion.

El hombre tomo una llave y nos condujo por un largo pasillo que desembocaba en una unica puerta con el numero incrustado en la oscura madera. Ocupariamos la habitacion numero tres. Abrio con la llave y encendio la luz. Era amplia y muy hermosa. Pero la cama doble era mas pequena de lo que yo habia imaginado.

– La cocina cierra dentro de una hora.

El hombre se marcho y Harriet se dejo caer pesadamente y se sento en el borde de la cama. De pronto, la situacion se me antojo irreal. ?En que me habia metido? ?Iba a compartir la cama con Harriet despues de tanto tiempo? ?Por que lo consentia ella?

– Seguro que hay algun sofa en el que yo pueda dormir -le dije.

– A mi me da igual -aseguro Harriet-. Nunca me has dado miedo. Y yo, ?te doy miedo a ti? ?Temes que te aseste un hachazo mientras duermes? Necesito estar a solas un momento. Me gustaria comer dentro de media hora. Y no te preocupes. Pagare mi parte.

Fui a la recepcion, donde el hombre seguia al piano, y formalice el registro. Desde la parte del comedor que estaba separada por una puerta corredera se oia el murmullo del grupo que le daba la bienvenida a su pariente americano. Entre en una de las salas y me sente a esperar. Habia sido un dia muy largo. Me sentia inquieto. Los dias siempre transcurrian lentos en la isla. Ahora me sentia como atacado por unas fuerzas de las que no me veia capaz de defenderme.

Por la puerta entreabierta vi que Harriet se acercaba por el pasillo apoyada en su andador. Era como si viniese remando a bordo de una extrana embarcacion. Avanzaba con paso vacilante. ?Habria vuelto a beber? Entramos en el comedor. La mayoria de las mesas estaban vacias. Una solicita camarera de piernas hinchadas y doloridas nos asigno una mesa en un rincon. Tal y como mi padre me habia ensenado, comprobe si los zapatos que llevaba la camarera eran buenos y adecuados. Y lo eran, pero estaban sucios. A diferencia de lo que habia sucedido la vez anterior que nos detuvimos a comer, en esta ocasion Harriet si tenia hambre. Yo, en cambio, no. Pero bebi ansioso los vinos que nos iba ofreciendo un joven escualido con el rostro sembrado de acne. Harriet le hizo algunas preguntas, pero yo me limite a apurar lo que me servian. Eran vinos australianos y algunos de Sudafrica. Pero ?que importancia tenia eso? En aquel momento, lo unico que me interesaba era el vertigo.

Brindamos y note que Harriet se emborrachaba enseguida. No era solo yo quien bebia demasiado. ?Cuando fue la ultima vez que me emborrache hasta el punto de no poder controlar mis movimientos? En contadas ocasiones, cuando la melancolia se aduenaba de mi en la isla, me sentaba a beber en la cocina. Siempre acababa echando a la calle al perro y al gato y durmiendome vestido en la cama sin deshacer. Durante los seis meses de invierno apenas me sucedia. Eran mas bien las claras tardes de primavera o de principios de otono; entonces la angustia hacia su aparicion y yo sacaba algunas de las botellas que siempre tenia a mano. A

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