Nos sentamos en el comedor, cuyas paredes estaban formadas de troncos de madera adornadas con cornamentas de alce y pajaros disecados que nos observaban. En una estanteria habia un craneo. No pude evitar empenarme en averiguar de que era. Me llevo un buen rato descubrir que era el craneo de un oso. La camarera, que nos recito los platos entre los que podiamos elegir, entro y me vio con el craneo en la mano.
– Murio por causas naturales -explico-. Pero mi marido queria que dijera que el lo habia cazado. Ahora que esta muerto, puedo decir la verdad. Lo encontramos muerto. Junto a Risvattnet. Un oso viejo que se tumbo a morir junto a unos abetos caidos.
De repente, supe que ya habia estado en aquel lugar. Durante aquel viaje que hice con mi padre. Tal vez fuese el aroma a jugo de arandano lo que me hizo evocar el recuerdo. Yo ya habia estado en aquel comedor, con mi padre, cuando era muy pequeno y comimos y yo bebi jugo de arandano.
Esos pajaros disecados, ?colgaban ya entonces de las paredes y miraban a los comensales con sus petreos ojos? No lo recordaba. Pero sabia que ya habia estado alli. Podia ver a mi padre limpiarse la boca con la servilleta, mirar el reloj y decirme despues que me apresurase a terminar de comer. Que aun nos quedaba mucho trecho por recorrer.
En la pared que habia junto a la chimenea y el fuego habia un mapa. Alli estaban Aftonloten, Linsjon y un monte que no recordaba.
Se llamaba Fnussjen.
Un nombre incomprensible, como un chiste. Un chiste de quinientos metros de altura recubierto de boscaje. A diferencia de Aftonloten, que era un nombre serio y hermoso a la vez.
Comimos guiso de vaca. Yo termine antes que Harriet y me sente ante el fuego a esperarla.
Cuando se levanto de la mesa, vi que le costaba cruzar el umbral con el andador, asi que me levante para prestarle ayuda.
– Puedo sola.
Su voz sono como un repentino rugido.
Caminamos despacio sobre la nieve de regreso al coche. «Jamas vivimos juntos», pense. «No obstante, todos aquellos que ahora nos ven nos toman por un viejo matrimonio que se profesa una paciencia infinita.»
– No tengo fuerzas para seguir hoy -confeso Harriet una vez en el coche.
Vi el sudor que habia aflorado a su frente por el esfuerzo. Tenia los ojos entrecerrados, como si estuviese a punto de dormirse. «Se va a morir», pense. «Se va a morir aqui en el coche.» Yo siempre me he preguntado en que instante me iba a morir. En mi cama, en una calle, en una tienda o en el muelle de mi isla, mientras espero a Jansson. Pero jamas me imagine muriendo en un coche.
– Necesito descansar -me dijo-. De lo contrario, no se que pasara.
– Debes decirme lo que puedes hacer y lo que no. -Pues eso es lo que estoy haciendo. Manana dedicaremos el dia a la laguna. Hoy no.
Encontre una pequena pension en el siguiente pueblo. Un edificio amarillo situado detras de la iglesia donde nos recibio una mujer muy solicita. Al ver el andador, nos dio una amplia habitacion de la planta baja. En realidad, a mi me habria gustado tener mi propia habitacion, pero no se me ocurrio decir nada. Harriet se echo a descansar. Yo hojee un monton de revistas viejas que habia en una mesa, antes de caer vencido por el sueno. Unas horas mas tarde fui a comprar una pizza en un establecimiento desierto donde vi sentado a un hombre de edad que, en compania de su perro, murmuraba para sus adentros.
Comimos sentados en la cama. Harriet estaba muy cansada. Despues de comer volvio a echarse. Le pregunte si queria que hablasemos, pero ella nego con un gesto.
Sali para pasear en el ocaso por el pequeno pueblo lleno de comercios vacios. En los escaparates habian fijado carteles con los numeros de telefono a los que debian llamar quienes quisieran alquilar algo alli. Era como un grito de socorro, un pequeno pueblo sueco a punto de naufragar. La isla de mis abuelos formaba parte de ese inmenso archipielago sueco abandonado, que nadie necesitaba y que no solo se componia de las islas que salpicaban nuestras largas costas, sino tambien de todos esos pueblos diminutos establecidos en los bosques y en el interior. No habia en ellos muelles desde los que bajar a tierra, ni iracundos hidrocopteros que levantasen la nieve con sus helices al acercarse para traer el correo y la publicidad. Pese a todo, caminar por aquellas calles desiertas le infundia a uno la sensacion de ir paseando por un islote remoto. La luz azul del televisor se filtraba por las ventanas incidiendo sobre la nieve; a veces tambien se filtraba el sonido, de cada ventana un fragmento de distintos programas televisivos. Asi me imaginaba la soledad, la gente viendo el mismo programa solo de forma excepcional. Por las noches, varias generaciones, las familias, se enterraban en los diversos mundos que les arrojaban desde diversos satelites.
Antes, al menos, los programas de los que se hablaba eran los mismos. ?De que hablaba la gente ahora?
Me detuve junto a lo que habia sido la estacion de ferrocarril y me enrolle bien la bufanda. Hacia frio y, ademas, habia empezado a soplar el viento. Camine por el anden solitario. En un apartadero cubierto de nieve habia un solitario vagon de mercancias, como un toro abandonado en su establo. A la debil luz de una unica farola intente leer el viejo horario que habia fijado a la pared de la estacion, tras un cristal destrozado. Mire mi reloj. Dentro de unos minutos habria pasado un tren con destino al sur. Espere pensando que no seria nada extraordinario que un tren fantasma apareciese en la oscuridad para despues esfumarse hacia el puente que se extendia sobre el rio helado.
Pero no llego ningun tren. No llego nada. Si hubiese tenido algo de heno, lo habria amontonado junto al solitario vagon. Segui caminando. El cielo estaba totalmente despejado. Intente detectar algun movimiento alla arriba, una estrella fugaz, un satelite, tal vez un susurro de alguno de los dioses que dicen habitan el firmamento. Pero nada. El cielo nocturno estaba mudo. Continue hacia el puente que cruzaba las heladas aguas del rio. Incrustado en el hielo, sobresalia un madero. Un punto negro en medio de tanta blancura. De repente, no pude recordar el nombre del rio. Creia que era Ljusnan, pero no estaba seguro.
Permaneci largo rato en el puente. De pronto, senti como si ya no estuviese solo bajo la alta armazon de hierro. Habia otras personas y comprendi que eran yo mismo. A todas mis edades, desde el nino que corria jugando en la isla de mis abuelos hasta el joven que, muchos anos despues, abandono a Harriet y, finalmente, el que era ahora. Por un instante ose verme a mi mismo, tal y como habia sido y tal y como habia llegado a ser.
Busque, entre las figuras que me rodeaban, alguna que fuese diferente, que contuviese la persona en quien podria haberme convertido, pero no la halle. Ni siquiera halle al hombre que, como su padre, se hubiese dedicado a ser camarero en distintos restaurantes.
Ignoro cuanto tiempo me quede en el puente. Cuando regrese a la pension, las figuras que me rodeaban habian desaparecido.
Me tumbe en la cama, roce el brazo de Harriet y me dormi.
Aquella noche sone que trepaba por las barandillas de hierro del puente. Me colocaba sobre el punto mas alto de la enorme armazon y sabia que, muy pronto, me precipitaria contra el hielo.
Cuando, al dia siguiente, comenzamos a buscar el camino correcto, nevaba levemente. No recordaba en absoluto como era aquel camino. No habia nada en aquel paisaje uniforme que le indicase la direccion a mi memoria. Lo unico que sabia era que nos encontrabamos cerca. En algun lugar, en medio del triangulo formado por Aftonloten, Ytterhogdal y Fnussjen se extendia la laguna que buscabamos.
Harriet parecia encontrarse algo mejor aquella manana. Cuando desperte, ella ya se habia levantado y estaba vestida. Desayunamos en un pequeno comedor donde no habia mas huespedes que nosotros. Tambien Harriet habia tenido un sueno durante la noche. Un sueno que trataba sobre nosotros, en el que evocaba una excursion que hicimos una vez a una isla del Malaren. Yo no tenia mas que un recuerdo difuso de aquello.
Pero asenti cuando Harriet me pregunto si me acordaba. Claro que si lo recordaba. Yo recordaba todo lo que nos habia sucedido a los dos.
Los monticulos de nieve se alzaban enormes, habia pocas salidas y, muchas de ellas, estaban llenas de nieve. De repente, recorde algo de mi juventud. Los caminos de los madereros. O mas bien la sensacion de uno de ellos.
Pase un verano en casa de uno de los parientes que mi padre tenia en Jamtland. Mi abuela estaba enferma y aquel verano no podia irme a la isla. Hice un amigo, un nino de mi edad, cuyo padre era jurista. Juntos