a menos de treinta metros de distancia.

?Dios mio!, penso, ya esta: dentro de pocos segundos, el Prosperteer se estrellara contra el hotel y posiblemente estallara. Y habia algo mas. Las helices se romperian con el impacto y sus fragmentos de metal caerian sobre la pasmada multitud con la fuerza de una mortifera bomba de metralla.

– ?Por el amor de Dios, ayudenme! -grito Pitt.

Las numerosas personas que se hallaban en la playa estaban como petrificadas, boquiabiertas, estupefactas e infantilmente fascinadas por el extrano espectaculo. De pronto, dos muchachas y un chico corrieron y agarraron una de las dos cuerdas. Despues acudio un banista, seguido de una mujer entrada en anos y robusta. Por ultimo, se rompio el hechizo y veinte mirones se adelantaron y sujetaron las cuerdas que se arrastraban. Fue como si una tribu de indigenas medio desnudos entablase un combate contra un enloquecido brontosaurio.

Pies descalzos se hincaron en la arena, trazando surcos en ella cuando los arrastro la terca mole que se cernia sobre sus cabezas. El tiron sobre las cuerdas de proa hizo que la nave girase sobre si misma y que la cola con aletas describiese un arco de 180 grados y apuntase al hotel, y la rueda de debajo de la barquilla rozo los arbustos de encima del rompeolas, y las helices se libraron por pulgadas de dar contra el hormigon, tronchando hojas y ramas.

Una fuerte rafaga de viento soplo desde el mar, empujando al Prosperteer sobre la terraza, aplastando sombrillas y mesas y dirigiendo la popa hacia el quinto piso del hotel… Varias cuerdas fueron arrancadas de las manos que las sostenian y una ola de impotencia barrio la playa. La batalla parecia perdida.

Pitt se puso en pie y corrio a tropezones hasta una palmera proxima. En un ultimo y desesperado esfuerzo, enrollo su cuerda al esbelto tronco, rezando fervientemente para que no se rompiese con la tension.

La cuerda resistio y se tenso. La palmera de veinte metros de altura temblo, oscilo y se doblo durante varios segundos. La muchedumbre contuvo el aliento. Despues, con angustiosa lentitud, el arbol se enderezo gradualmente hasta volver a su anterior posicion. Las superficiales raices se mantuvieron firmes y el dirigible se detuvo, con sus aletas a menos de dos metros de la pared oriental del hotel.

Doscientas personas aclamaron y empezaron a aplaudir. Las mujeres saltaron y rieron, mientras los hombres gritaban y levantaban las manos con los pulgares hacia arriba. Ningun equipo triunfador habia recibido jamas una ovacion mas espontanea. Aparecieron los guardias de seguridad del hotel y mantuvieron a los mirones imprudentes lejos de las helices, que seguian girando.

Pitt se quedo plantado alli, con el mojado cuerpo cubierto de arena recobrando el aliento, empezando a sentir el dolor en las manos quemadas por la cuerda. Mirando fijamente al Prosperteer, tuvo su primera vision clara de la aeronave y le fascino su diseno anticuado. Evidentemente, era mas viejo que los modernos dirigibles Goodyear.

Se abrio paso entre las desparramadas mesas y sillas de la terraza y subio a la barquilla. Los tripulantes estaban todavia sujetos por los cinturones a sus asientos, inmoviles, mudos. Pitt se inclino sobre el piloto, encontro los interruptores del encendido y los cerro. Los motores sonaron suavemente un par de veces y quedaron en silencio al dar las helices una ultima vuelta y detenerse.

Ahora el silencio fue sepulcral.

Pitt hizo una mueca y observo el interior de la barquilla. No habia senales de danos, los instrumentos y los controles parecian estar en orden. Pero fueron los aparatos electronicos los que le sorprendieron. Gradiometros para detectar el hierro, un sonar y un instrumento para registrar el fondo del mar; todo lo necesario para una busqueda subacuatica.

Pitt no se daba cuenta de las muchas caras que atisbaban desde la puerta abierta de la barquilla, ni oia los aullidos intermitentes de las sirenas que se acercaban. Se sentia aislado y momentaneamente desorientado. La calida y humeda atmosfera tenia una irrealidad morbosa y flotaba en el aire el mareante olor a putrefaccion humana.

Uno de los tripulantes estaba reclinado sobre una mesita, con la cabeza apoyada sobre los brazos como si durmiese. Su ropa estaba humeda y manchada. Pitt lo sacudio ligeramente por un hombro. No habia firmeza en la carne. Estaba blanda y pulposa. Sintio un frio que le puso la piel de gallina y, sin embargo, el sudor chorreaba por todo su cuerpo.

Volvio la atencion a las horribles apariciones sentadas ante los controles. Sus caras estaban cubiertas de moscas, y la descomposicion borraba todo rastro de vida. La piel se desprendia de la carne como ampollas o quemaduras reventadas. Los mentones pendian flaccidos de las bocas abiertas, y los labios y las lenguas estaban hinchados y resecos. Los ojos estaban abiertos, mirando a ninguna parte, con los globos opacos y nublados. Las manos se apoyaban todavia en los controles y las unas se habian vuelto azules. Sin enzimas que las controlasen, las bacterias habian formado gases que hinchaban grotescamente los vientres. El aire humedo y la elevada temperatura de los tropicos aceleraban en gran manera el proceso de putrefaccion.

Los cadaveres descompuestos en el interior del Prosperteer parecian venir de una tumba ignorada, una tripulacion macabra de un dirigible-osario en una fantastica mision.

5

El cadaver desnudo de una negra adulta yacia sobre una mesa de reconocimiento bajo las fuertes luces de la sala de autopsias. La conservacion era excelente; no habia senales visibles de violencia. Para el experto, el grado de rigor mortis indicaba que habia muerto hacia menos de siete horas. Su edad parecia estar entre los veinticinco y los treinta anos. Aquel cuerpo podia haber atraido un dia las miradas masculinas, pero ahora estaba desnutrido, consumido y estragado por diez anos de consumo de drogas.

Al forense de Dade County, doctor Calvin Rooney, no le gustaba demasiado tener que hacer esta autopsia. Habia bastantes muertes en Miami para tener ocupado a su personal durante las veinticuatro horas del dia, y el preferia emplear su tiempo en las autopsias mas dramaticas y desconcertantes. Una sobredosis de droga tenia poco interes para el. Pero esta mujer habia sido encontrada tirada en el jardin de un comisario del condado y, por eso, habria resultado inadecuado encargarla a un medico de tercera categoria.

Llevando una bata azul, porque detestaba las acostumbradas batas blancas, Rooney, nacido en Florida, veterano del Ejercito de los Estados Unidos y graduado en la Facultad de Medicina de Harvard, introdujo una cassete nueva en un magnetofono portatil y empezo a comentar secamente las condiciones generales del cadaver.

Tomo un bisturi y se inclino para hacer la diseccion, empezando a unas pulgadas por debajo del menton y rajando en direccion al pubis. De pronto, interrumpio la incision sobre la cavidad toracica y se inclino mas, para observar a traves de los gruesos cristales de unas gafas con montura de concha. Durante los quince minutos siguientes, extrajo y estudio el corazon, mientras recitaba un monologo ininterrumpido al magnetofono.

Rooney estaba haciendo una ultima observacion cuando el sheriff Tyler Sweat entro en la sala de autopsias. Era un hombre de aire pensativo, de mediana estatura y hombros ligeramente redondeados, con una mezcla de melancolia y resolucion brutal en el semblante. Serio, metodico y astuto, era muy respetado por los hombres y mujeres que trabajaban para el.

Dirigio una mirada inexpresiva al cadaver rajado y saludo con la cabeza a Rooney,

– ?Otro trozo de carne?

– La mujer del jardin del comisario -respondio Rooney.

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