– No creas que finjo -me advirtio-. Te digo de verdad que siento un miedo atroz.

Despues, tomo la copa y se sento bajo la mesa de la cocina. La oia gritar cada vez que caia un rayo seguido del trueno. Cuando paso la tormenta, salio de su escondite con la copa vacia y la cara palida.

– No se por que sera -confeso-. No existe ninguna otra cosa que me asuste tanto como la luz de los rayos y el retumbar de los truenos.

– ?Pinto Caravaggio alguna tormenta? -le pregunte.

– Seguro que les tenia tanto miedo como yo. Lo cierto es que solia pintar aquello que le infundia temor, pero, que yo sepa, nunca plasmo en el lienzo una tormenta.

La lluvia que seguia a las tormentas refrescaba la tierra y tambien a los que la habitabamos. Cuando pasaba el temporal, era yo quien solia entrar a ver a Harriet. Aunque antes me iba afuera para ver si habia salido el arco iris. Harriet yacia con la cabeza en alto para mitigar los dolores que se irradiaban desde la columna. Me sente en la silla que habia junto a la cama y tome su mano, menuda y fria.

– ?Sigue lloviendo?

– No, ya ha parado. Desde las montanas discurren hacia el mar canalillos de aguas furiosas.

– ?Ha salido el arco iris?

– No, esta tarde no.

Harriet guardo silencio un instante.

– No he visto al gato -dijo al fin.

– Ya no esta. Lo hemos buscado, pero no lo encontramos.

– Pues entonces estara muerto. Los gatos se esconden cuando notan que les ha llegado la hora. Hay gente de ciertas tribus que hace lo mismo. Los demas nos aferramos todo el tiempo posible a quienes esperan que nos muramos de una vez.

– Yo no estoy esperando tal cosa.

– Por supuesto que si. Quien acompana a alguien cuya muerte esta proxima, alguien que sufre una enfermedad incurable, no puede hacer otra cosa que esperar. Y la espera nos vuelve impacientes.

Hablaba entrecortadamente, como si estuviese subiendo una escalera interminable y tuviese que detenerse a menudo para recobrar el aliento. Muy despacio, extendio la mano en busca del vaso de agua. Se lo di y le sujete la cabeza mientras bebia.

– Te agradezco que me recibieras en tu casa -me dijo-. Podria haberme congelado de frio ahi fuera, en el hielo. Podrias haber fingido que no me habias visto.

– El hecho de que te abandonara una vez no significa que sea capaz de hacerlo una vez mas.

Ella nego con la cabeza, moviendola de forma casi imperceptible.

– Tanto como has mentido, y ni siquiera has aprendido a hacerlo bien. La mayor parte de lo que uno dice debe ajustarse a la verdad. De lo contrario, la mentira resulta imposible de manejar. Sabes tan bien como yo que habrias sido capaz de abandonarme una segunda vez. ?Has abandonado a alguien mas?

Reflexione antes de responder. Queria que lo que iba a decir fuese verdad.

– Si, a una persona -respondi.

– ?Como se llamaba esa otra?

– No fue a una mujer. Sino a mi mismo.

Ella meneo la cabeza despacio.

– Ya no tiene sentido seguir dandole vueltas a lo mismo. De nuestras vidas se hizo lo que se hizo. Pronto habre muerto. Tu viviras un tiempo aun. Despues, tambien desapareceras. Y entonces se borraran las huellas. La luz centellea un instante entre dos oscuridades inmensas.

Extendio la mano, esta vez para aferrarse a mi muneca. Senti su pulso acelerado.

– Quiero decirte algo que seguramente ya sospechas. Jamas he amado a un hombre como te ame a ti. Por eso te busque, para reencontrarme con ese amor. Para devolverte la hija que te habia arrebatado. Pero, ante todo, porque queria morir cerca del hombre al que siempre habia amado. Tampoco he odiado a nadie como te odie a ti. Pero el odio duele y yo ya tengo bastante dolor. El amor es un alivio, un remanso, tal vez incluso una seguridad que le resta horror al encuentro con la muerte. No hagas ningun comentario sobre lo que acabo de decirte. Solo creeme. Y dile a Louise que venga. Me estoy dando cuenta de que me he mojado.

Fui a buscar a Louise, que se encontraba sentada en la escalera.

– Esto es muy hermoso -dijo-. Casi como en el corazon del bosque.

– A mi me da miedo la espesura del bosque -respondi-. Siempre me ha aterrado la idea de perderme si me alejaba demasiado del sendero.

– Tu tienes miedo de ti mismo. De nada mas. Lo mismo que yo. O que Harriet, o que la maravillosa y joven Andrea. O que Caravaggio. Tenemos miedo de nosotros mismos y de lo que de nosotros vemos en los demas.

Entro en la habitacion de Harriet para cambiarle el panal. Yo me sente en el banco, bajo el manzano, justo al lado de la tumba del perro. En la distancia, se oia el sordo ronroneo del motor de un gran buque. ?Tal vez la marina ya habia iniciado sus maniobras habituales de otono?

Harriet me habia dicho que jamas habia amado a nadie como a mi. Y eso me altero el animo. No me lo esperaba. Era como si, finalmente, viese con claridad lo que para los dos habia implicado mi traicion hacia ella.

Yo la traicione porque temia ser traicionado. Mi miedo a atarme, a sentimientos tan intensos que no podia controlarlos, me hizo alejarme. Ignoraba por que habia sido asi. Pero yo sabia que no estaba solo. Que vivia en un mundo lleno de hombres que sufrian mi mismo miedo.

Habia intentado verme a mi mismo en la figura de mi padre. Pero su miedo era otro. El jamas habia dudado en mostrar el amor que sentia por mi madre o por mi mismo, por mas que mi madre no fue una persona con la que resultase facil convivir.

Tenia que comprender todo aquello, me dije. «Antes de morir, tengo que saber por que he vivido. Aun me queda algun tiempo. Y debo emplearlo bien.»

Senti un enorme agotamiento repentino. La puerta de la habitacion estaba entreabierta. Subi la escalera. Ya tumbado en la cama, encendi la lampara de la mesita. En la pared, junto a la cama, hubo siempre unas cartas marinas que mi abuelo habia encontrado en la playa. Estan danadas por el agua y son dificiles de descifrar. Pero representan Scapa Flow, cerca de las islas Orcadas, donde la flota inglesa constituyo su base durante la primera guerra mundial. En numerosas ocasiones he seguido con la mirada las angostas vias maritimas de Pentland Firth, recreando la imagen de las naves inglesas y sus avanzadillas, temerosas de descubrir el periscopio de un submarino aleman en la bocana de los puertos.

Me dormi con la lampara encendida. Hacia las dos me despertaron los gritos de Harriet. Me cubri los oidos con las manos y aguarde hasta que los analgesicos le hubiesen hecho efecto.

Viviamos en mi casa, sumidos en un silencio que podia quebrarse en cualquier momento por los enloquecidos gritos de dolor. Pensaba cada vez con mas frecuencia que, en realidad, deseaba que Harriet muriese pronto. Por ella, queria que se librase de tanto padecimiento, pero tambien por mi, y por Louise.

La intensa ola de calor se mantuvo hasta el 24 de julio. Aquel dia anote en el diario que soplaba un viento del nordeste y que habia empezado a descender la temperatura. Un tiempo inestable de bajas presiones que se acumulaban sobre el mar del Norte vino a sustituir al largo periodo de calor. La noche del 27 de julio, una tormenta de componente norte arraso el archipielago. Un par de planchas del tejado, cerca de la chimenea, se soltaron y se estrellaron contra el suelo. Logre subir al tejado para sustituirlas por otras que llevaban muchos anos almacenadas en uno de los trasteros, despues de que derribasen los establos a finales de 1960.

Harriet empeoraba cada dia. Ahora que las tormentas y el frente frio azotaban la costa, solo permanecia despierta unos minutos al dia. La cuidabamos entre los dos. Lo unico que Louise hacia sola era lavarla y cambiarle los panales.

Y yo me alegraba de no tener que hacerlo. Era una experiencia que no queria vivir con Harriet.

Se acercaba la epoca de la oscuridad otonal. Las noches eran cada vez mas largas, el sol ya no calentaba como hacia unas semanas. Louise y yo nos hicimos a la idea de que Harriet podia morir en cualquier momento. Su respiracion era entrecortada y jadeante y rara vez salia de su estado de sopor. Cuando estaba despierta, soliamos sentarnos los dos a su lado. Louise queria que nos viera juntos. Harriet no hablaba mucho en los momentos de lucidez; preguntaba que hora era, si no era ya la hora de comer. Su perdida de orientacion era cada vez mas

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