encuentro con Harriet me habia dejado exhausto. Ni que decir tiene que temia las acusaciones que sabia me esperaban. Y ?que podia decirle, en realidad? Nada.

Me quede dormido en la silla.

Ya era medianoche cuando desperte con un tiron en el cuello. Fui a la cocina y aplique el oido a la puerta de la habitacion donde dormia Harriet. Silencio. No se veia luz por la rendija de la puerta. Limpie la cocina, saque del congelador una barra de pan y un bizcocho, deje entrar al gato y al perro y fui a acostarme. Pero no podia conciliar el sueno. Me lo impedian los golpes de la puerta de acceso a todo cuanto yo creia ya pasado para siempre. Era como si Harriet y el tiempo que vivi con ella me hubiesen alcanzado como un potente vendaval.

Me puse el albornoz y baje de nuevo a la cocina. Los animales dormian. Fuera estabamos a siete grados bajo cero. En el sofa de la cocina estaba el bolso de Harriet. Lo puse en la mesa y lo abri. Tenia un peine y un cepillo, el monedero, unos guantes, un llavero, un movil y dos frascos de medicinas. No conocia el nombre de los preparados. Asi que intente leer los componentes con el fin de comprender para que las usaba. Eran analgesicos y antidepresivos. Recetados por un tal doctor Arvidsson de Estocolmo. Empece a sentir cierto desasosiego. Segui registrando su bolso. En el fondo habia una agenda desgastada, muy usada y llena de numeros de telefono. Al abrirla por la letra uve doble, vi con asombro que el numero de telefono que tuve en Estocolmo a mediados de los sesenta seguia alli.

Ni siquiera estaba tachado.

?Habia tenido la misma agenda durante tantos anos? Estaba a punto de volver a guardarla en el bolso, cuando vi que habia un papel entre las paginas. Lo abri y lei lo que ponia.

Despues, me fui al vestibulo. El perro estaba sentado a mi lado.

Seguia sin saber por que habia venido Harriet a mi isla.

Pero lo que habia encontrado en el bolso era un documento en el que se le comunicaba que estaba gravemente enferma y que le quedaba poco tiempo de vida.

5

El viento soplaba, luego cesaba, y asi durante toda la noche.

Dormi mal y me quede tumbado escuchando los silbidos. Puesto que azotaba mas la ventana de la fachada norte que la de aquella que da al este, pude determinar la direccion. Viento racheado del noroeste. Lo anotaria en mi diario al dia siguiente. Pero me preguntaba si seria capaz de escribir que Harriet habia venido a visitarme.

Ella dormia en la cama plegable, bajo el suelo de mi habitacion. Repase mentalmente, una y otra vez, el documento que habia encontrado en su bolso. Tenia cancer de estomago, que se habia extendido a otras partes del cuerpo mediante metastasis. Las sesiones de quimioterapia no habian surtido mas que un efecto transitorio y se excluia la posibilidad de intervenir. El 12 de febrero debia presentarse en el hospital para hablar con su medico.

Yo aun era medico, lo suficiente como para poder interpretar el documento. Harriet iba a morir. Los remedios que se habian adoptado no la sanarian, apenas si prolongarian su vida. El dolor, en cambio, podia mitigarse. Estaba a punto de entrar en la fase terminal y paliativa, en terminos medicos.

Ningun remedio, pero sufrimiento innecesario, tampoco.

Mientras pensaba tumbado en la oscuridad, una idea me daba vueltas en la cabeza: era Harriet quien iba a morir, no yo. Pese a que fui yo quien cometio el gran pecado al abandonarla, era ella la que resultaba castigada. Yo no creo en Dios. Salvo por un periodo muy breve durante mis primeros anos de estudios de medicina, jamas me he visto afectado por remordimientos religiosos. Nunca he mantenido conversacion alguna con los representantes de lo extraterrenal. Ninguna voz interior me ha exhortado a arrodillarme. En ese momento, ahi tumbado, me sentia aliviado de no ser yo el enfermo. No dormi mucho esa noche. Me levante a orinar dos veces y ambas fui a escuchar junto a la puerta de Harriet. Tanto ella como el hormiguero parecian dormir.

A las seis de la manana me levante por fin.

Fui a la cocina y vi con asombro que ella ya habia desayunado. Al menos habia tomado cafe. Se habia calentado los restos de la tarde anterior. El perro y el gato estaban fuera. Harriet debia de haberlos dejado salir. Abri la puerta. Una fina capa de nieve recien caida se habia extendido sobre la antigua capa durante la noche. Habia huellas de las patas del perro y del gato. Pero tambien las de una persona.

Harriet habia salido.

Intente ver algo en la oscuridad. El alba tardaria aun en llegar. ?Se oia algo? El viento seguia soplando de forma intermitente. Las tres huellas conducian en la misma direccion, hacia la parte posterior de la casa. No tuve que caminar mucho. Entre los manzanos hay un viejo banco de madera en el que solia sentarse mi abuela. Alli tejia con sus ojos miopes, o descansaba con las manos en el regazo escuchando el continuo murmullo del mar. Pero no era la fantasmal figura de la abuela la que ahora ocupaba el banco, sino la de Harriet. Habia encendido una vela que tenia en el suelo y se habia sentado de modo que la roca contigua la resguardase del viento. El perro estaba tumbado a sus pies. Tenia el mismo aspecto que el dia anterior, cuando la descubri en medio del hielo. El gorro hasta las orejas y la bufanda alrededor. Fui a sentarme a su lado. Nos encontrabamos a varios grados bajo cero pero, como el viento nocturno habia remitido, el frio no resultaba tan insoportable.

– Esto es muy hermoso -afirmo ella.

– Esta oscuro. No creo que veas nada. Ni siquiera se oye el mar, puesto que esta congelado.

– He sonado que el hormiguero crecia alrededor de la cama.

– Si quieres, puedo poner la cama en la cocina.

El perro se levanto y se marcho. Avanzaba con movimientos cautos, pues un perro que carece del sentido del oido debe de sentirse angustiado. Le pregunte a Harriet si habia notado que el perro estaba sordo. Pero me dijo que no. El gato se acerco lentamente. Nos observo y volvio a desaparecer en la oscuridad. Tuve el mismo pensamiento de siempre, que nadie conoce los caminos de un gato. Y yo, ?conocia yo los mios? Y Harriet, ?conocia ella los suyos?

– Como es natural, te preguntaras por que he venido hasta aqui -dijo Harriet.

La llama de la vela danzaba en la noche, sin llegar a apagarse.

– No esperaba que vinieras.

– ?Te habias imaginado alguna vez que volverias a verme? ?Lo has deseado alguna vez?

No conteste. Una persona que ha abandonado a otra sin explicarle la razon no tiene, en el fondo, nada que decir. Hay desenganos que no pueden ni perdonarse ni apenas explicarse. Y lo que yo le habia hecho a Harriet era precisamente eso. De modo que no conteste. Me quede sentado mirando la llama de la vela y esperando.

– No he venido para acusarte, sino para pedirte que cumplas tu promesa.

Enseguida supe a que se referia.

La laguna del bosque.

Donde fui a nadar de nino; el verano en que cumpli los diez anos y mi padre y yo hicimos aquel viaje al corazon de Norrland, donde el habia nacido. Le prometi aquella laguna cuando regresara de America. Entonces emprenderiamos un viaje hasta alli y nadariamos juntos en las oscuras aguas bajo el claro cielo nocturno. Yo me lo imaginaba como una hermosa ceremonia. Las negras aguas, el remoto lamento del colimbo, la laguna que, segun decian, no tenia fondo. Iriamos alli a nadar y, despues, nada podria separarnos.

– ?O acaso has olvidado tu promesa?

– Recuerdo perfectamente lo que dije.

– Pues quiero que me lleves alli.

– Es invierno. La laguna esta helada.

Pense en el agujero que yo cavaba cada manana. ?Seria capaz de cavar toda una laguna de Norrland, donde el hielo era como el granito?

– Quiero ver la laguna. Aunque este cubierta de nieve y hielo. Para saber que es verdad.

– Pero lo es. La laguna existe.

– Nunca me dijiste como se llama.

– Es demasiado pequena para tener nombre. Este pais esta lleno de pequenos lagos sin nombre. Apenas si hay una calleja o carretera comarcal que no tenga nombre, pero en el corazon de los bosques proliferan los lagos

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