aquello habia tenido un significado del que no fui consciente.

Fue un dia como los demas. Un dia en que hacia mucho frio y en que una gaviota muerta y un par de reflectantes de Correos yacian en la nieve junto a mi muelle helado.

3

Paso la Navidad. Paso Ano Nuevo.

El 3 de enero, una tormenta de nieve arraso el archipielago desde el golfo de Finlandia. Yo estaba en la cima de la montana, detras de la casa, observando las negras nubes que se alzaban por el horizonte. La nieve alcanzo cuarenta centimetros de espesor en once horas. Me vi obligado a salir por una de las ventanas de la cocina para quitar un poco de nieve y despejar el acceso por la puerta.

Cuando paso la nevada, anote en mi diario: «Los ampelis han desaparecido. La corteza de tocino ha quedado abandonada. Seis grados bajo cero».

En total, setenta y nueve letras y algunos puntos. ?Por que hice tal cosa?

Ya era hora de ir a zambullirme en mi agujero. El viento me cortaba el cuerpo cuando, caminando con dificultad, baje hasta el muelle. Volvi a abrir el agujero y me meti en el agua. El frio me quemaba.

Justo cuando acababa de salir para regresar a casa ceso el viento racheado. Algo me asusto y contuve la respiracion. Me di la vuelta.

En medio del hielo habia una persona.

Una figura negra recortada contra la blanca inmensidad. El sol estaba bajo en el horizonte. Entrecerre los ojos para ver mejor quien era. Y comprobe que se trataba de una mujer. Parecia ir apoyada en una bicicleta. Despues comprendi que era un andador. Yo temblaba de frio, de modo que, quienquiera que fuese, no podia quedarme alli desnudo junto a mi agujero. Me apresure a subir a la casa con la duda de si no habria visto visiones.

Ya vestido, tome los prismaticos y subi a la montana.

No habian sido figuraciones mias.

La mujer seguia sobre la banquisa. Sus manos descansaban sobre el manillar del andador. Llevaba un bolso en un brazo y una bufanda enrollada alrededor del gorro, que le cubria la cabeza. Me costaba distinguir su rostro con los prismaticos. ?De donde vendria? ?Y quien seria?

Intente pensar. Si no se habia perdido, venia a verme a mi, pues aqui no hay nadie mas.

Esperaba que se hubiese extraviado. No queria recibir visitas.

La mujer seguia inmovil, con las manos apoyadas en el manillar del andador. Senti una creciente desazon. Habia algo en aquella mujer que me resultaba familiar.

?Como habria logrado llegar hasta alli en medio de la tormenta de nieve y cruzando el hielo con un andador? Hasta tierra firme habia tres millas marinas. Resultaba increible que hubiese recorrido a pie esa distancia sin morir congelada.

Me quede mirandola con los prismaticos durante mas de diez minutos. Justo cuando iba a retirarlos, se dio la vuelta y miro hacia donde yo estaba.

Fue uno de esos momentos de la vida en que el tiempo no solo se detiene sino que, de hecho, deja de existir.

Con las lentes de los prismaticos la vi acercarse a mi y comprobe que era Harriet.

Pese a que hacia casi cuarenta anos desde la ultima vez que la vi, sabia que era ella. Harriet Hornfeldt, a la que un dia ame mas que a ninguna otra mujer.

Yo era medico desde hacia ya unos anos, para infinita sorpresa de mi padre, el camarero, y orgullo casi fanatico de mi madre. Habia logrado romper con la pobreza y liberarme de ella. Entonces yo vivia en Estocolmo. La primavera de 1966 fue muy hermosa, parecia que la ciudad estuviese en proceso de fermentacion. Algo estaba a punto de ocurrir, mi generacion habia atravesado los diques, habia forzado las barreras de la sociedad y exigia cambios. Harriet y yo soliamos pasear por la ciudad al atardecer.

Ella era unos anos mayor que yo y jamas se le habia ocurrido seguir estudiando. Trabajaba como dependienta en una zapateria. Me dijo que me amaba, yo le dije que la amaba y, cada vez que la acompanaba a su pequeno apartamento de alquiler de la calle Hornsgatan, haciamos el amor en un sofa cama que amenazaba con venirse abajo en cualquier momento.

Podria decirse que nuestro amor ardia salvajemente. Pese a todo, la decepcione. El instituto Karolinska me concedio una beca para ampliar mis estudios en Estados Unidos. El 23 de mayo debia partir rumbo a Arkansas, para ausentarme durante un ano. Eso fue, al menos, lo que le dije a Harriet. Pero el avion con escala en Amsterdam y con destino a Nueva York partio el 22 de mayo.

Ni siquiera me despedi. Simplemente me marche.

Durante el ano que pase en Estados Unidos, nunca me puse en contacto con ella. No sabia nada de su vida, y tampoco deseaba saber nada. A veces me despertaba en medio de una pesadilla en la que Harriet se quitaba la vida. Me remordia la conciencia, pero siempre conseguia adormecerla.

Harriet fue esfumandose poco a poco de mi conciencia.

Regrese a Suecia y empece a trabajar en el hospital de Lulea. Y otras mujeres llegaron a mi vida. En ocasiones, en especial cuando estaba solo y habia bebido demasiado, se me ocurria que tenia que averiguar que habia sido de ella. Entonces llamaba al servicio de informacion telefonica y preguntaba por Harriet Kristina Hornfeldt. Siempre colgaba antes de que la senorita lo hubiese encontrado. No me atrevia a enfrentarme a ella. No osaba averiguar la verdad.

Y alli estaba en ese momento, en medio del hielo ayudandose de un andador.

Hacia exactamente treinta y siete anos que desapareci sin dar una explicacion. Yo tenia sesenta y seis, de modo que ella tendria sesenta y nueve y no tardaria en cumplir los setenta. Deseaba entrar en casa y cerrar la puerta tras de mi. Cuando volviera a salir a la escalera de la entrada, ella habria desaparecido. No existia. Fuera lo que fuera lo que quisiera de mi, Harriet seguiria siendo una alucinacion. Simplemente, yo no habia visto lo que vi. Harriet jamas habia estado alli en la banquisa.

Pasaron unos minutos.

El corazon me latia desbocado. La corteza de tocino que colgaba del arbol, al otro lado de la ventana, seguia alli sin que nadie le prestase atencion. Las aves aun no habian regresado despues de la nevada.

Cuando volvi a mirar por los prismaticos, vi que estaba tendida en el hielo, boca arriba y con los brazos extendidos. Deje los prismaticos y me apresure a bajar hasta el borde de la banquisa. Me cai varias veces, hundido en la gruesa capa de nieve. Cuando llegue a la banquisa, comprobe en primer lugar su corazon y, despues, me incline sobre ella y note que respiraba.

No tendria fuerzas para llevarla en brazos hasta la casa. Fui a buscar la carretilla que tenia detras del cobertizo. Antes de haber logrado levantarla ya estaba empapado en sudor. No pesaba tanto cuando nos conocimos. ?O habria perdido yo tanta fuerza? Harriet se encogio en la carretilla, una figura grotesca que aun no habia abierto los ojos.

En la orilla de la playa, la carretilla se atasco. Durante un instante considere la posibilidad de arrastrarla tirando de ella con una cuerda. Pero la deseche, era un procedimiento demasiado indigno. Fui al cobertizo a buscar una pala y limpie de nieve el sendero. El sudor corria sin cesar empapando mi camisa. No dejaba de vigilar a Harriet, que seguia inconsciente. Le tome el pulso. Acelerado. Me puse a quitar nieve como si me fuese la vida en ello.

Finalmente consegui llevarla a la casa. El gato estaba en el banco que habia bajo la ventana y observaba el espectaculo. Puse unos tablones sobre los peldanos, abri la puerta y tome impulso con la carretilla. Al tercer intento logre meter la carretilla con Harriet en el vestibulo de mi casa. El perro estaba tumbado bajo la mesa de la cocina, siguiendo mis movimientos con la mirada. Lo eche a la calle, cerre la puerta y tumbe a Harriet en el sofa de la cocina. Estaba tan sudoroso y jadeante que tuve que sentarme a descansar un instante antes de empezar a examinarla.

Le tome la tension arterial. Baja, pero no preocupante. Le quite los zapatos y palpe sus pies. Frios, pero no helados. En otras palabras, no habia empezado a congelarse. A juzgar por sus labios, tampoco estaba deshidratada.

El pulso fue bajando hasta las sesenta y seis pulsaciones por minuto.

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