de atras pasando de los periodistas, que me reconocieron.
– ?Algun comentario, senorita Rosato?
– ?Lo hizo usted?
– ?Y el testamento?
– ?Se va a hacer ejercicio?
Sali corriendo y deje atras a los periodistas, y justo doblar la esquina lo vi.
El teniente Azzic. Estaba sentado y fumando dentro de un coche azul oscuro en la calle Veintidos. No se ocultaba, de modo que deduje que queria que yo supiese me vigilaba. Pretendia asustarme.
Pero ni me inmute y pase corriendo al lado de la hilera de coches hasta que llegue al Crown Vic.
– -Hola, guapo --dije mientras me asomaba por la ventanilla--, ?cual es su signo?
Apago su Merit en el cenicero lleno de colillas; boca era una linea incierta.
– Leo, el leon. Cuando clavo la zarpa, no abandone
– Oh, muy sensual. Entonces, ?a que hora deja el bajo?
Sus ojos siguieron brumosos a traves del humo.
– -?Cree que es divertido, Rosato?
– -No, mas bien creo que usted me acosa, Azzic. ?No tiene nada mejor que hacer? ?Dar una paliza a algun sospechoso? ?Aceptar algun soborno?
– -Solo hago una vigilancia de rutina. Cuando quiera venir a la comisaria a hablar conmigo, puede hacerlo.
– -?Se trata de una invitacion? ?Habra fiesta? ?Va a ponerse esa corbata estrafalaria? --Y senale su chillona Countess Mara.
– -Si habla, yo escucho. Deje a ese muchachito en casa. Creo que se las puede arreglar sola. Me sorprende que acate sus ordenes, toda una gran abogada como usted.
Sonrei.
– -Intenta que me hierva la sangre irlandesa, teniente, pero no soy irlandesa. Creo.
Movio sus anchos hombros cuando puso en marcha el enorme motor de ocho cilindros de su coche.
– -Lo se. Antes me preguntaba por que las abogadas como usted hacen lo que hacen. Ahora ya no me importa.
– -Los policias como usted son los que me dan de comer.
Hizo una mueca de disgusto.
– Oh, ?somos nosotros, verdad? No los asesinos, los violadores y los cretinos a los que usted les saca el dinero.
– ?Se refiere a mis clientes? Tienen derechos, igual que usted. El derecho a un cuerpo de policia honrado: El derecho a un juicio justo. Nunca lo he entendido mejor que ahora.
Acelero el motor.
– -?Sabe cual es su problema, Rosato? Para usted no hay ni bien ni mal. Por su culpa no podemos conseguir una confesion; por su culpa, no podemos conseguir una condena. Aparece en la television, en los periodicos, explicandolo todo. Yo fui cura antes de ser policia..
– -Yo fui camarera antes de ser abogada. ?Y que?
– -Se distinguir el mal del bien.
– Ya veo, su ley es la ley de Dios. Tiene una relacion personal con el Jefe de la Justicia. El lo eligio a usted entre todas sus dudosas amistades.
Azzic meneo la cabeza.
– Usted no cree en Dios, ?no es asi, Rosato?
– Eso es algo personal -le dije para no darle confianza,! aunque la respuesta era no. Deje de creer cuando me di cuenta de que mi madre vivia una pesadilla cada dia de su vida. Acosada, aterrorizada cada segundo.
– Bien, no me conteste. Me importa un pimiento. Asi son las cosas. Tengo otros veinte casos en mi escritorio, pero este es el mas importante.
– -?Es por mi perfume?
Sonrio, pero sin ninguna alegria.
– -Deje que le diga algo, payasa. El porcentaje nacional de homicidios resueltos es del sesenta y cinco por ciento. Mi unidad ha conseguido el setenta y siete. Y me voy superando. ?Sabe lo que significa?
– Tiene un promedio mediocre. Jamas podria entrar en una facultad de derecho.
– Significa que le pisare los talones vaya donde vaya hasta el dia que la ponga entre rejas.
– ?Ah, si? Entonces pesqueme si puede, teniente. -Me di media vuelta y sali corriendo.
El motor rugio cuando Azzic puso la primera, pe yo cruce la calle y corri en direccion contraria. En dos manzanas de sentido unico por las calles Pine y Sprucer lo habia perdido de vista y corria con entera libertad.
Uno, dos, tres, respira. Uno, dos, tres, respira.
Franklin Field es un estadio de futbol y una pista de atletismo en el limite este del campus de la Universidad de Pennsylvania, rodeado por gradas y un alto muro de ladrillos. Desde mis tiempos universitarios, subia corriendo sus escalinatas para incrementar mi capacidad pulmonar y mi fortaleza para remar. El tablero electronico estaba a oscuras en esta epoca del ano y la pista vacia, pero las escalinatas estaban disponibles para cualquiera lo suficientemente loco como para correr subiendo y bajando escalones.
Uno, dos, tres, respira. Saltaba de grada en grada, de silla en silla. Hacia arriba con una rampa del cincuenta por ciento. Lo llamabamos «saltar los peldanos», pero saltar los peldanos habria sido mas facil que correr por los bancos, que estaban mas separados. Empece a sudar copiosamente. Manten altas las rodillas. Uno, dos, tres, respira.
En lo alto habia bancos que se habian puesto grises y viejos. Aqui y alla habian instalado un tablon de madera contrachapada y habia pesados pernos, ennegrecidos por la mugre y el paso del tiempo, incrustados incongruentemente en la madera. Mientras corria sobre las sillas, jugaba a evitar los pernos, y dejaba libres mis pensamientos. Era el unico modo de recordar. Y necesitaba hacerlo.
Un, dos, tres, respira. Cae sobre las plantas de los pies. Subia y mis pasos relampagueaban cuando alcance las alturas vertiginosas del estadio. Sali del sol y entre bajo la aireada tribuna superior, bajo las columnas que sostenian el techo del estadio. Alli soplaba el viento y estaba fresco y en penumbra. Arriba, arriba, arriba. Me resbalaba el sudor por la frente. Y el corazon me palpitaba como un piston. Habia corrido asi con Renee aquel dia. Trate de reconstruir mentalmente la escena.
El sol picaba de verdad. Renee llevaba unos pantalones cortos de la marina y una camiseta demasiado gruesa. Sudaba y resoplaba; alrededor de su cuello se balanceaba una cadena de plata a medida que corria.
Llegue a la ultima fila y me detuve un momento, jadeante, luego me di la vuelta y baje corriendo. Un, dos, tres, abajo. Bajar era mas duro de lo que parecia, ya que habia que mantener el equilibrio a cincuenta metros del suelo y con la cabeza mareada por el ejercicio. La suela de goma de mis zapatillas se aferraba a la madera de los bancos cuando bajaba saltandolos de uno en uno.
Un, dos, tres, respira. Los ultimos quince bancos eran de un plastico azul y rojo muy cursi y me dirigi hacia ellos a toda velocidad. Cuando llegue abajo me detuve un momento para recuperar el resuello y luego reemprender la subida. Era una Sisifo juridica.
Uno, dos. Me costaba respirar. Trataba de mantener el ritmo. Trataba de recordar. Renee, con unos quince kilos de sobrepeso, era incapaz de seguirme. Se detenia y descansaba resoplando bajo el techo del estadio. Alli hacia fresco, casi frio. Parecia un lugar mas intimo, casi secreto. Se detuvo para recuperar el aliento y le hice compania. Empezamos a hablar.
Pase los bancos de colores y llegue a los de madera. Tenian numeros pintados en blanco, 2, 4, 6, 8. Aqui y alli, se veian manchas y ahora todos los bancos se convertian en manchas.
La conversacion con Renee paso de trapos a hombres. «Tenia un novio -dijo-, pero me dejo.»
Continue el ascenso, pase la blanca mancha de numeros mientras el sol me picaba en la espalda y los hombros. Uno, dos, tres, respira, muchacha. Habia un total treinta y un bancos. O treinta. Trate de contarlos, por cada vez la cuenta me salia distinta. La conversacion ce Renee volvia a mi en fragmentos inconexos, como senal de radio que se vuelve estatica.
«Me suena», le dije. Nuestras miradas se cruzaron, las dos supimos que estabamos hablando de Mark.
«Me dijo que me fuera, asi, como suena, en medio de una nevada. Ibamos a comprar la casa a medias.»