– ?Otra victima de la droga?
– No hemos tenido tanta suerte. Mas trabajo para homicidios. Fue asesinada. Encontre tres pinchazos en el corazon.
– ?Con un punzon para romper hielo?
– Segun todos los indicios.
Sweat miro al patologo bajito y medio calvo, cuyo aspecto bonachon parecia mas propio de un parroco.
– No hay quien pueda enganarle, doctor.
– ?Que es lo que trae al terror de los malvados al palacio del forense? -pregunto amablemente Rooney-. ?Esta visitando los barrios bajos?
– No; una identificacion de personas importantes. Quisiera que estuviese usted presente.
– Los cuerpos encontrados en el dirigible -dedujo Rooney. Sweat asintio con la cabeza.
– La senora de LeBaron esta aqui para ver los restos.
– Yo no lo recomendaria. El cadaver de su marido tiene un aspecto demasiado desagradable para quien no se enfrenta diariamente con la muerte.
– Trate de convencerla de que la identificacion de sus efectos seria legalmente suficiente; pero ella insistio. Incluso ha traido a un auxiliar del gobernador para allanarle el camino.
– ?Donde estan?
– En la oficina del deposito, esperando.
– Y la prensa, ?que?
– Todo un regimiento de reporteros de la television y los periodicos, corriendo de un lado a otro como locos. He ordenado a mis agentes que les mantengan en el vestibulo.
– El mundo tiene cosas muy extranas -dijo Rooney, en uno de sus momentos filosoficos-. El famoso Raymond LeBaron merece grandes titulares en primera pagina, mientras que a esa pobre infeliz no le dedican mas que un par de lineas junto a los anuncios por palabras. -Entonces suspiro, se quito la bata y la arrojo sobre una silla-. Acabemos con esto, tengo otras dos autopsias esta tarde.
Mientras hablaba, se desencadeno una tormenta tropical y el ruido de los truenos retumbo en las paredes. Rooney se puso una chaqueta deportiva y se arreglo la corbata. Echaron a andar; Sweat contemplaba pensativamente el dibujo de la alfombra del pasillo.
– ?Alguna idea sobre la causa de la muerte de LeBaron? -pregunto el sheriff.
– Es demasiado pronto para saberlo. Los resultados del laboratorio no han sido concluyentes. Quiero hacer algunas pruebas mas. Hay demasiadas cosas que no coinciden. No me importa confesar que este caso es un enigma.
– ?Alguna presuncion?
– Nada que me atreviese a poner por escrito. El problema es la increible rapidez de la descomposicion. Raras veces he visto desintegrarse tan de prisa los tejidos, salvo tal vez en una ocasion, en 1974.
Antes de que Sweat pudiese sondear la memoria de Rooney, llegaron a la oficina del deposito y entraron. El ayudante del gobernador, un tipo de aspecto desagradable que vestia un traje con chaleco, se levanto de un salto. Incluso antes de que abriese la boca, Rooney lo clasifico como un pelmazo.
– ?Podriamos despachar esto a toda prisa, sheriff? La senora LeBaron esta muy afligida y quisiera volver a su hotel lo antes posible.
– Le doy mi mas sentido pesame -dijo el sheriff-. Pero no hace falta que recuerde a un funcionario publico que hay ciertas leyes que hemos de cumplir.
– Y no hace falta que yo le recuerde que el gobernador espera que su departamento la trate con la maxima cortesia para aliviar su dolor.
Rooney se maravillo de la paciencia de Sweat. El sheriff se limito a pasar junto al ayudante como lo habria hecho para evitar un cubo de basura en una acera.
– Este es nuestro forense jefe, el doctor Rooney. Asistira a la identificacion.
Jessie LeBaron no parecia en modo alguno afligida. Estaba sentada en un sillon de plastico de color naranja, serena, fria, erguida la cabeza. Y sin embargo, Rooney advirtio una fragilidad que era compensada por la disciplina y el valor. Estaba acostumbrado a asistir a la identificacion de cadaveres por los parientes. Habia pasado por este mal trago cientos de veces en su carrera y hablo instintivamente en tono suave y con amables modales.
– Senora LeBaron, comprendo lo que esta usted pasando y hare que esto sea lo menos doloroso posible. Pero antes quiero dejar bien claro que la simple identificacion de los efectos encontrados en los cadaveres bastara para cumplir las leyes federales y del condado. Segundo: cualquier caracteristica fisica que pueda recordar, como cicatrices, protesis dentales, fracturas de huesos o incisiones quirurgicas, seran de gran ayuda para mi propia identificacion. Y tercero: le suplico respetuosamente que no vea los restos. Aunque las facciones son todavia reconocibles, la descomposicion esta muy avanzada. Creo que preferiria recordar al senor LeBaron como era en vida a como aparece ahora en un deposito de cadaveres.
– Gracias, doctor Rooney -dijo Jessie-. Le agradezco su preocupacion. Pero debo asegurarme de que mi marido esta realmente muerto.
Rooney asintio con la cabeza, contrariado, y luego senalo una mesa donde habia varias prendas de vestir, carteras, relojes de pulsera y otros articulos personales.
– ?Ha identificado los efectos del senor LeBaron?
– Si, los he examinado.
– ?Y esta convencida de que le pertenecian?
– No puede haber duda sobre la cartera y su contenido. El reloj es un regalo que le hice en nuestro primer aniversario.
Rooney se acerco a la mesa y tomo el reloj.
– Un Cartier de oro con cadena haciendo juego y numeros en cifras romanas que… ?acierto al decir que son diamantes?
– Si, una forma rara de diamante negro. Era la piedra que correspondia a su mes de nacimiento.
– Abril, segun creo.
Ella asintio con la cabeza.
– Aparte de los efectos personales de su marido, senora LeBaron, ?reconoce algo que perteneciese a Buck Caesar o a Joseph Cavilla?
– Los relojes no, pero estoy segura de que las prendas de vestir son las que llevaban Buck y Joe la ultima vez que les vi.
– Nuestros investigadores no pueden encontrar parientes proximos de Caesar y Cavilla -dijo Sweat-. Nos seria de gran ayuda si pudiese indicarnos que prendas de vestir eran de cada uno de ellos.
Jessie LeBaron vacilo por primera vez.
– No estoy segura… Creo que los shorts y la camisa floreada son de Buck. Las otras cosas pertenecieron probablemente a Joe Cavilla. -Hizo una pausa-. ?Puedo ver ahora el cuerpo de mi marido?
– ?No puedo hacerla cambiar de idea? -pregunto Rooney en tono compasivo.
– No; debo insistir.
– Sera mejor que haga lo que dice la senora LeBaron -dijo el ayudante del gobernador, que ni siquiera habia tenido la delicadeza de decir su nombre.