muchacha. Era la mas joven, tan solo catorce anos, un ser escualido que mas parecia un animal enjaulado. Agnes lo ignoraba casi todo de ella. Parecia surgida del viejo cuento sobre la nina que, un dia, aparecio en una plaza sin saber como se llamaba ni de donde venia.

Una noche de hacia ya dos anos, uno de los empleados de la estacion de ferrocarril de Skovde que estaba a punto de cerrar, la encontro sentada en un banco. El hombre le dijo que tenia que marcharse, pero ella no parecio comprender y le mostro un papel en el que se leia «tren a Karlsborg», asi que el hombre empezo a preguntarse quien de los dos estaria loco, pues hacia mas de quince anos que no habia trafico ferroviario entre Skovde y Karlsborg.

Pocos dias despues empezo a aparecer en los diarios como «la nina de la estacion de Skovde». Nadie parecia reconocerla, pese a que su fotografia no tardo en verse por todas partes. No tenia nombre, los psicologos que la examinaron, y los interpretes, expertos en los mas curiosos campos del lenguaje, intentaron hacerla hablar, pero no pudieron indicar una procedencia verosimil. El unico eslabon con su pasado era el enigmatico letrero con la leyenda «tren a Karlsborg». Recorrieron entonces al milimetro el pequeno municipio a orillas del lago Vattern. Pero nadie la conocia ni comprendia por que esperaba un tren cuya linea habia desaparecido hacia ya quince anos. Finalmente, un diario vespertino le asigno, mediante una votacion entre sus lectores, el nombre de Aida. Le concedieron la ciudadania sueca y un numero de identidad, una vez que los medicos acordaron que tenia doce anos, como maximo trece. Por su negro y espeso cabello y sus ojos color aceituna, supusieron que procedia de algun lugar de Oriente Medio.

Aida siguio guardando silencio. Durante dos anos no pronuncio una sola palabra. Probaron todas las posibilidades, sin resultado, y hasta que Agnes Klarstrom aparecio en escena no se produjo ningun cambio. Una manana bajo y se sento a desayunar. Agnes Klarstrom no habia dejado de hablar con ella en todo momento, como parte de su programa para eliminar las barreras que rodeaban el interior de Aida. Y, como de costumbre, le pregunto que queria desayunar.

– Leche fermentada -respondio Aida en un sueco casi perfecto.

A partir de ahi empezo a hablar. Los psicologos que acudian a ella como las moscas a la miel supusieron que habia aprendido el idioma escuchando a cuantos habian estado esforzandose por hacerla hablar. Sobre todo, porque resulto que la muchacha dominaba y comprendia una gran cantidad de terminos de psicologia y medicina que de ningun modo se incluian en el vocabulario de la gente de su edad.

La muchacha hablaba, pero no tenia nada que decir sobre su identidad ni tampoco sobre lo que pretendia hacer en Karlsborg. Cuando le preguntaban por su verdadero nombre, decia lo unico que cabia esperar:

– Me llamo Aida.

De nuevo aparecio en los periodicos. Se alzaron voces oscuras que murmuraban que los habia enganado a todos, que todo habia sido mero teatro para despistar y anular toda resistencia y para que se le concediese la entrada al pais como un miembro digno de la comunidad sueca. Pero Agnes Klarstrom estaba convencida de que la explicacion era muy distinta. Ya la primera vez que se vieron, Aida se quedo mirando su brazo amputado. Fue como si encontrase alli un punto de apoyo, como si hubiese estado nadando en las profundidades durante anos y, por fin, hubiese alcanzado el fondo sobre el que afianzar el pie. Tal vez el brazo amputado de Agnes infundiese en Aida una sensacion de seguridad. Tal vez hubiese visto como les amputaban los miembros del cuerpo a otras personas. Los que amputaban eran sus enemigos, los mutilados, los unicos en quienes podia confiar.

La mudez de Aida se debia a que habia presenciado lo que nadie, y menos aun un nino, deberia verse forzado a presenciar.

Ni siquiera cuando empezo a hablar conto nada sobre su vida. Era como si, poco a poco, estuviese liberandose de los ultimos vestigios de vivencias horrendas y ahora, dia a dia, estuviese consiguiendo comenzar una vida digna de ser vivida.

En compania de aquellas tres muchachas dirigia Agnes Klarstrom esa especie de pequena institucion, que recibia la ayuda de distintas instancias provinciales. Muchos pedian que les abriese las puertas a otras ninas que deambulaban por ahi al margen de la sociedad. Pero ella se negaba, no tendria las mismas posibilidades de ayudar ni de brindar seguridad si permitia que aquello creciera. Las muchachas que vivian con ella solian huir de vez en cuando, pero casi siempre regresaban. Se quedaban con ella mucho tiempo y, cuando por fin la dejaban para siempre, tenian otra vida a la que dedicarse. Pero nunca eran mas de tres.

– Aqui podria tener mil ninas -aseguro-. Mil muchachas iracundas, abandonadas, de las que odian su soledad y su sensacion de no ser bienvenidas en el lugar donde han de vivir. Mis ninas han aprendido que quien no tiene dinero, solo merece desprecio. Mis ninas se cortan, clavan cuchillos en la carne de gente extrana pero, en el fondo, gritan de un dolor que no comprenden.

– ?Como empezaste con esto?

Agnes Klarstrom senalo el brazo que yo le habia amputado.

– Yo me dedicaba a la natacion, como recordaras. Esa informacion debia de figurar en mi documentacion. No solo prometia, sino que podria haber llegado muy lejos. Haber ganado medallas. Te dire, sin acritud, que mi baza no eran las piernas, sino la fuerza de mis brazos.

Un joven con el pelo largo recogido en una cola de caballo entro en la habitacion.

– ?Ya te he dicho que llames antes de entrar! -le grito-. Vuelve a salir y hazlo bien.

El joven retrocedio, se marcho, llamo a la puerta y volvio a entrar.

– Medio bien. Tienes que esperar hasta que te haya dicho que puedes entrar. Bueno, ?que quieres?

– Aida esta enfadada. Anda amenazando a todo el mundo. Sobre todo a mi. A Sima dice que la va a ahogar.

– ?Que ha pasado?

– No lo se. Me pregunto si no sera que se aburre, simplemente.

– Pues eso es algo que tiene que aprender. Dejala.

– Quiere hablar contigo.

– Dile que ya voy.

– Es que quiere que vayas ahora mismo.

– Ya voy.

El joven se marcho.

– Un inutil -dijo con una sonrisa-. Creo que necesita a alguien detras todo el tiempo. Pero no se toma a mal que lo reprenda. Siempre puedo achacar mi humor a lo del brazo. Lo consegui a traves de algun tipo de apoyo a la contratacion. Suena con participar en alguno de esos programas de television en los que se acuestan unos con otros ante las camaras. Si no lo consigue, le gustaria ser, por lo menos, presentador de un programa. Pero eso de ayudarme en la sencilla tarea de ser el unico hombre entre mis chicas es algo que lo supera. Asi que no creo que Mats Karlsson haga ninguna carrera digna de mencion en el mundo mediatico.

– Eso suena bastante cinico.

– En absoluto. Yo amo a mis muchachas, amo incluso a Mats Karlsson. Pero no le hago ningun favor alimentando sus falsos suenos o permitiendo que crea que esta haciendo algo de provecho aqui. Le doy la posibilidad de verse a si mismo y de ver donde es probable que encuentre su camino en la vida. En el mejor de los casos estare equivocada. Y tal vez un dia se corte el pelo y pruebe a hacer algo de provecho en la vida.

Se levanto, me llevo a una sala comun y me dijo que no tardaria. La musica rock seguia retumbando en algun lugar de la planta de arriba.

La nieve derretida goteaba desde el tejado, al otro lado del cristal de la ventana. Los pajaros se movian entre las ramas de los arboles como veloces sombras fugaces.

De repente me sobresalte. Sima habia entrado en la sala, a mi espalda. En esta ocasion no empunaba ninguna espada. Se sento en el sofa y encogio las piernas sobre los cojines. La joven no abandonaba su actitud de alerta.

– ?Por que me observabas con los prismaticos?

– No era a ti a quien miraba.

– Pues yo te vi, so pederasta.

– ?Que quieres decir?

– Conozco a la gente como tu. Se como sois.

– He venido a ver a Agnes.

– ?Por que?

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