algo me retenia. Segui, pues, cruzando el pueblo y me detuve en una via de servicio sin acondicionar. Por alli podria acercarme a la ultima casa por la parte de atras, a traves de una arboleda.
Era media tarde y pronto empezaria a anochecer. Fui avanzando por la nieve y me detuve cuando vi la casa entre los arboles. Retire la nieve que vencia unas ramas para despejar la vision. Observe que la casa estaba en buen estado. Ante ella habia un coche con un cable que iba del motor a una toma de la pared.
Alguien aparecio de repente en el campo de vision de mis prismaticos. Una nina. Miraba directamente hacia donde yo estaba. De repente saco algo que llevaba oculto a la espalda. Una espada reluciente. Y echo a correr hacia mi blandiendo la espada sobre su cabeza.
Aparte los prismaticos, me di la vuelta y emprendi la carrera. Tropece con la raiz de un arbol o con una piedra y me cai. Aun no habia conseguido levantarme cuando la nina de la espada me dio alcance.
Clavo en mi una mirada llena de odio.
– La gente como tu estais por todas partes -me espeto-. Siempre andan espiando entre los arbustos con sus prismaticos.
Tras ella aparecio corriendo una mujer que se coloco a su lado y le quito la espada, con la mano izquierda. Y comprendi que era Agnes Klarstrom. Tal vez en lo mas hondo de mi memoria conservaba tambien la imagen del rostro de la joven que, doce anos atras, se habia expuesto sobre una camilla a mis manos esterilizadas y enfundadas en guantes de goma.
Llevaba una cazadora azul abrochada hasta el cuello. La manga derecha, vacia, estaba sujeta al hombro con un imperdible. La nina que seguia a su lado me miraba con encono.
Desee que Jansson hubiese aparecido y se me hubiese llevado de alli. Por segunda vez en un breve espacio de tiempo, una placa de hielo se habia desprendido bajo mis pies y me llevaba a la deriva impidiendome llegar a tierra.
6
Me levante del suelo nevado, retire la nieve de mis ropas y me presente. La nina empezo a darme patadas, pero Agnes la reprendio y la pequena se marcho.
– Yo no necesito ningun perro guardian -me dijo Agnes-. Sima ve todo lo que sucede y a todo aquel que se acerca a la casa. Tiene la vista de una comadreja. En realidad, creo que iba para ave de rapina.
– Crei que me rebanaria con la espada.
Agnes me lanzo una mirada fugaz, pero no respondio. Y comprendi que, de hecho, cabia dentro de lo posible.
Entramos y nos sentamos en su despacho. En algun lugar de la casa retumbaba a todo volumen un disco de musica rock. Agnes no parecia oirla. Se quito la cazadora con tanta soltura como si hubiese tenido dos brazos y dos manos.
Me sente en una silla. En el escritorio no habia mas que un boligrafo; por lo demas, estaba totalmente vacio.
– ?Como crees que reaccione ante tu carta? -pregunto Agnes.
– No lo se. Seguro que con sorpresa. Tal vez ira.
– Senti un gran alivio. Por fin, me dije. Pero despues me pregunte, ?por que ahora? ?Por que no ayer o hace diez anos?
Se echo hacia atras en la silla. Tenia el cabello castano y largo, llevaba un sencillo pasador y sus ojos eran de un limpido azul claro. Parecia fuerte, resuelta.
Habia dejado la espada de samurai sobre una estanteria junto a la ventana y me sorprendio mirandola.
– Me la regalo un hombre que decia que me amaba. Cuando murio el amor, se llevo la vaina, por alguna extrana razon, y me dejo la afilada espada. Tal vez esperaba que me abriese el estomago ante la desesperacion de verme abandonada.
Se expresaba apresuradamente, como si tuviese poco tiempo. Le hable de Harriet, de Louise, de que al haber tomado conciencia de todas mis traiciones me vi obligado a buscarla, a averiguar si seguia viva.
– Y que esperabas, ?que estuviese muerta?
– Hubo un tiempo en que si. Pero ya no.
Sono el telefono. Ella contesto, escucho, respondio parcamente y sin vacilacion. No quedaban plazas en su hogar para ninas abandonadas. Ya tenia tres adolescentes de las que ocuparse.
Accedi a un mundo del que nada sabia. Agnes Klarstrom vivia en aquella casa enorme junto con tres jovenes adolescentes que, en mi juventud, se habrian considerado como bastante mal educadas. La nina llamada Sima procedia de alguno de los peores suburbios de Gotemburgo. Resultaba imposible precisar su edad. Llego a Suecia sola, como refugiada, acurrucada en un camion que alcanzo tierra sueca en Trelleborg. Durante su larga huida desde Iran le habian aconsejado que se deshiciese de sus documentos tan pronto como pusiese el pie en suelo sueco, que se cambiase el nombre y que borrase toda huella de su identidad. De ese modo nadie podria repatriarla, aunque todos quisieran hacerlo. Lo unico que traia era un trozo de papel en el que habian anotado las tres palabras que se suponia que podria necesitar.
«Refugiada», «perseguida», «sola».
Cuando el camion se detuvo ante el aeropuerto de Sturup, el conductor le senalo el edificio de la terminal y le explico que debia buscar la comisaria de policia. Cuando llego tendria once o doce anos, ahora contaria unos diecisiete y la vida que habia llevado en Suecia la habia obligado a no sentirse segura mas que cuando empunaba en su mano la espada de samurai
En la casa de Agnes Klarstrom vivian otras dos muchachas, aunque una de las dos se habia fugado y estaba huida en aquellos momentos. La casa no estaba cercada por ninguna valla, no era una casa de puertas cerradas con llave. Aun asi, a quien se marchaba sin permiso se le consideraba un fugitivo. Si el suceso se repetia demasiadas veces, Agnes perdia la paciencia y llegaba la hora de la institucion para menores, donde las puertas eran pesadas y los manojos de llaves, abundantes.
La chica que habia huido hacia dos dias se llamaba Miranda, era africana, de Chad, y seguramente, se habria marchado a casa de una de sus amigas que, sin que nadie supiese la razon, se hacia llamar Tea-Bag. Miranda tenia dieciseis anos y habia llegado con su familia como integrante de alguna cuota de las Naciones Unidas, procedente de un campo de refugiados.
Su padre, un hombre sencillo, que sabia trabajar la madera y era profundamente religioso, no tardo en perder el temple ante el frio permanente y la sensacion de que nada resultaba como el habia imaginado. Se encerro en la habitacion mas pequena de las tres que habia en la casa donde vivia la gran familia, la unica habitacion donde no habia ningun mueble, tan solo un pequeno monton de tierra africana que habian recogido de sus viejas maletas cuando llegaron al pais de acogida. Su esposa colocaba una bandeja de comida ante la puerta, tres veces al dia. Por las noches, cuando todos dormian, iba al bano y tal vez tambien se diese algun paseo nocturno. Al menos eso creian ellos, pues a veces, cuando despertaban por la manana, encontraban huellas de pisadas mojadas en el suelo.
Llego un dia en que Miranda no lo soporto mas y una noche se marcho, tal vez para recorrer el mismo camino que los habia llevado hasta su actual hogar. El nuevo pais habia resultado ser un callejon sin salida. Poco tiempo despues, la policia la habia detenido tantas veces por hurtos y pequenos robos que empezo a transitar regularmente por distintas instituciones.
Y ahora habia huido otra vez. Agnes Klarstrom estaba fuera de si y no pensaba rendirse hasta que la policia hiciese todo lo posible para encontrarla y llevarla de vuelta a su casa.
En la pared, fijada con alfileres, habia una fotografia de Miranda. Llevaba el cabello trenzado en artistica composicion muy pegada al cuero cabelludo.
– Si te fijas bien veras que, a la altura de la sien izquierda, ha trenzado la palabra «mierda» -me advirtio Agnes Klarstrom.
Y comprobe que tenia razon.
En aquella especie de centro de acogida que era la mision y el sustento de Agnes Klarstrom vivia una tercera