– ?Aprobo el presidente Antonov su plan para asesinarme? -pregunto Fidel Castro.
Velikov estaba en pie, con los brazos cruzados. No le habian invitado a sentarse. Miro a Castro con frio desden.
– Soy un militar de alta graduacion de la Union Sovietica. Exijo que se me trate como a tal.
Los negros y furiosos ojos de Raul Castro echaron chispas.
– Esto es Cuba. Aqui no puede usted exigir nada. No es mas que una escoria de la KGB.
– Basta, Raul, basta -le amonesto Fidel. Miro a Velikov-. No juegue con nosotros, general. He estudiado sus documentos. Ron y Cola ya no es un secreto.
Velikov jugo sus cartas.
– Estoy perfectamente enterado de la operacion. Otro ruin intento de la CIA para socavar la amistad entre Cuba y la Union Sovietica.
– Si es asi, ?por que no me aviso?
– No tuve tiempo.
– Pero lo encontro para hacer salir de la capital a los rusos -salto Raul-. ?Y por que escapaba usted a estas horas de la manana?
Una expresion de arrogancia se pinto en el rostro de Velikov.
– No me tomare la molestia de contestar a sus preguntas. ?Necesito recordarle que gozo de inmunidad diplomatica? No tiene usted derecho a interrogarme.
– ?Como pretende hacer estallar los explosivos? -pregunto tranquilamente Castro.
Velikov guardo silencio. Las comisuras de sus labios se torcieron ligeramente hacia arriba en una sonrisa, al oir los lejanos estampidos de disparos de canon. Fidel y Raul intercambiaron una mirada, pero nada se dijeron.
Jessie se estremecio al sentir que aumentaba la tension en el pequeno bar. Por un momento, lamento no ser hombre para poder sacar a golpes la verdad al general. De pronto sintio nauseas y deseos de gritar, al ver que se estaba perdiendo un tiempo precioso.
– Por favor, digales lo que quieren saber -suplico-. No puede permitir que miles de ninos mueran por una insensata causa politica.
Veiikov no discutio. Permanecio impavido.
– Me encantaria llevarmelo -dijo Hagen.
– No hace falta que se ensucie las manos, senor Hagen -dijo Fidel-. Tengo expertos en interrogatorios cruentos, que estan esperando fuera.
– No se atreveran -grito Velikov.
– Tengo el deber de advertirle que, si no
La coraza de Velikov se agrieto, pero muy ligeramente.
– No malgaste su aliento. Morira usted. Yo tambien morire. Todos moriremos.
– Se equivoca. Los barcos que transportan las municiones y el nitrato de amonio han sido sacados del puerto por las mismas personas a quienes usted quiere culpar. En este momento, agentes de la CIA los estan conduciendo a alta mar, donde la fuerza explosiva solo matara a los peces.
Velikov aprovecho rapidamente su ligera ventaja.
– No, senor presidente, es usted quien se equivoca. Los canonazos que ha oido hace unos minutos eran de una embarcacion sovietica que ha detenido a los barcos y los conduce de nuevo a puerto. Puede que estallen demasiado pronto para su discurso de celebracion, pero cumpliran el fin propuesto.
– Miente -dijo Fidel, con inquietud.
– Su reinado como gran padre de la revolucion ha terminado -dijo Velikov en tono malicioso y mordiente-. Yo morire de buen grado por la patria rusa. ?Sacrificara usted su vida por Cuba? Tal vez lo habria hecho cuando era joven y no tenia nada que perder, pero ahora se ha ablandado y acostumbrado demasiado a que sean otros los que hagan el trabajo sucio por usted. Se da buena vida y no esta dispuesto a perderla. Pero esto se ha acabado. Manana solo sera una fotografia mas en las paredes, y un nuevo presidente ocupara su sitio. Un presidente que sera fiel al Kremlin.
Velikov dio unos pasos atras y saco una cajita del bolsillo.
Hagen la reconocio inmediatamente.
– Es un transmisor electronico. Puede enviar desde aqui una senal que detonara los explosivos.
– ?Oh, Dios mio! -grito desesperadamente Jessie-. ?Oh, Dios mio, va a hacerlo, va a hacerlo ahora!
– No se moleste en llamar a sus guardaespaldas -dijo Velikov-. No llegarian a tiempo.
Fidel le miro con ojos frios.
– Recuerde lo que le he dicho.
Velikov respondio desdenosamente a su mirada.
– ?Puede realmente imaginarse que gritare angustiado en una de sus sucias carceles?
– Entregueme el transmisor y podra salir de Cuba sin sufrir el menor dano.
– ?Y volver a Moscu como un cobarde? Nunca.
– Esta usted loco -dijo Fidel, con una expresion que era una curiosa mezcla de rabia y de miedo-. Ya sabe la suerte que le espera si hace estallar los explosivos, si sigue con vida.
– Esto es muy poco probable -se burlo Velikov-. Este edificio esta a menos de quinientos metros del canal del puerto. No quedara nada de nosotros, -Hizo una pausa, duro el semblante como el de una gargola. Despues dijo-: Adios, senor presidente.
– ?Bastardo…!
Hagen salto sobre la mesa con increible agilidad en un hombre de su corpulencia y solo estaba a unos centimetros de Velikov cuando el ruso apreto el boton de activacion del transmisor.
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