estallo dentro del panol del ancora de estribor, haciendo saltar por el aire los oxidados eslabones como trozos de metralla.
No habria una tercera rafaga.
Pinon permanecio absolutamente inmovil, apretadas las manos sobre la barandilla del puente. Miraba la proa negra y amenazadora del
Las helices de la fragata giraron freneticas pero no pudieron apartarla con bastante rapidez. El
El tajamar de veinte metros de altura del
Enseguida el mar penetro en la amputada proa, pasando entre los retorcidos mamparos e inundando los compartimientos abiertos. Al entrar el agua a raudales en el casco de la fragata condenada, esta empezo a hundirse hacia atras. Su agonia no duro mucho. Cuando el
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– ?Ha caido en una trampa?
La voz de Velikov sono llana y dura en el telefono.
Borchev se sintio incomodo. Le costaba confesar que era el uno de los tres unicos supervivientes de una tropa de cuarenta y que ni siquiera habia sufrido un rasguno.
– Una fuerza desconocida de al menos doscientos cubanos abrio fuego con armas potentes antes de que pudiesemos evacuar los camiones.
– ?Esta seguro de que eran cubanos?
– ?Quien, si no ellos, podia proyectar y llevar a cabo el golpe? El oficial que les mandaba llevaba un uniforme del Ejercito cubano.
– ?Perez?
– No sabria decirlo. Necesitaremos tiempo para identificarle.
– Podria haber sido una equivocacion de soldados novatos que abrieron fuego por estupidez o llevados del panico.
– Estaban muy lejos de ser estupidos. Yo puedo reconocer a primera vista a los soldados bien instruidos para el combate. Sabian que nosotros ibamos a llegar y nos tendieron una emboscada muy bien preparada.
Velikov palidecio intensamente y, con la misma rapidez, se puso colorado. El ataque en Cayo Santa Maria revivio en su memoria. Apenas pudo contener su furor.
– ?Cual era su objetivo?
– Ganar tiempo para apoderarse de los barcos.
La respuesta de Borchev sobresalto a Velikov. Tuvo la impresion de que su cuerpo se habia congelado. Las preguntas brotaron atropelladamente de su boca.
– ?Tomaron los barcos de la operacion Ron y Cola? ?Estan todavia amarrados en sus muelles?
– No, un remolcador arrastro al
Velikov habia oido tambien el ruido de canonazos. Se quedo mirando con ojos incredulos la desnuda pared, tratando de imaginar que circulo de hombres concebian unas operaciones tan complicadas. No queria creer que las unidades secretas fieles a Castro tuviesen los conocimientos y la experiencia necesarios. Solamente el largo brazo de los americanos y su CIA podian haber destruido Cayo Santa Maria y arruinado su plan para terminar con el regimen de Castro. Y solo un individuo podia haber sido responsable de la filtracion de informacion.
Dirk Pitt.
Una expresion de profunda reflexion se pinto en el semblante de Velikov. El agua se estaba aclarando. Sabia lo que tenia que hacer en el poco tiempo que le quedaba.
– ?Estan todavia los barcos en el puerto? -pregunto a Borchev.
– Si trataban de escapar hacia alta mar, diria que estan en alguna parte del canal de Entrada.
– Encuentre al almirante Chekoldin y digale que quiero que los barcos sean detenidos y traidos de nuevo al puerto interior.
– Creia que todos los buques sovieticos se habian hecho a la mar.
– El almirante y su buque insignia no deben partir hasta las ocho. No emplee el telefono. Llevele personalmente mi peticion y recalque la urgencia del caso.
Antes de que Borchev pudiese replicar, Velikov colgo el telefono y corrio a la entrada principal de la Embajada, sin prestar atencion al atareado personal que preparaba la evacuacion. Corrio hacia la limusina y aparto a un lado al chofer, que esperaba para conducir al embajador sovietico a lugar seguro.
Hizo girar la llave de contacto y metio la marcha en el instante en que zumbo el motor. Las ruedas de atras giraron y chirriaron furiosamente al salir el coche del patio de la embajada a la calle.
Dos manzanas mas alla, Velikov se detuvo en seco. Una barricada militar le cerraba el paso. Dos coches blindados y una compania de soldados cubanos estaban apostados en el ancho bulevar. Un oficial se acerco al coche e ilumino la ventanilla con una linterna.
– Por favor, ?quiere mostrarme sus documentos de identidad?
– Soy el general Peter Velikov, agregado a la Mision Militar Sovietica. Me urge llegar a la residencia del coronel general Kolchak. Apartense a un lado y dejenme pasar.
El oficial observo un momento la cara de Velikov, como para asegurarse de que era el. Apago la linterna e hizo senas a dos de sus hombres para que subiesen al asiento de atras. Entonces dio una vuelta alrededor del coche y subio por la puerta de delante.
– Le estabamos esperando, general -dijo, en tono frio pero cortes-. Tenga la bondad de seguir mis indicaciones y torcer a la izquierda en el proximo cruce.
Pitt estaba plantado con los pies ligeramente separados y agarrando la rueda del timon con ambas manos, mientras observaba como pasaba por su lado, con terrible lentitud, el faro de la entrada del puerto. Toda su mente, todo su cuerpo, todos sus nervios se concentraban en alejar lo mas posible el barco de la populosa ciudad antes de que estallase el nitrato de amonio.
El agua se convirtio de verde gris en esmeralda y el barco empezo a balancearse suavemente al surcar las olas que venian de alta mar. El