buen agente secreto no pondria nunca nada por escrito, pero Hagen podia permitirselo, sabiendo que el presidente saldria fiador de el si era descubierto.

Pocos minutos mas tarde, salio del lavabo y entro en una habitacion encristalada donde habia cuatro guardias uniformados, que observaban una serie de veinte pantallas de television instaladas en una misma pared. Uno de los guardias se levanto de una consola y se acerco a la ventanilla.

– ?Senor?

– Tengo una cita con el doctor Mooney.

El guardia repaso una lista de visitantes.

– Si, senor; usted debe ser Thomas Judge. Por favor, ?puede mostrarme algun documento de identidad?

Hagen le mostro su permiso de conducir y su tarjeta de identidad. Entonces, el guardia le pidio cortesmente que abriese la cartera. Despues de un rapido examen, le indico en silencio que cerrase la cartera, le pidio que firmase en una hoja de «entrada y salida» y le dio una tarjeta de plastico para que la prendiese en el bolsillo superior de su chaqueta.

– El despacho del doctor Mooney esta al fondo de aquel pasillo.

Ya en el corredor, Hagen se detuvo para ponerse las gafas y mirar dos placas de bronce que habia en la pared. Cada una de ellas tenia el perfil en relieve de un hombre. Una estaba dedicada al Dr. Harvey Pattenden, fundador del laboratorio, y daba una breve descripcion de sus logros en el campo de la fisica. Pero fue la otra placa la que intrigo a Hagen. Decia asi:

A la memoria del Dr. Leonard Hudson

1926-1965

Su genio creador inspiro

a todos los que le siguieron.

No muy original, penso Hagen. Pero tenia que reconocer el merito de Hudson al representar el papel de muerto hasta en el ultimo detalle.

Entro en la antesala y sonrio afectuosamente a la secretaria, una afectada mujer entrada en anos que vestia un traje azul marino de corte varonil.

– Senor Judge -dijo-, tenga la bondad de entrar. El doctor Mooney le esta esperando.

– Gracias.

Eral J. Mooney tenia treinta y seis anos, mas joven de lo que habia presumido Hagen al estudiar una ficha con el historial del doctor. Sus antecedentes se parecian extraordinariamente a los de Hudson; la misma inteligencia brillante, las mismas brillantes calificaciones academicas, incluso la misma universidad. Un muchacho gordo que habia adelgazado y se habia convertido en director del Laboratorio Pattenden. Tenia los ojos verdes bajo las tupidas cejas y sobre un bigote a lo Pancho Villa. Descuidadamente vestido con un sueter blanco y unos pantalones vaqueros azules, parecia estar muy lejos del rigor intelectual.

Salio de detras de la mesa, llena de papeles, libretas y botellas vacias de Pepsi y estrecho la mano de Hagen.

– Sientese, senor Judge, y digame en que puedo servirle.

Hagen se sento en una silla y dijo:

– Como ya le indique por telefono, pertenezco a la Oficina General de Cuentas, y una comision del Congreso nos ha pedido que revisemos sus sistemas de contabilidad y sus gastos de investigacion.

– ?Quien ha sido el congresista que ha hecho la peticion?

– El senador Henry Kaltenbach.

– Espero que no crea que el Laboratorio Pattenden esta comprometido en algun fraude -dijo Mooney, a la defensiva.

– En absoluto. Pero ya conoce la fama que tiene el senador de perseguidor del mal empleo de fondos del Gobierno. Su caza de brujas fue una buena propaganda en su campana electoral. Confidencialmente, le dire que muchos de nosotros quisieramos que se cayese en un pozo y dejase de enviarnos a perseguir fantasmas. Sin embargo, debo reconocer, para ser justo con el senador, que hemos encontrado discrepancias en otros depositos de cerebros.

Mooney se apresuro a corregirle.

– Preferimos considerarnos un centro de investigacion.

– Desde luego. De todos modos, solo inspeccionamos algunas partidas al azar.

– Debe comprender que nuestro trabajo es sumamente secreto.

– El diseno de cohetes nucleares y de armas nucleares perfeccionadas cuyo poder se centra en estrechas radiaciones que viajan a la velocidad de la luz y pueden destruir objetivos en el espacio exterior.

Mooney miro curiosamente a Hagen.

– Esta usted muy bien informado. Hagen se encogio de hombros.

– Es una descripcion muy general que me hizo mi superior.

Yo soy contable, doctor, no fisico. Mi mente no puede funcionar en el campo de las cosas abstractas. En el Instituto, me catearon en calculo. Sus secretos no corren peligro. Mi trabajo es ayudar a que el contribuyente vea recompensado su dinero con los programas sufragados por el Gobierno.

– ?Como puedo ayudarle?

– Me gustaria hablar con su interventor y con empleados de administracion. Tambien con el personal que cuida de los registros financieros. Mi equipo de inspeccion llegara de Washington dentro de dos semanas. Me agradaria que pudieramos hablar en algun lugar reservado, preferiblemente cerca de donde se guardan los registros.

– Tendra toda nuestra colaboracion. Naturalmente, debere tener garantias de seguridad en lo que respecta a usted y a su equipo.

– Naturalmente.

– Le acompanare y le presentare a nuestro personal de intervencion y contabilidad.

– Otra cosa -dijo Hagen-. ?Permiten horas extraordinarias?

Mooney sonrio.

– A diferencia de los oficinistas que trabajan de nueve a cinco, los fisicos y los ingenieros no tenemos un horario fijo. Muchos de nosotros trabajamos todo el dia. Con frecuencia, yo lo he hecho treinta horas seguidas. Tambien ayuda a escalonar el tiempo en nuestros ordenadores.

– ?Seria posible que hiciese una pequena comprobacion preliminar desde ahora hasta, digamos, las diez de esta noche?

– No creo que haya nada que lo impida -dijo amablemente Mooney-. Tenemos una cafeteria abierta toda la noche en la planta baja, por si quiere tomar un bocado. Y siempre encontrara un guardia que le indique las direcciones.

– Y que me mantenga lejos de las zonas secretas -dijo Hagen, echandose a reir.

– Estoy seguro de que conoce las normas de seguridad.

– Cierto -reconocio Hagen-. Seria rico si tuviese diez centavos por cada hora que he pasado haciendo auditorias en diferentes departamentos del Pentagono.

– Si quiere acompanarme… -dijo Mooney, dirigiendose a la puerta.

– Solo por curiosidad -dijo Hagen, sin levantarse de la silla-. He oido hablar de Harvey Pattenden. Creo que trabajo con Robert Goodard.

– Si, el doctor Pattenden invento varios de nuestros primeros cohetes.

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