No queria mostrarse frio, pero no estaba afligido.
– Yo ya era parte de su vida -dijo ella, imperterrita-. Yo era uno de los redactores-jefe de
– Yo no soy quien para dictar sentencias -respondio Pitt a media voz.
Quintana salio de las sombras y toco el brazo de Pitt.
– Nos ponemos en marcha. Yo llevare el receptor de radio e ire delante. -Se acerco a Jessie y su voz se suavizo-. Dentro de una hora estara a salvo. ?Cree que podra aguantar un poco mas?
– Estare bien. Gracias por su interes.
Arrastraron los Dashers a traves de la playa y los metieron en el agua. Quintana dio la orden y todos montaron y partieron sobre el negro mar. Esta vez Pitt iba en retaguardia, mientras Quintana, con los auriculares calados, se dirigia hacia el TSE guiandose por las instrucciones transmitidas por el coronel Kleist.
Dejaron atras aquella isla de la muerte. El enorme edificio habia quedado reducido a un monton de planchas de hormigon derrumbadas. Los aparatos electronicos y el adornado mobiliario ardian como el fondo de un volcan en extincion debajo de la arena coralina blanqueada por el sol. La antena gigantesca yacia en mil pedazos retorcidos. Sin ninguna posibilidad de reparacion. Al cabo de pocas horas, cientos de soldados rusos, conducidos por agentes del GRU, se arrastrarian sobre las ruinas, buscando entre la arena alguna senal que permitiera identificar a las fuerzas responsables de la destruccion. Pero los unicos indicios que encontrarian en su investigacion apuntarian directamente a la mente astuta de Fidel Castro y no a la CIA.
Pitt mantenia los ojos fijos en la luz azul del Dasher que le precedia. Navegaba ahora contra la marea y la pequena embarcacion cabeceaba y remontaba las crestas como en una montana rusa. El peso anadido de Jessie reducia su velocidad, y Pitt apretaba a fondo el acelerador para no quedar rezagado.
Solo habian viajado cosa de una milla cuando sintio que una de las manos de Jessie se desprendia de su cintura.
– ?Estas bien? -pregunto.
Por toda respuesta sintio el frio canon de una pistola apoyado en su pecho, justo por debajo de la axila. Bajo muy despacio la cabeza y miro debajo del brazo. Ciertamente, era el negro perfil de una pistola apoyada en su caja toracica; una Makarov de 9 milimetros, y la mano que la sostenia no temblaba.
– Si no es una impertinencia -dijo Pitt, con autentica sorpresa-, ?puedo preguntarte en que estas pensando?
– En un cambio de plan -respondio ella, con voz grave y tensa-. Nuestro trabajo solo esta realizado a medias.
Kleist paseaba por la cubierta del TSE mientras los componentes del equipo de Quintana subian a bordo y los Dashers eran introducidos rapidamente por una gran escotilla y bajados por una rampa hasta el cavernoso compartimiento de carga. Quintana estuvo dando vueltas alrededor del submarino hasta que no quedo nadie en el agua; solo entonces fue a la cubierta inferior.
– ?Como ha ido la cosa? -pregunto ansiosamente Kleist.
– Como dicen en Broadway, un gran exito. La destruccion ha sido total. Puede decir a Langley que el GRU ha volado por los aires.
– Buen trabajo -dijo Kleist-. Recibiran una buena recompensa y unas largas vacaciones. Cortesia de Martin Brogan.
– Pitt es quien merece las mayores alabanzas. Nos condujo directamente al salon antes de que los rusos se despertasen. Tambien se dirigio a la radio y aviso a la lanzadera espacial.
– Desgraciadamente, no hay galones para los ayudantes espontaneos -dijo vagamente Kleist. Despues pregunto-: ?Y que ha sido del general Velikov?
– Se le presume muerto y enterrado bajo los cascotes.
– ?Alguna baja?
– Yo he perdido dos hombres. -Hizo una pausa-. Tambien perdimos a Raymond LeBaron.
– El presidente tendra un gran disgusto cuando se entere de esta noticia.
– En realidad, fue sobre todo un accidente. Hizo un valeroso pero loco intento de salvar la vida de Pitt, y fue el quien pago con la suya.
– Asi pues, el viejo bastardo ha muerto como un heroe. -Kleist camino hasta el borde de la cubierta y observo la oscuridad-. ?Y que ha sido de Pitt?
– Sufrio una pequena herida, nada grave.
– ?Y la senora LeBaron?
– Unos pocos dias de descanso y algun cosmetico para disimular sus moraduras y parecera como nueva.
Kleist se volvio rapidamente.
– ?Cuando les vio por ultima vez?
– Cuando abandonamos la playa. Pitt llevaba a la senora LeBaron con el en su Dasher. Yo navegaba a poca velocidad para que pudiesen seguirnos.
Quintana no pudo verlo, pero los ojos de Kleist se volvieron temerosos, temerosos al darse subitamente cuenta de que algo andaba terriblemente mal.
– Pitt y la senora LeBaron no han subido a bordo.
– Tienen que haberlo hecho -dijo con inquietud Quintana-. Yo he sido el ultimo en subir.
– Esto no es una explicacion -dijo Kleist-. Ellos estan todavia ahi fuera, en alguna parte. Y como Pitt no llevaba el receptor de radio en el trayecto de regreso, no podemos guiarle hasta aqui.
Quintana se llevo una mano a la frente.
– Ha sido culpa mia. Yo era el responsable.
– Tal vez si, tal vez no. Si algo hubiese marchado mal, si su Dasher se hubiese averiado, Pitt habria gritado y usted le habria oido con toda seguridad.
– Tal vez podriamos localizarlos con el radar -sugirio Quintana, esperanzado.
Kleist apreto los punos y se los golpeo.
– Sera mejor que nos demos prisa. Quedarnos aqui mucho mas tiempo seria un suicidio.
El y Quintana bajaron rapidamente por la rampa hasta el cuarto de control. El operador del radar estaba sentado delante de una pantalla en blanco. Levanto la cabeza al ver a los dos oficiales que se situaban a su lado, con los semblantes tensos.
– Levante la antena -ordeno Kleist.
– Seremos captados por todas las unidades de radar de la costa cubana -protesto el operador.
– ?Levantela! -repitio vivamente Kleist.
Arriba, una parte de la cubierta se abrio y una antena orientable se desplego y subio en la punta de un mastil que se elevo casi veinte metros en el aire. Abajo, tres pares de ojos observaron como cobraba vida la pantalla.
– ?Que estamos buscando? -pregunto el operador.
– Faltan dos de nuestras personas -respondio Quintana.