hacerlo.

El sonrio ante el halago, despues la miro a los ojos.

– De acuerdo, senora Russell. Lo que usted diga.

Mientras Collin acababa de recoger sus cosas, Russell contemplo el trozo de metal de unos veinte centimetros, sucio de sangre, que habia estado a punto de acabar con sus aspiraciones politicas. Si el presidente hubiese muerto, no hubiese sido necesario el encubrimiento. Una palabra fea -encubrimiento- pero a menudo muy necesaria en el mundo de la alta politica. Se estremecio al imaginar los titulares: el presidente aparece muerto en el dormitorio de un amigo intimo. La esposa autora del crimen. Los lideres del partido hacen responsable a la jefa del gabinete Gloria Russell. Pero no habia sucedido. No sucederia.

El objeto que tenia en la mano valia mas que una montana de plutonio, mas que toda la produccion de petroleo de Arabia Saudita. Con esto en su poder, ?quien sabia lo que podia pasar? ?Quizas incluso la formula Russell-Richmond? Las posibilidades eran infinitas. Sonrio mientras guardaba la bolsa de plastico en el bolso.

El alarido hizo que Luther volviera la cabeza con tanta violencia que casi grito de dolor.

El presidente entro en el dormitorio medio borracho y enloquecido. Acababa de recordar lo ocurrido en las ultimas horas y la conmocion habia resultado tremenda.

Burton aparecio un segundo mas tarde. El presidente se dirigio hacia el cadaver; Russell dejo el bolso sobre la mesa de noche, y acompanada por Collin se interpuso en el camino.

– ?Maldita sea! Esta muerta. Yo la mate. Ay, Dios, ayudame. ?Yo la mate! -Grito, lloro y volvio a gritar. Intento pasar entre la pareja que tenia delante pero le faltaron fuerzas. Burton sujeto al presidente por detras.

Entonces, con una fuerza sacada de la desesperacion, Richmond se solto, atraveso la habitacion y choco de cabeza contra la pared. Mientras se desplomaba empujo la mesa de noche y por fin el presidente de Estados Unidos permanecio tendido en el suelo, gimoteando, junto al cadaver de la mujer con la que habia tenido la intencion de acostarse aquella noche.

Luther le observo asqueado. Se froto el cuello al tiempo que meneaba la cabeza. Los hechos ocurridos esta noche eran tan increibles que resultaba dificil soportarlos.

El presidente se sento poco a poco. Burton parecia compartir las sensaciones de Luther, pero no dijo nada. Collin miro a Russell en espera de instrucciones. Russell capto la mirada y acepto complacida el cambio de poderes.

– ?Gloria?

– ?Si, Alan?

Luther habia visto como Russell habia mirado el abrecartas. Ahora tambien sabia algo que ignoraban los demas.

– ?Saldra todo bien? Haz que salga bien, Gloria. Ay Dios, por favor, Gloria.

Ella apoyo una mano sobre el hombro de Richmond para darle animos, como habia hecho a lo largo de centenares de miles de kilometros de campana.

– Todo esta bajo control, Alan. Lo tengo todo controlado.

El presidente estaba demasiado borracho como para captar el matiz, pero ella no le dio importancia.

Burton apoyo un dedo sobre el auricular, escucho con atencion por un momento. Se volvio hacia Russell.

– Salgamos de aqui. Varney acaba de ver un coche de patrulla que viene por la carretera.

– ?La alarma…? -pregunto Russell extranada.

– Debe ser algun guardia privado -contesto Burton-, pero si ve algo… -No le hizo falta anadir nada mas.

Marcharse en limusina de este paraiso de los ricos era la mejor proteccion de la que podian disponer. Russell agradecio la costumbre que habia adoptado de utilizar limusinas alquiladas sin chofer para estas pequenas aventuras. Los nombres en todos los formularios eran falsos, el deposito y el alquiler se pagaban al contado, y el coche lo recogian y devolvian fuera de horas de oficina. No habia rostros vinculados a la operacion. El coche lo devolvian limpio de cualquier huella. Seria una callejon sin salida para la policia en el caso muy improbable de que siguieran esta pista.

– ?Vamos! -Russell se dejo llevar un poco por el panico. Ayudaron a levantarse al presidente. Russell fue con el. Collin recogio las bolsas. Entonces se quedo quieto.

Luther sintio un nudo en la garganta.

Collin fue a la mesa de noche, cogio el bolso de Russell y salio del dormitorio.

Burton puso en marcha la aspiradora, dio la ultima pasada a la alfombra. Despues apago la luz y salio sin olvidarse de cerrar la puerta.

El mundo de Luther se sumio en las tinieblas.

Esta era la primera vez que se quedaba a solas con la mujer muerta. Al parecer, los demas se habian acostumbrado a la presencia del cuerpo ensangrentado en el suelo, y sin darse cuenta habian pasado por encima o alrededor del objeto inanimado. Pero Luther no se habia habituado a la presencia de la muerte a unos pocos pasos de distancia.

Ya no veia las ropas manchadas ni el cadaver que las llevaba, pero sabia que estaba alli. «Hortera puta rica», seria probablemente el epitafio informal. Era verdad que habia enganado al marido, algo que al parecer a el no le habria preocupado. Pero no se merecia morir asi. El no la hubiese matado, eso estaba muy claro. En cambio, de no haber sido por el rapido contraataque, el presidente hubiese sido asesinado.

No podia culpar a los hombres del servicio secreto. Era su trabajo y lo habian cumplido. Ella habia escogido al hombre equivocado para un intento de asesinato impulsado por lo que habia sentido en aquel momento. Quizas era mejor asi. Si la mano hubiese sido un poco mas rapida o la respuesta de los agentes un poco mas lenta, tal vez habria pasado el resto de su vida en la carcel, si no la condenaban a muerte por matar a un presidente.

Luther se sento en el sillon. Tenia las piernas casi dormidas. Se forzo a relajarse. Muy pronto tendria que salir pitando. Necesitaba estar preparado.

Tambien tenia muchas cosas en que pensar, a la vista de que sin pretenderlo, todo se habia preparado para convertir a Luther Whitney en el sospechoso numero uno en lo que sin duda seria considerado como un infame y horroroso asesinato. La riqueza de la victima exigiria que todos los enormes recursos de las fuerzas policiales se dedicaran a buscar al culpable. Pero de ninguna manera se les ocurriria buscar la respuesta en el 1600 de la avenida Pennsylvania. Buscarian en cualquier otra parte, y a pesar de los intensos preparativos de Luther, quiza le encontrarian. El era bueno, muy bueno, pero nunca se habia enfrentado a las fuerzas que se desatarian para resolver este crimen.

Repaso en un segundo todos los pasos del plan hasta esta noche. No encontro ningun fallo, pero por lo general eran los menores de estos los que acababan por llevar al autor a la carcel. Trago saliva, abrio y cerro las manos, estiro las piernas para calmarse. Una cosa a la vez. Aun no habia salido de alli. Muchas cosas podian salir mal, y sin duda una o dos fallarian.

Esperaria otros dos minutos. Conto los segundos, mientras imaginaba a aquellas personas subiendo al coche. Calculo que esperarian cualquier avistamiento o sonido del coche patrulla antes de marcharse.

Abrio la bolsa con mucho cuidado. En el interior estaba gran parte del contenido de la caja de seguridad. Casi habia olvidado que estaba alli para robar y que lo habia hecho. El coche estaba a cuatrocientos metros. Necesitara todo el aire de los pulmones. ?Cuantos eran los agentes del servicio secreto? Al menos cuatro. ?Mierda!

La puerta espejo se abrio lentamente y Luther entro en el dormitorio. Apreto el boton rojo del mando y lo arrojo sobre el sillon mientras se cerraba la puerta.

Miro la ventana. Ya habia pensado en utilizarla como una via alternativa. En la bolsa tenia una soga de nailon de treinta metros de largo, con nudos cada quince centimetros.

Dio un amplio rodeo alrededor del cuerpo, atento a no pisar la sangre, se valio de la memoria para guiar sus pasos. Solo miro una vez el cadaver de Christine Sullivan. No podia devolverle la vida. Luther se enfrentaba ahora a salvar la suya.

Tardo unos segundos en llegar a la mesa de noche, y meter la mano detras del mueble.

Los dedos de Luther sujetaron la bolsa de plastico. El choque del presidente contra el mueble habia volcado el bolso de Gloria Russell. La bolsa y su muy valioso contenido habian caido detras de la mesa de noche.

Luther toco con la punta de un dedo la hoja del abrecartas a traves del plastico antes de guardarlo en su bolsa. Se acerco a la ventana y espio el exterior. La limusina y la furgoneta seguian alli. Era una mala senal.

Fue hasta el otro extremo del dormitorio, saco la soga, la ato a la pata de una comoda que pesaba un quintal

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