seguridad del muelle, tendremos que habernoslas con las tripulaciones.
Pitt se volvio a Clark.
– Si los suyos se encargan de los guardias, yo neutralizare las tripulaciones.
– Yo dirigire personalmente un grupo de combate -dijo Clark-. Pero quisiera saber como piensa cumplir su parte del trato.
– Es cosa hecha -dijo sonriendo Pitt-. Los barcos estan abandonados. Les garantizo que las tripulaciones los han evacuado silenciosamente y se han trasladado a lugar seguro.
– Los sovieticos pueden salvar la vida los suyos -dijo Moe-. Pero les importa un bledo la tripulacion extranjera del
– Seguro, pero no se arriesgaran a que un tripulante curioso ande por alli mientras preparan los detonadores.
Jack penso un momento y dijo:
– Dos y dos son cuatro. Ese hombre es muy listo.
Manny miro a Pitt, ahora respetuosamente.
– ?Pertenece usted a la compania?
– No; a la AMSN.
– He metido la pata como un aficionado -suspiro Manny-. Tal vez ha llegado la hora de que me retire.
– ?Cuantos hombres calcula que vigilan los barcos? -le pregunto Clark.
Manny saco un panuelo sucio y se sono ruidosamente antes de responder:
– Una docena vigilan el
Clark empezo a andar arriba y abajo mientras hablaba.
– Bien. Reunan sus tripulaciones. Mi equipo se encargara de los guardias y de proteger la operacion. Manny, usted y sus hombres zarparan con el
Moe levanto una mano.
– Cuando estemos en mar abierto, ?que nos pasara?
– Tomaran la lancha a motor de su barco y se alejaran lo mas posible antes de que se produzcan las explosiones.
Nadie hizo comentarios. Todos sabian que sus probabilidades de salvacion rayaban en cero.
– Me gustaria ir con Manny -dijo Pitt-. Soy bastante habil con el timon.
Manny se puso en pie y dio una palmada en la espalda de Pitt que le dejo sin aliento.
– Por Dios, Sam, que creo que empezare a tomarle simpatia.
Pitt le miro fijamente.
– Esperemos que vivamos lo bastante para saberlo.
68
El
Un coche oficial de fabricacion rusa salio del bulevar de los Desamparados, seguido de dos pesados camiones militares. El convoy cruzo lentamente el muelle y se detuvo ante la rampa del
– ?Tienen permiso para estar en esta zona? -pregunto.
Clark, que llevaba uniforme de oficial cubano, dirigio una mirada arrogante al centinela.
– Llame al oficial de guardia -ordeno secamente-. Y diga
Reconociendo las insignias de Clark a la luz amarillenta de las lamparas de vapor de sodio que iluminaban el muelle, el centinela se cuadro y saludo.
– En seguida, senor. Voy a llamarle.
El centinela corrio a la garita y tomo un transmisor portatil. Clark rebullo inquieto en su asiento. La astucia era vital; la mano dura, fatal. Si hubiesen tomado los barcos por asalto, a tiros, se habria dado la voz de alarma a todas las guarniciones de la ciudad. Una vez alertados, y encontrandose entre la espada y la pared, se verian obligados a provocar las explosiones antes de la hora prevista.
Un capitan salio por la puerta de un almacen cercano, se detuvo un momento para observar el convoy aparcado y, despues, se acerco a la ventanilla del coche oficial y se dirigio a Clark:
– Capitan Roberto Herras -dijo, saludando-. ?En que puedo servirle, senor?
– Coronel Ernesto Perez -respondio Clark-. Me han ordenado que le reemplace, asi como a sus hombres.
Herras parecio confuso.
– Tengo orden de guardar el barco hasta manana al mediodia.
– Las ordenes han sido cambiadas -dijo brevemente Clark-. Reuna a sus hombres y vuelvan al cuartel.
– Si no le importa, coronel, quisiera pedir confirmacion a mi superior.
– Y el tendra que llamar al general Melena y el general estara durmiendo en su cama. -Clark entrecerro los ojos y le dirigio una mirada helada-. Una carta dando fe de su insubordinacion le seria muy perjudicial cuando le llegue el dia de ascender a comandante.
– Por favor, senor, yo no me niego a obedecerle.
– Entonces le sugiero que reconozca mi autoridad.
– Si, coronel… Yo…, yo no dudo de usted. -Se sometio-. Reunire a mis hombres.
– Hagalo.
Diez minutos mas tarde, el capitan Herras y su fuerza de seguridad de veinticuatro hombres formaron y se dispusieron a marcharse. Los cubanos aceptaron de buen grado al cambio de la guardia. Estaban contentos de volver a su cuartel y poder dormir por la noche. Herras no parecio advertir que los hombres del coronel permanecian ocultos en la oscuridad del primer camion.
– ?Es toda su unidad? -pregunto Clark.
– Si, senor. Estan todos aqui.
– ?Incluso los encargados de la vigilancia del otro barco?