retratar personas y movimientos.

Como un salmo que se hubiese aprendido de memoria, Louise cito el nombre de un cardenal cuyo nombre no oi bien, tal vez Borromeo. Este escribio: «… en mi epoca conoci en Roma a un pintor que se comportaba dudosamente, tenia pesimas costumbres y siempre vestia ropas sucias y andrajosas. Este artista, celebre, por cierto, por su hosquedad y groseria, no aportaba con su arte nada de importancia. Solo utilizaba sus pinceles para plasmar en el lienzo tabernas, borrachos, taimadas adivinas y jugadores. Su inexplicable felicidad consistia en retratar a esas personas despreciables».

Caravaggio era un pintor tocado por la gracia divina, pero tambien un hombre muy peligroso. Y lo era porque tenia un temperamento violento y pendenciero. Utilizaba punos y punales y, en una ocasion, mato a una persona despues de una disputa por culpa de un juego. Pero, ante todo, era peligroso porque sus cuadros confesaban que tenia miedo. El que no escondiese su miedo entre las sombras lo hacia, y aun hoy lo hace, peligroso.

Louise hablaba de Caravaggio y hablaba de la muerte. En todos sus cuadros aparece clara, en el agujero del gusano alojado en la manzana que corona el monton de una cesta de frutas, o en los ojos de aquel a quien estan a punto de decapitar.

Louise decia que Caravaggio jamas encontro lo que buscaba. Siempre encontraba una cosa distinta. Como los caballos que pintaba echando espuma por la boca, como la espuma que el mismo llevaba en su interior.

Caravaggio lo pinto todo. Salvo el mar.

Louise dijo que sus cuadros la impresionaban tanto porque siempre se sentia muy proxima a ellos. Siempre habia en sus pinturas un espacio en el que ella podia instalarse. Ella podia ser una de esas personas y no tenia que temer que la persiguiesen y la espantasen. A menudo buscaba consuelo en sus cuadros, en los amables detalles donde sus pinceles se convertian en yemas de dedos que acariciaban los rostros por el representados en oscuras tonalidades.

Louise convirtio la penumbrosa hamburgueseria en una playa de la costa italiana, el 16 de julio de 1609. El calor es agobiante. Caravaggio va caminando por la playa al sur de Roma, transformado en los restos de un gran naufragio humano. Una pequena felucca (Louise no supo averiguar nunca que tipo de embarcacion era exactamente) se aleja de el navegando. A bordo del navio estan sus cuadros y pinceles, sus pinturas y un fardo con sus viejas y sucias ropas y sus zapatos. Esta solo en la playa, el verano romano es asfixiante, tal vez una brisa refrescante sople envolviendolo junto al mar, pero tambien estan los mosquitos que le pican introduciendole la muerte en las venas. En las calurosas y humedas noches en que, exhausto, yace acurrucado en la arena; entonces le pican y le inoculan los parasitos de la malaria, que empiezan a propagarse por el higado. Las primeras crisis febriles no tardan en presentarse, como si fuese victima de un inesperado ataque de piratas. No sabe que va a morir, pero los cuadros que aun no ha terminado sino que todavia estan en su interior quedaran petrificados en su cerebro. «La vida es como un sueno huidizo», habia dicho en alguna ocasion. O tal vez fue Louise quien formulo aquella poetica verdad.

Yo la escuchaba lleno de admiracion. Hasta entonces no la habia visto como era. Tenia una hija que realmente conocia, al menos de forma parcial, lo que significaba ser persona.

No cabia la menor duda de que el pintor Caravaggio, muerto hacia ya tantos anos, era uno de sus mejores amigos. Louise era capaz de codearse con los muertos con la misma soltura que con los vivos. Tal vez incluso mejor.

Me hablo sin interrupcion hasta que, de repente, guardo silencio. El hombre que habia detras de la barra se habia despertado. Abrio una bolsa de plastico con patatas fritas que sumergio en el aceite caliente, sin dejar de bostezar.

Permanecimos sentados y en silencio largo rato, al cabo del cual Louise se levanto y fue a llenar su taza.

Cuando volvio, le hable de la ocasion en que le ampute a una persona el brazo sano. No me habia preparado en absoluto; simplemente, el relato surgio de mi boca, como si ya fuese inevitable describir un suceso que, en ese momento, yo habia tenido por el mas decisivo de mi vida. En un principio, Louise no parecio comprender que lo que le explicaba se referia a mi. Pero al fin vio con claridad que lo que estaba contandole era mi propia historia. Hacia doce anos de aquel error fatal. Me reprendieron, introdujeron unas observaciones en mi expediente, algo que apenas me habria detenido en mi carrera profesional si yo lo hubiese aceptado. Pero lo considere injusto. Me defendi aduciendo que la situacion laboral era inadecuada. Las colas de enfermos graves crecian al tiempo que se recortaban continuamente los presupuestos. Yo no hacia otra cosa mas que trabajar. Y, un dia, fallo la red de seguridad. En el transcurso de una intervencion, poco despues de las nueve de la manana, una joven perdio su brazo derecho, sano, que le fue amputado justo por encima del codo. No se trataba de una operacion complicada; cierto que una amputacion jamas es una medida rutinaria. Pero nada hubo que me hiciera sospechar siquiera que estaba cometiendo un error tan catastrofico.

– ?Como pudo pasar? -quiso saber Louise cuando deje de hablar.

– Pudo pasar -respondi-. Si vives lo suficiente, llegaras a comprender que no hay nada imposible.

– Tengo pensado llegar a vieja -aseguro-. Pero, dime, ?por que pareces enojado? ?Por que te has puesto tan desagradable?

Yo alce los brazos en un gesto de resignacion.

– No era mi intencion. Tal vez porque estoy cansado. Pronto seran las seis y media de la manana y llevamos toda la noche aqui. Deberiamos dormir unas horas.

– Bueno, pues vamos a casa -dijo Louise al tiempo que se levantaba-. No han llamado del hospital.

Yo me quede sentado.

– No puedo dormir en esa cama tan estrecha.

– Bien, pues me acostare en el suelo.

– Creo que solo nos dara tiempo de llegar a la caravana y ya tendremos que volver al hospital.

Louise volvio a sentarse. Me di cuenta de que estaba tan cansada como yo. El hombre que habia detras de la barra habia vuelto a dormirse con la barbilla incrustada en el pecho.

Las luces de neon del techo seguian observandonos como los burlones ojos de un dragon.

5

El alba llego como una liberacion.

A las ocho y media regresamos al hospital. Habian empezado a caer ligeros copos de nieve. Vi en el retrovisor mi rostro cansado y senti un pinchazo, una sensacion de muerte, de fatalidad.

Caia en picado, inmerso en mi propio epilogo. Me quedaban una serie de entradas y salidas, pero poco mas.

Absorto en mis cavilaciones me pase la salida hacia el hospital. Louise me miro inquisitiva.

– Tendriamos que haber girado a la derecha.

No respondi, sino que di la vuelta a la manzana y entre por donde debia. Ante la puerta de urgencias se encontraba una de las enfermeras con la que habiamos hablado durante la noche. Estaba fumandose un cigarrillo y nos dio la impresion de que no se acordaba de nosotros. De haber vivido en otra epoca, me dije, aquella mujer podria haber formado parte de uno de los cuadros de Caravaggio.

Entramos. La puerta de la habitacion en la que habiamos dejado a Harriet estaba abierta. La sala, vacia. Le pregunte por Harriet a una enfermera que venia por el pasillo. La mujer nos miro curiosa. Debiamos de parecer dos escarabajos que se hubiesen arrastrado a la superficie despues de pasar la noche bajo las frias piedras.

– La senora Hornfeldt no esta -explico la enfermera.

– ?Adonde la han enviado?

– No la hemos enviado a ninguna parte. Se marcho. Se vistio y desaparecio. Y nosotros no podemos hacer nada.

La mujer parecia enojada, como si Harriet la hubiese traicionado a ella personalmente.

– Alguien debio de verla salir, ?no? -pregunte.

– El personal de guardia iba a controlar sus constantes de forma periodica. A las siete y cuarto ya no estaba.

Mire a Louise, que movio los ojos de un modo que yo interprete como una senal.

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