ilusion la fiesta de manana. Se pregunto cuantos de ellos no despertarian nunca.

– Todavia hay esperanzas -dijo al fin.

Esbozo rapidamente lo que creia que seria la mejor solucion para reducir la devastacion y salvar la mayor parte de La Habana. Cuando hubo terminado, miro de Manny a Clark.

– Bueno, ?es factible?

– ?Factible? -Clark estaba pasmado-. ?Otros tres y yo reteniendo a la mitad del Ejercito cubano durante tres horas? Es un plan francamente suicida.

– ?Manny?

Manny miro fijamente a Pitt, tratando de escrutar aquella cara adusta apenas visible a la luz de las lamparas del muelle. ?Por que tenia un americano que sacrificar su vida por una gente que no vacilaria en matarle? Comprendio que nunca hallaria la respuesta en la oscura caseta del timon del Amy Bigalow, y se encogio de hombros con resignado fatalismo.

– Estamos perdiendo tiempo -dijo, mientras se volvia para regresar a la sala de maquinas.

69

El largo automovil negro se detuvo sin ruido ante la puerta principal del pabellon de caza de Castro en los montes del sudeste de la ciudad. Uno de los dos gallardetes instalados sobre los guardabarros delanteros simbolizaba la Union Sovietica y el otro indicaba que el pasajero era un oficial de alta graduacion.

La casa de invitados, en el exterior de la finca vallada, era la residencia de la escogida fuerza de vigilancia personal de Castro. Un hombre de uniforme hecho a la medida, pero sin insignias, se acerco lentamente al coche. Miro la vaga silueta de un corpulento oficial envuelto en la oscuridad del asiento de atras y el documento de identidad que le fue mostrado en la ventanilla.

– Coronel general Kolchak. No hace falta que se identifique. -Saludo con un exagerado ademan-. Juan Fernandez, jefe de seguridad de Fidel.

– ?No duerme usted nunca?

– Soy un pajaro nocturno -dijo Fernandez-. ?Que le trae aqui a estas horas?

– Una subita emergencia.

Fernandez espero una explicacion mas detallada, pero no la recibio. Empezo a sentirse inquieto. Sabia que solo una situacion critica podia traer a las tres de la manana al representante militar sovietico de mas alto rango. No sabia que hacer.

– Lo siento mucho, senor, pero Fidel ha dado ordenes estrictas de que nadie le moleste.

– Respeto los deseos del presidente Castro. Sin embargo, es con Raul con quien debo hablar. Por favor, digale que he venido por un asunto de suma urgencia y del que hemos de tratar personalmente.

Fernandez considero durante un momento la peticion y asintio con la cabeza.

– Telefoneare al pabellon y dire a su ayudante que va usted para alla.

– Gracias.

Fernandez hizo una sena a un hombre invisible que se hallaba en la casa de invitados, y la puerta provista de un dispositivo electronico se abrio de par en par. La limusina subio por una serpenteante carretera de montana a lo largo de unos tres kilometros. Por ultimo, se detuvo delante de una villa grande de estilo espanol que daba a un panorama de montes oscuros salpicados de luces lejanas.

Las botas del conductor crujieron sobre la gravilla al pasar hacia la portezuela del pasajero. No la abrio, sino que estuvo plantado alli durante casi cinco minutos, observando casualmente a los guardias que patrullaban por el lugar. Al fin, el ayudante de Raul Castro salio bostezando de la puerta principal.

– Un placer inesperado, coronel general -dijo, sin gran entusiasmo-. Entre, por favor. Raul bajara en seguida.

El militar sovietico, sin responder, se apeo del coche y siguio al ayudante a traves de un amplio patio hasta el vestibulo del pabellon. Se llevo un panuelo delante de la cara y se sono. Su conductor le siguio a pocos pasos de distancia. El ayudante de Castro se hizo a un lado y senalo la sala de trofeos.

– Tengan la bondad de ponerse comodos. Hare que les traigan un poco de cafe.

Al quedar solos, los dos se mantuvieron silenciosamente en pie de espaldas a la puerta abierta, contemplando una multitud de cabezas de oso adosadas a las paredes y docenas de aves disecadas y posadas alrededor del salon.

Pronto entro Raul Castro, en pijama y con una bata de seda a cuadros. Se detuvo en seco al volverse de cara a el sus visitantes. Fruncio el entrecejo, con sorpresa y curiosidad.

– ?Quienes diablos son ustedes?

– Me llamo Ira Hagen y traigo un mensaje importantisimo del presidente de los Estados Unidos. -Hagen hizo una pausa y senalo con la cabeza a su conductor, el cual se quito la gorra, dejando que una mata de cabellos cayera sobre sus hombros-. Permita que le presente a la senora Jessie LeBaron. Ha sufrido grandes penalidades para entregar una respuesta personal del presidente a su hermano con referencia al proyectado pacto de amistad entre Cuba y los Estados Unidos.

Por un momento, el silencio fue tan absoluto en la estancia que Hagen sintio el tictac de un primoroso reloj de caja arrimado a la pared del fondo. Los ojos negros de Raul pasaron de Hagen a Jessie y se fijaron en esta.

– Jessie LeBaron murio -dijo con asombro.

– Sobrevivi al accidente del dirigible y a las torturas del general Peter Velikov. -Su voz era tranquila y autoritaria-. Traemos pruebas documentales de que este intenta asesinar a Fidel y a usted durante la fiesta del Dia de la Educacion, manana por la manana.

La rotundidad de la declaracion, y el tono autoritario en que habia sido formulada, impresionaron a Raul.

Vacilo, reflexivamente. Despues asintio con la cabeza.

– Despertare a Fidel y le pedire que escuche lo que tienen que decirle.

Velikov observo como un archivador de su despacho era cargado en una carretilla de mano y bajado en el ascensor al sotano a prueba de incendios de la Embajada sovietica. Su segundo oficial de la KGB entro en la revuelta habitacion, quito unos papeles de encima de un sillon y se sento.

– Es una lastima quemar todo esto -dijo cansadamente.

– Un nuevo y mas bello edificio se alzara sobre las cenizas -dijo Velikov, con una astuta sonrisa-. Regalo de un Gobierno cubano agradecido.

Sono el telefono y Velikov respondio rapidamente.

– ?Que pasa?

Le contesto la voz de su secretaria.

– El comandante Borchev desea hablar con usted.

– Pongame con el.

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