evidente. A veces creia que se encontraba en el bosque, dentro de la caravana; otras, que estaba en su casa de Estocolmo. En su conciencia no existia ninguna isla, ninguna habitacion con hormiguero. Tampoco tenia conciencia de que estaba muriendose. Cuando despertaba, lo hacia como si todo fuese lo mas natural del mundo. Bebia un poco de agua, tomaba unas cucharadas de sopa y volvia a dormirse. La piel del craneo estaba tan tensa que temia que se le quebrase y dejase el hueso al descubierto. «Es fea la muerte», pense. Ya apenas si quedaban vestigios de la hermosa Harriet. Se habia convertido en un esqueleto, palida como la cera, cubierta por una manta; nada mas.
Una de aquellas tardes de principios de agosto, Louise y yo nos sentamos en el banco del manzano. Nos habiamos abrigado y ella se habia puesto en la cabeza una de mis viejas gorras.
– ?Que vamos a hacer cuando muera? -pregunte-. Supongo que habras pensado en ello. ?Sabes, quiza, que quiere que hagamos con su cuerpo?
– Quiere que la incineren. Hace un par de meses me mando por correo el folleto de una funeraria. Puede que aun lo tenga. O quiza lo haya tirado a la basura. Habia senalado en el el ataud mas barato y una urna que estaba rebajada.
– ?Tiene algun terreno para la inhumacion?
Louise fruncio el entrecejo.
– ?A que te refieres?
– ?Sabes si hay algun panteon familiar? ?Donde estan enterrados sus padres? A cada uno suele corresponderle una region, o una ciudad. Al menos antiguamente se hablaba de un terreno para la inhumacion.
– Sus familiares estan enterrados por todo el pais. Jamas la he oido decir que haya ido a llevar flores a la tumba de sus padres. Ni tampoco ha dicho que quiera nada especial. Lo que si tiene decidido es que no desea que le pongamos una lapida. Creo que prefiere que esparzamos sus cenizas al viento. Y, de hecho, no hay nada que lo impida.
– Bueno, es necesario un permiso -le adverti-. Jansson me conto que los pescadores de antano pedian que esparciesen sus cenizas por los viejos bancos de arenque.
Guardamos silencio, pensando en lo que sucederia con Harriet. Yo tenia una sepultura. No habia razon alguna que impidiese que a ella la enterraran a mi lado.
De pronto, Louise poso su mano sobre mi brazo.
– En realidad, no tenemos por que pedir ningun permiso -aseguro-. Harriet podria muy bien ser una de tantas personas que hay en este pais y que no existen.
– Todo el mundo dispone de un numero de identidad -observe-. No podemos desaparecer de cualquier manera. Hasta que morimos, ese numero de identidad existe.
– Bueno, siempre hay recursos -sugirio Louise-. Va a morir en tu casa. Podemos incinerarla como lo hacen en la India. Despues, vertemos sus restos en el mar. Yo dare de baja su alquiler en Estocolmo y me llevare sus cosas. Sin indicar una direccion de contacto. Dejara de retirar su pension. Y yo le comunicare al hospital que se ha muerto. Es lo unico que les interesa saber. Puede que alguien empiece a preguntar donde esta. Pero puedo decir que llevo meses sin saber de ella. Y que su visita aqui fue breve y luego se marcho.
– ?Una breve visita?
– ?Quien crees que vendria a preguntarle a Jansson o a Hans Lundman por su siguiente destino despues de dejar la isla?
– Exacto, eso es. Pero ?adonde se fue? ?Quien la llevo a tierra?
– Tu. Hace una semana. Nadie sabe ya si sigue aqui.
Empece a comprender que Louise hablaba en serio. Dejariamos que Harriet muriese aqui y nos encargariamos de su entierro. ?Saldria bien? No hablamos mas del asunto esa tarde. Por la noche me costo conciliar el sueno. Al final, yo tambien empece a creer que seria viable.
Dos dias despues, mientras cenabamos, Louise dejo el tenedor en la mesa.
– ?El fuego! -dijo de pronto-. Ya se como podemos encenderlo sin que nadie empiece a hacer preguntas.
Escuche su propuesta. Al principio, me resisti. Pero despues comprendi que era un plan muy hermoso.
La luna desaparecio. La oscuridad se extendio sobre el archipielago. Los ultimos veleros del verano se deslizaban alejandose hacia sus puertos. La Marina seguia con sus practicas al sur de las islas. De vez en cuando nos alcanzaba la onda de presion de algun canonazo remoto. Harriet dormia casi las veinticuatro horas. Nos turnabamos para estar con ella. En mi epoca de estudiante de medicina, me gane un dinero extra haciendo guardias nocturnas. Aun recordaba la primera vez que cuide de una persona que murio ante mis ojos. Ocurrio sin el menor movimiento, sin un sonido. Tan infinitamente breve era aquel gran paso. Durante una unidad de tiempo apenas mensurable, el ser vivo pasaba a estar entre los muertos.
Recuerdo que pense: este ser humano que ahora esta muerto es una persona que, en realidad, no existio nunca. Con la muerte se erradica todo cuanto existio. La muerte no deja huella, salvo la de aquello que a mi siempre me costo tanto. El amor, los sentimientos. Hui de Harriet porque conseguimos un alto grado de intimidad. Y ahora no tardara en desaparecer.
Louise se mostro triste los ultimos dias de la vida de Harriet. Yo, por mi parte, experimentaba un miedo creciente, consciente de que tambien yo me acercaba a aquello por lo que en ese momento pasaba Harriet. Temia la humillacion que me esperaba y confiaba en que se me concediese una muerte dulce, que no me obligase a estar postrado largo tiempo antes de alcanzar la ultima orilla.
Harriet murio al alba, poco despues de las seis del dia 22 de agosto. Paso la noche inquieta, los analgesicos ya no parecian surtir ningun efecto. Yo estaba haciendo cafe cuando Louise entro en la cocina. Se coloco a mi lado y espero a que hubiese terminado de contar los diecisiete segundos del cafe.
– Mama ha muerto.
Entramos en la habitacion donde yacia Harriet. Le tome el pulso con los dedos y le puse el estetoscopio para escuchar su corazon. Y, verdaderamente, estaba muerta. Nos sentamos en la cama. Louise lloraba tranquila, casi sin hacer ruido. En cambio yo no senti mas que un tormentoso alivio egoista ante el hecho de no ser yo mismo quien yacia alli muerto.
Estuvimos en silencio unos diez minutos. Volvi a comprobar los latidos de su corazon, pero no oi nada. Despues, extendi sobre su rostro una de las toallas bordadas de mi abuela.
Nos tomamos el cafe, aun caliente. A las siete, llame a la guardia costera. Hans Lundman me respondio en persona.
– Gracias por la fiesta del otro dia. Deberia haberte llamado.
– No, gracias a ti.
– ?Que tal esta tu hija?
– Bien.
– ?Y Harriet?
– Se fue.
– Andrea va por ahi luciendo sus preciosos zapatos de color celeste. Diselo a Louise.
– Lo hare. Te llamo para avisarte de que hoy pienso quemar un monton de basura. Por si alguien llama creyendo que hay un incendio.
– Bueno, la sequia ha pasado, al menos por este ano.
– Ya, en fin, por si alguien cree que es mi casa la que esta en llamas.
– Has hecho bien en llamar.
Sali al jardin. No corria la menor brisa. Una capa de nubes tenia encapotado el cielo. Baje al cobertizo y saque la lona que habia preparado para cubrir el cuerpo. Ya la habia embadurnado de brea y la extendi en el suelo. Louise le habia puesto a Harriet el hermoso vestido que llevo en la fiesta estival. La habia peinado y le habia puesto carmin en los labios. Seguia llorando, tan en silencio como antes. Nos quedamos un rato abrazados.
– La voy a echar de menos -confeso-. He estado tan enfadada con ella durante tantos anos. Y ahora comprendo que ha horadado en mi interior un pozo que siempre permanecera abierto y por el que la tristeza entrara como un soplo, mientras yo viva.
Comprobe los latidos del corazon de Harriet una ultima vez. Su piel habia empezado a adquirir ese tono amarillento que otorga la muerte.
Esperamos una hora. Despues la sacamos de la casa y enrollamos su cuerpo en la lona. Yo tenia unos