– ?General?

– Si, Borchev, ?cual es su problema?

– El capitan al mando de las fuerzas de seguridad del puerto ha dejado su puesto junto con sus hombres y regresado a su base fuera de la ciudad.

– ?Han dejado los barcos sin vigilancia?

– Bueno…, no exactamente.

– ?Abandonaron o no abandonaron su puesto?

– El dice que fue relevado por una fuerza de guardias bajo el mando de un tal coronel Ernesto Perez.

– Yo no di esa orden.

– Lo supongo, general. Porque, si la hubiese dado, seguro que yo me habria enterado.

– ?Quien es ese Perez y a que unidad militar esta destinado? -pregunto Velikov.

– Mi personal ha comprobado los archivos militares cubanos. No han encontrado nada acerca de el.

– Yo envie personalmente al coronel Mikoyan a inspeccionar las medidas de seguridad de los barcos. Pongase al habla con el y preguntele que diablos ocurre alla abajo.

– He estado tratando de comunicar con el durante la ultima media hora -dijo Borchev-. No contesta.

Sono otro telefono y Velikov dijo a Borchev que esperase.

– ?Que ocurre? -grito.

– Soy Juan Fernandez, general. Crei que deberia usted saber que el coronel general Kolchak acaba de llegar para entrevistarse con Raul Castro.

– No es posible.

– Yo mismo le identifique en la puerta.

Este nuevo acontecimiento aumento la confusion de Velikov. Su rostro adquirio una expresion pasmada y su respiracion se hizo sibilante. Solo habia dormido cuatro horas durante las ultimas treinta y seis y su mente empezaba a enturbiarse.

– ?Esta ahi, general? -pregunto Fernandez, inquieto por aquel silencio.

– Si, si. Escucheme, Fernandez. Vaya al pabellon y descubra que estan haciendo Castro y Kolchak. Escuche su conversacion e informeme dentro de dos horas.

No espero respuesta, sino que conecto con la linea de Borchev.

– Comandante Borchev, forme un destacamento y vaya a la zona portuaria. Pongase usted mismo al frente de el. Compruebe quienes son ese Perez y sus fuerzas de relevo y telefoneeme en cuanto haya averiguado algo.

Entonces llamo Velikov a su secretaria.

– Pongame con la residencia del coronel general Kolchak.

Su segundo oficial se irguio en el sillon y le miro curioso. Nunca habia visto a Velikov tan nervioso.

– ?Anda algo mal?

– Todavia no lo se -murmuro Velikov.

De pronto sono la voz familiar del coronel general Kolchak en el telefono.

– Velikov, ?como les van las cosas al GRU y a la KGB?

Velikov se quedo unos momentos aturdido antes de recobrarse de la impresion.

– ?Donde esta usted?

– ?Que donde estoy? -repitio Kolchak-. En mi oficina, tratando de sacar documentos secretos y otras cosas, lo mismo que usted. ?Donde creia que estaba?

– Acabo de recibir la noticia de que usted celebraba una entrevista con Raul Castro en el pabellon de caza.

– Lo siento, pero todavia no puedo estar en dos sitios al mismo tiempo -dijo Kolchak, imperturbable-. Me da la impresion de que sus agentes secretos empiezan a ver visiones.

– Es muy raro. El informe procede de una fuente que siempre ha sido digna de confianza.

– ?Esta Ron y Cola en peligro?

– No, todo sigue segun lo proyectado.

– Bien. Entonces deduzco que la operacion va por muy buen camino.

– Si -mintio Velikov, con un miedo matizado de incertidumbre-, todo esta bajo control.

70

El remolcador se llamaba Pisto, por el nombre de una fritura espanola de pimientos rojos, calabacines y tomates. El nombre era adecuado, pues los lados de la embarcacion estaban rojos de orin y las piezas de cobre revestidas de cardenillo. Sin embargo, a pesar del descuido de su estructura exterior, el gran motor Diesel de 3.000 caballos de fuerza que latia en sus entranas resplandecia como una escultura pulimentada de bronce.

Sujetando la gran rueda de teca del timon, Jack contemplo a traves del humedecido cristal de la ventana la mole gigantesca que se alzaba en la oscuridad. El petrolero era negro y frio como los otros dos portadores de la muerte amarrados en los muelles. Ninguna luz de navegacion indicaba su presencia en la bahia; solamente la lancha patrullera que daba vueltas alrededor de sus trescientos cincuenta metros de eslora y sus cincuenta de manga cuidaba de que no se acercasen otras embarcaciones.

Jack acerco el Pisto al Ozero Baykai y lo dirigio cautelosamente hacia la cadena del ancla de popa. La lancha patrullera les descubrio rapidamente y se aproximo. Tres hombres salieron corriendo del puente y se colocaron detras del canon de fuego rapido de la proa. Jack ordeno a la sala de maquinas que parasen el motor, una accion concebida solo como pretexto, cuando se perdian ya a lo lejos las olas levantadas por la proa del remolcador.

Un joven teniente barbudo se asomo en la caseta del timon de la lancha patrullera empunando un megafono.

– Esta es una zona prohibida. No tienen nada que hacer aqui. Marchense.

Jack hizo bocina con las manos y grito:

– Mis generadores han perdido toda su fuerza y el motor Diesel acaba de pararse. ?Podrian remolcarme?

El teniente sacudio la cabeza con irritacion.

– Este es un buque militar. No remolcamos a nadie.

– ?Podria subir a su lancha y emplear su radio para llamar a mi jefe? El enviara otro remolcador para sacarnos de aqui.

– ?Que le ha pasado a su bateria de emergencia?

– Esta agotada. -Jack hizo un ademan de impotencia-. No tengo nada para repararla. Estoy en la lista de espera. Ya sabe usted como esta la cosa.

Las dos embarcaciones estaban ahora tan cerca la una de la otra que casi se tocaban. El teniente dejo a un lado el megafono y respondio con voz aspera:

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