– ?Si?

– Sandecker. ?Puede venir a mi despacho?

– Dentro de cinco minutos, almirante.

– Procure que sean dos.

El almirante James Sandecker era el director de la Agencia Maritima y Submarina Nacional. De poco menos de sesenta anos, era un hombre de baja estatura, cuerpo delgado y enjuto, pero duro como el acero. Los cabellos lisos y la barba eran de un rojo fuerte. Fanatico de la buena forma fisica, seguia un regimen estricto de ejercicio. Su carrera naval se distinguia mas por la tenacidad y la eficacia que por la tactica de combate. Y aunque no era popular en los circulos sociales de Washington, los politicos le respetaban por su integridad y sus facultades de organizador.

El almirante saludo a Pitt cuando este entro en su despacho con un breve asentimiento con la cabeza, y despues senalo a una mujer que estaba sentada en un sillon de cuero al otro lado de la habitacion.

– Dirk, creo que ya conoce a la senora Jessie LeBaron.

Ella levanto la mirada y sonrio, pero era una sonrisa zalamera. Pitt se inclino ligeramente y le estrecho la mano.

– Lo siento -dijo con indiferencia-, pero preferiria olvidar como conoci a la senora LeBaron.

Sandecker fruncio el entrecejo.

– ?Hay algo que yo ignore?

– Fue culpa mia -dijo Jessie, mirando a Pitt a los ojos verdes y gelidos-. Fui muy descortes con el senor Pitt la noche pasada., Espero que acepte mis disculpas y olvide mis malos modales.

– No tiene que ser tan ceremoniosa, senora LeBaron. Como somos viejos conocidos no me dara un berrinche si me llama Dirk. En cuanto a perdonarla, ?cuanto va a costarme?

– Mi intencion era contratar sus servicios - respondio ella, haciendo caso omiso de la pulla.

Pitt dirigio a Sandecker una mirada de perplejidad.

– Es extrano, pues tenia la rara impresion de que yo trabajaba para la AMSN.

– El almirante Sandecker ha tenido la amabilidad de acceder a darle unos dias libres; siempre, desde luego, que usted acepte -dijo ella.

– ?Para hacer que?

– Buscar a mi marido.

– No hay trato.

– ?Puedo preguntarle por que?

– Tengo otros planes.

– No quiere trabajar para mi porque soy una mujer. ?Es eso?

– El sexo no influye para nada en mi decision. Digamos que no quiero trabajar para alguien a quien no puedo respetar.

Se hizo un silencio embarazoso. Pitt miro al almirante. Este tenia los labios torcidos en una mueca, pero sus ojos centelleaban ostensiblemente. El viejo bastardo la esta gozando, penso Pitt.

– Me ha juzgado mal, Dirk.

Jessie se habia puesto colorada y parecia confusa, pero sus ojos eran duros como el cristal.

– Por favor -dijo Sandecker, levantando ambas manos-. Firmemos una tregua. Sugiero que los dos se reunan una tarde y discutan el asunto durante la cena.

Pitt y Jessie se miraron largamente. Despues, la boca de Pitt se distendio en una amplia y contagiosa sonrisa.

– Por mi parte, de acuerdo, siempre que pague yo la cena.

Jessie tuvo que sonreir tambien, a su pesar.

– Permitame que tenga un poco de amor propio. ?Pagamos a medias?

– Esta bien.

– Ahora podemos ir al grano -dijo Sandecker, en su tono practico-. Antes de que entrase usted, Dirk, estabamos discutiendo teorias sobre la desaparicion del senor LeBaron.

Pitt miro a Jessie.

– ?No tiene usted la menor duda de que los cadaveres que se encontraron en el dirigible no eran los del senor LeBaron y sus acompanantes?

Jessie sacudio la cabeza.

– No.

– Yo les vi. Era dificil identificarlos.

– El cadaver que estaba en el deposito era mas musculoso que Raymond -explico Jessie-. Tambien llevaba un reloj de pulsera Cartier de imitacion. Una de esas copias baratas que fabrican en Taiwan. Yo habia regalado a mi marido un costoso reloj autentico en nuestro primer aniversario de boda.

– Yo he hecho unas cuantas llamadas por mi cuenta -anadio Sandecker-. El forense de Miami confirmo el juicio de Jessie. Las caracteristicas fisicas de los cadaveres no coincidian con las de los tres hombres que tripulaban el Prosperteer.

Pitt miro de Sandecker a Jessie LeBaron, dandose cuenta de que se estaba metiendo en algo que habria querido evitar: los embrollos sentimentales que complicaban cualquier proyecto que dependiese de una solida investigacion, un montaje practico y una organizacion perfecta.

– Los cuerpos y la ropa cambiados -dijo Pitt-. Joyas autenticas sustituidas por otras falsas. ?Se ha formado alguna idea sobre los motivos, senora LeBaron?

– No se que pensar.

– ?Sabia que, entre el tiempo en que desaparecio el dirigible y el de su reaparicion en Key Biscayne, hubo que volver a hinchar con helio las bolsas de gas?

Ella abrio el bolso, saco un Kleenex y se enjugo deliciosamente la nariz, para hacer algo con las manos.

– Cuando la policia devolvio el Prosperteer, el jefe del personal de tierra de mi marido lo inspecciono minuciosamente. Tengo su informe, si quiere verlo. Es usted muy perspicaz. Descubrio que las bolsas de gas habian sido rellenadas. Pero no con helio, sino con hidrogeno.

Pitt la miro, sorprendido.

– ?Con hidrogeno? Este no ha sido empleado en los dirigibles desde que se incendio el Hindenburg.

– No se preocupe -dijo Sandecker-. Las bolsas de gas del Prosperteer han sido nuevamente llenadas de helio.

– ?Adonde quiere ir a parar? -pregunto cautelosamente Pitt.

Sandecker le dirigio una dura mirada.

– Tengo entendido que quiere ir en busca del Cyclops.

– No es ningun secreto -respondio Pitt.

– Tendria que hacerlo cuando dispusiera de tiempo y sin personal ni equipo de la AMSN. El Congreso me despellejaria si se enterasen de que he autorizado la busca de un tesoro con fondos del Gobierno.

– Lo se.

– ?Quiere prestar oidos a otra proposicion?

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