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Abri la arqueada puerta de madera de R amp; B y senti la misma sensacion de siempre. Estaba en casa. Mark y yo compramos la casa con dinero de su familia y la convertimos en una oficina al tiempo que devolviamos el prestamo. Yo misma puli y encere los suelos de madera; Mark coloco los tabiques. Pintamos las paredes y los frisos de amarillo dorado y yo decore los despachos para que fueran comodos con sillas blandas, mesas de pino y acuarelas.

– -Hola, Bennie --dijo Marshall desde la ventanilla que daba a la sala de recepcion. Tenia el cabello rubio oscuro recogido en una trenza y vestia un jersey de algodon y vaqueros que colgaban de un fisico tan delicado que parecia incapaz de afrontar ninguna responsabilidad. De hecho, Marshall era la recepcionista de R amp; B, la administradora y contable y dirigia el pequeno despacho tras la ventanilla como una autentica Stalin.

– ?Por que no te has ido a comer? -le pregunte.

– Tenemos demasiado trabajo. Te han hecho un monton de llamadas. -Me paso un papel con la lista. En la parte superior de nuestro papel interno ponia R amp; B con tipografia llamativa. Mark estaba a cargo de lo que podia llamar la atencion; yo solo me ocupaba de lo demas.

– Entonces, vete temprano a casa. Marchate a las cuatro y ya nos arreglaremos con las llamadas. -No queria que Marshall tambien desertase. Ademas de que ella era quien dirigia el cotarro, yo me sentia mas comoda a su lado de un modo que no era posible con los asociados, con quienes mantenia una distancia profesional.

– ?Estas segura? Te puedo tomar la palabra. Tengo que probarme un vestido para una boda.

– ?Rojo o turquesa?

– -Turquesa.

– Que te vaya bien.

– -Gracias.

Sono el telefono y ella se dispuso a contestar cuando yo iba por el pasillo con mis mensajes en la mano y buscando a los asociados. El pasillo estaba vacio, de modo que entre un poco al azar en la biblioteca, que tambien nos servia como sala de reuniones. Alli tampoco habia nadie. La mesa redonda y comunitaria no tenia nada encima y estaba flanqueada por anchas carpetas de legislacion federal con sus numeros de volumen dorados como una estela brillante. Acaso los asociados habian salido a almorzar. O a entrevistarse con alguien a la busqueda de un nuevo empleo.

Sali de la biblioteca, fui hasta el final del pasillo y subi la escalera de caracol para espiar en los despachos de arriba. Todos tenian el mismo tamano, ninguno era mas pequeno que el de Mark o el mio y a cada asociado se le habian asignado mil dolares para que lo decorara a su gusto. Gracias a la direccion progresista y a nuestros atractivos casos, R amp; B atraia a lo mejorcito y mas brillante de las facultades locales de derecho de Pennsylvania, Temple, Widener o Villanova. Todos nuestros asociados eran doctores en derecho y les pagabamos como a los semidioses que ellos creian ser. ?De que se podian quejar? ?Y donde demonios estaban?

Camine por el pasillo mirando despacho tras despacho, todos vacios. Habian colgado toda clase de mierdas de las paredes y yo no habia dicho una sola palabra. La oficina de Bob Wingate era un memorial de Jerry Garcia, la estrella del rock californiano; el de Eve Eberlein estaba empapelado con delicadas flores estampadas. El unico despacho con aspecto profesional pertenecia a Grady Wells, un aficionado a la guerra civil. Estaba amueblado con sencillez y las paredes estaban recubiertas de mapas antiguos con campos de batalla en marcos de madera. En una esquina, un mueble contenia mas mapas, pero Grady no estaba alli estudiandolos.

No habia nadie en ninguna parte. Considere la posibilidad de fisgar entre sus documentos de trabajo, pero decidi no hacerlo. Era una firme partidaria de las libertades individuales. Y ademas, podian pillarme con las manos en la masa.

Me encamine a mi propio despacho, deje los zapatos sobre la alfombra y quite unos papeles que cubrian mi silla de detras del escritorio para poder sentarme. Una vez un cliente me dijo que el desorden era mi sena de identidad de autentica radical, pero no era verdad. Simplemente se trataba de que yo era una desordenada; no habia nada politico en ello.

Abri un cajon cerrado con llave y saque un listado de ordenador que enumeraba las horas de trabajo de los asociados. Quien mas trabajara seria el candidato a ser el mas descontento. Repase el listado ignorando las horas de oficina para concentrarme en las de trabajo profesional propiamente dicho.

Fletcher, Jacobs, Wingate. La mayoria de los asociados declaraba unas doscientas horas mensuales. Mucho tiempo; por tanto, todos debian de sentirse muy mal. Hasta Eve Eberlein estaba con ciento noventa hasta la fecha. Trate de no pensar cuales eran las actividades que ella consideraba profesionales.

Revise los meses anteriores. Las horas eran las mismas salvo en el caso de Renee Butler, que habia pasado un abril muy ajetreado en un tribunal de familia. Renee habia compartido el apartamento con Eve desde que se licenciaron con Wingate, pero las dos mujeres no podian ser mas distintas. Renee era negra, gruesa y se dedicaba por entero a casos de abuso familiar. Era toda carnosidad en contraste con la esbeltez de Eve. ?Era Renee la que se queria marchar? ?Habia alguna forma de averiguarlo?

Por supuesto que si.

Deje el listado de horas a un lado y cruce la habitacion hacia las estanterias de la pared. Alli se mezclaban los tratados juridicos con las revistas especializadas y no me acordaba de donde habia dejado el directorio profesional. Mierda. Busque por las estanterias atestadas de volumenes. Algunos torpes pueden encontrar algunas cosas; yo, no. Nunca puedo encontrar nada. Si lo encuentro es por pura casualidad.

?Eureka! Cogi el directorio de la estanteria, busque la agencia de contratacion mas importante de la ciudad y llame.

– -?La agencia Meyers? --dije en voz baja cuando me atendio una mujer-. Bueno… puedo quedarme sin trabajo en cualquier momento y quisiera hablar con alguien.

– -Un momento -dijo la mujer; el telefono hizo un ruido y hablo otra mujer con mas experiencia:

– ?En que puedo ayudarla?

– Si, llamo de R amp; B, Rosato y Biscardi. Creo que necesito encontrar un trabajo.

– ?Con quien estoy hablando?

– Bueno, no lo puedo decir. Me muero si se entera mi jefa. Es una bruja. -Oi una risa de sorpresa.

– En ese caso, nos podria enviar un curriculo confidencial. Envielo a nombre de…

– ?Soy la unica de R amp; B que ha llamado? ?O ha tenido una llamada de Renee Butler?

– -No puedo darle esa informacion.

– -Pero no soy la unica, ?verdad? No enviare mi curriculo si soy la unica. --Esperaba que ella temiese perder su desorbitada comision.

– No, no es la unica.

– -?Es Jeff Jacobs o Bob Wingate? Apostaria a que se trata de uno de ellos.

– -No puedo confirmarle ninguno de esos dos nombres.

– -Se que Jenny Rowlands se siente fatal en este lugar. Dice que apesta.

– -De verdad que no puedo revelarle el nombre de ningun cliente, querida. Ya tenemos tres curriculos de R amp; B, pero eso no significa que no podamos colocarlos a todos.

?Tres peticiones? ?Tres asociados querian irse? Era la mitad de mi equipo. Se me partio el corazon. No escuche su discurso de buena vendedora, espere a que dejara de hablar, le di las gracias y colgue. ?Tres? ?Que estaba pasando?

Me senti aturdida. Tenia que hablar con Mark tan pronto como apareciera. Una empresa de nuestro tamano no podia soportar un golpe de esta envergadura, ahora no. La seccion de pleitos comerciales y empresariales a cargo de Mark funcionaba a pleno rendimiento; mi practica sobre la primera enmienda, en la que representaba a clientes de los medios de comunicacion en querellas por difamacion, habia llegado finalmente a igualar los ingresos de los casos por abuso policial. Mark y yo conseguiamos una facturacion anual de un millon, del que pagabamos unos cien mil a cada uno, sin contar que dabamos de comer a trece personas. Nos iba estupendamente y haciamos el bien con genuino espiritu de rock and roll. O al menos eso pensaba yo hasta ese momento.

Volvi a mirar mi escritorio, donde se apilaban los mensajes, la correspondencia y los informes. Seria mejor que me ocupara de todo si realmente se avecinaba una crisis. Maldita sea. Deje a un lado las preocupaciones y me puse a trabajar pasando por alto a mis asociados, que habian regresado. Les oi reir y bromear, luego el sonido de los telefonos y el de los modems cuando se pusieron a trabajar. Dos de ellos, Bob Wingate y Grady

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