portezuela de atras.

– Parece que hara un buen dia para el golf, senor presidente.

– Mi juego no podria ser peor si el campo estuviese cubierto de nieve -dijo sonriendo el presidente.

– Ya quisiera yo poder llegar a poco mas de ochenta golpes.

– Tambien yo -dijo el presidente, siguiendo a Hoskins por el lado de la casa del club y bajando a las dependencias del profesor-. He anadido cinco golpes a mi puntuacion desde que me hice cargo del Salon Oval.

– Sin embargo, no esta mal para alguien que solo juega una vez a la semana.

– Esto y el hecho de que cada vez me resulta mas dificil prestar atencion al juego.

El profesor del club aparecio y le estrecho la mano.

– Reggie tiene sus palos y le esta esperando en el tee del primer hoyo.

El presidente asintio con la cabeza y subieron a un pequeno vehiculo que les llevo por un sendero que rodeaba un gran estanque y conducia a uno de los mas largos campos de golf de la nacion. Reggie Salazar, un hispano bajito y nervudo, estaba apoyado en una gran bolsa de cuero llena de palos de golf que le llegaban al pecho.

El aspecto de Salazar era enganoso. Como un borriquito de las montanas andinas, podia cargar con una bolsa de veinticinco kilos de palos de golf a lo largo de dieciocho agujeros sin jadear ni verter una gota de sudor. Cuando tenia solamente trece anos, habia llevado en brazos a su madre enferma y a su hermanita de tres anos colgada sobre la espalda, a traves de la frontera de Baja California hasta San Diego, a treinta millas. Despues de la amnistia otorgada a los inmigrantes ilegales en 1985, trabajo en los campos de golf, convirtiendose en un buen caddy en las competiciones de profesionales. Era un genio en aprender el ritmo de un campo; afirmaba que era como si le hablase y escogia infaliblemente el palo adecuado para un golpe dificil. Reggie Salazar era tambien un hombre de gran agudeza y un filosofo, y prodigaba los proverbios de una manera que habria dado envidia a Casey Stengel. El presidente lo habia llevado consigo en un torneo entre miembros del Congreso, hacia cinco anos, y se habian hecho buenos amigos.

Salazar vestia siempre como un trabajador del campo: pantalon vaquero, camisa a cuadros, botas de militar y sombrero de paja y ala ancha de ranchero. Era su marca de fabrica.

– Saludos, senor presidente -lo saludo en ingles de la frontera, brillandole los ojos de color cafe-. ?Prefiere caminar o ir en el cochecito?

El presidente estrecho la mano que le tendia Salazar.

– Me conviene hacer un poco de ejercicio; por lo tanto, caminaremos un rato y tal vez iremos en coche en los nueve ultimos hoyos.

Dio el primer golpe y lanzo una pelota alta y con ligero efecto que se detuvo a ciento ochenta metros cuesta arriba y cerca del borde de la calle. Mientras caminaba desde el tee, los problemas de gobernar el pais se fueron apartando de su mente y empezo a pensar en el proximo golpe.

Jugo en silencio hasta que, con un golpe corto, metio la pelota en el hoyo y consiguio un par. Despues descanso y tendio el palo a Salazar.

– Bueno, Reggie, ?alguna sugerencia sobre mis tratos con el Capitolio?

– Demasiadas hormigas negras -respondio Salazar, con una sonrisa elastica.

– ?Hormigas negras?

– Todos visten trajes oscuros y corren como locos. Lo unico que hacen es llevar papeles y darle a la lengua. Yo dictaria una ley disponiendo que los miembros del Congreso solo pudiesen reunirse en anos alternos. De esta manera, causarian menos problemas.

El presidente se echo a reir.

– Se de al menos doscientos millones de votantes que aplaudirian tu idea.

Siguieron caminando por el campo, seguidos a discreta distancia por dos agentes del Servicio Secreto en un cochecito de golf, mientras al menos otra docena rondaba por el campo. La conversacion continuo animada, mientras el juego del presidente se desarrollaba bien. Despues de recoger la pelota del hoyo del noveno green, su cuenta registraba treinta y nueve golpes. Lo considero un pequeno triunfo.

– Vamos a tomarnos un descanso antes de atacar los nueve ultimos - dijo el presidente-. Voy a celebrarlo con una cerveza. ?Quieres acompanarme?

– No, gracias, senor. Empleare el tiempo para limpiar de hierbas y de polvo sus palos.

El presidente le tendio el butter.

– Como quieras. Pero insisto en que bebas algo conmigo cuando terminemos con el hoyo decimoctavo.

El rostro de Salazar resplandecio como un faro.

– Sera un honor, senor presidente -dijo, y troto hacia la bolsa de caddy.

Veinte minutos mas tarde, despues de responder a una llamada de su jefe de personal y beber una botella de Coors, el presidente salio de la casa del club y se reunio con Salazar, que estaba acurrucado en un cochecito de golf en el decimo tee, con el ala ancha de su sombrero de paja bajada sobre la frente. Sus manos, relajadas, agarraban el volante y llevaban ahora un par de guantes de cuero.

– Bueno, veamos si puedo bajar de los ochenta -dijo el presidente, con los ojos brillantes por la esperanza de conseguir un buen resultado.

Salazar no dijo nada y le dio simplemente un driver.

El presidente tomo el palo y lo miro, perplejo.

– Es un agujero corto. ?No crees que seria suficiente un numero tres?

Mirando al suelo, con el sombrero ocultando su expresion, Salazar sacudio en silencio la cabeza.

– Tu eres el maestro -dijo amablemente el presidente.

Se acerco a la pelota, cerro los dedos sobre el palo, lo levanto hacia atras y lo descargo habilmente, pero la pelota siguio un trayecto bastante raro. Paso por encima de la calle y aterrizo a considerable distancia, mas alla del green.

Una expresion de perplejidad se pinto en la cara del presidente al regresar al tee y subir al cochecito electrico.

– Es la primera vez que me has dado un palo equivocado.

El caddy no respondio. Apreto el pedal de la bateria y dirigio el vehiculo hacia el decimo green. Al llegar a la mitad de la calle, se inclino hacia adelante y coloco un pequeno paquete en el tablero, precisamente delante del presidente.

– ?Has traido un bocadillo por si tienes hambre? -pregunto, campechano, el presidente.

– No, senor; es una bomba.

El presidente fruncio un poco el entrecejo, con irritacion.

– La broma no tiene gracia, Reggie…

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