entusiasta de la competicion individual. Su padre, en cambio, casi nunca competia individualmente, y se inclinaba decididamente por los deportes en equipo. Dirk habia descollado en las pruebas de atletismo en la Universidad de Hawai, y Dirk padre lo habia hecho en el equipo de futbol americano de la Academia de la Fuerza Aerea.
Por fin, agotada la conversacion sobre Ulises y sus viajes, decidieron que era hora de irse a dormir. Summer bajo a la cabina y se acosto en una de las literas. Dirk opto por dormir en cubierta y se improviso una cama con los cojines de la banera.
A las cuatro de la manana, el mar se veia negro como la obsidiana. Las nubes habian ocultado las estrellas. Cualquiera hubiese podido caminar por la cubierta y caer en el agua sin darse cuenta hasta sentir el chapoteo. Dirk se tapo con una tela impermeable para protegerse de las cuatro gotas que caian y continuo durmiendo como un tronco.
No se desperto con el ruido del motor de una lancha, porque no habia ni motor ni lancha. Llegaron desde el agua, silenciosamente, como espectros volando alrededor de las tumbas en la noche de Halloween. Eran cuatro: tres hombres y una mujer. Dirk no escucho el suave roce de las pisadas en la escalerilla que se habia olvidado de recoger. Sin darse cuenta, les habia facilitado el acceso a bordo.
Las personas que se despiertan en mitad de la noche por la presencia de intrusos reaccionan de diversas maneras. Dirk no tuvo tiempo de reaccionar. A diferencia de su padre, aun debia aprender a no confiar en la fortuna o el destino y seguir fielmente el lema de los ninos exploradores: “siempre listos”. Antes de que se apercibiera de que habia unos extranos a bordo del
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Los preparativos para la evacuacion de la isla de Ometepe se pusieron en marcha. George Hampton, el secretario de Estado, necesito cuatro dias para convencer al presidente de Nicaragua, Raul Ortiz, de que las intenciones norteamericanas eran exclusivamente humanitarias. Prometio que, una vez completada la evacuacion, todas las fuerzas estadounidenses abandonarian el pais. Jack Martin y el almirante Sandecker hablaron con los cientificos nicaraguenses que, no bien enterados de la inminente catastrofe, dieron todo su apoyo a la operacion.
Tal como se esperaba, los funcionarios locales que estaban comprados por Specter hicieron lo imposible por oponerse. Aquellos que servian a los intereses de la China Roja tambien protestaron a grito pelado. Sin embargo, tal como Martin habia afirmado en la conferencia, el y Sandecker se ocuparon de espantar a los lideres del pais con sus descripciones del alcance de la catastrofe y del numero de muertos entre los pobladores dentro de un radio de dos kilometros del lago. La oposicion fue silenciada por la oleada de panico.
El general Stack, que trabajaba en estrecha colaboracion con el general Juan Morega, comandante en jefe de las fuerzas armadas nicaraguenses, desplego rapidamente las tropas encargadas de la operacion de rescate. En cuanto recibio la autorizacion, actuo sin demora. Todas las embarcaciones que habia en el lago recibieron la orden de evacuar a los habitantes de las ciudades y pueblos que carecian de carreteras disponibles para el traslado. Los camiones y helicopteros del ejercito norteamericano se ocuparon de llevar a los demas a las zonas altas. Al mismo tiempo, se reunio una fuerza de ataque especial para el asalto de las instalaciones de Odyssey.
Nadie dudaba de que los agentes de seguridad de Odyssey ofrecerian resistencia para mantener el secreto de las instalaciones y del grupo de cientificos que tenian cautivos. Se temia asimismo que Specter mandara asesinar y ocultar los cadaveres de los cientificos para que no quedara ningun rastro de su existencia. Al general Stack le preocupaba su suerte, pero la posibilidad de que se produjeran miles de muertos y perdidas economicas millonarias pesaba mas que la vida de veinte o treinta personas. Dio la orden de que se evacuara a los trabajadores del complejo lo mas rapido posible, incluidos los cientificos si aun estaban en la isla.
Puso a Pitt y Giordino a las ordenes del teniente coronel Bonaparte Nash, Bony para los amigos. Nash, que era miembro de un equipo de reconocimiento de la infanteria, recibio a Pitt y Giordino en la base de helicopteros que el grupo de rescate habia montado en la pequena ciudad de San Jorge, en la costa occidental del lago. Alto, con el cuerpo muy musculoso gracias a las muchas horas de ejercicio, y el cabello rubio cortado muy corto, tenia el rostro redondo y unos ojos azules de mirada amable que no lograban ocultar la dureza del personaje.
– Es un placer conocerles, senores. Me han informado de sus antecedentes como miembros de la NUMA. Muy impresionantes. Confio en que podran guiarme a mi y a mis hombres hasta el edificio donde tienen prisioneros a los cientificos.
– Podemos -afirmo Pitt.
– Tengo entendido que ustedes han estado alli solo una vez.
– Si lo encontramos de noche -replico Giordino con un tono incisivo-, tambien lo encontraremos a plena luz del dia.
Nash puso una fotografia ampliada de las instalaciones tomadas desde un satelite sobre la mesa de campana.
– Dispongo de cinco helicopteros Chinook CH-47. En cada uno viajaran treinta hombres. Mi plan es que uno aterrice en la terminal aerea, el segundo en los muelles, el tercero junto al edificio que ustedes describieron como el cuartel general de los guardias de seguridad, y el cuarto en el aparcamiento que hay en la hilera de almacenes. Ustedes dos viajaran conmigo en el quinto aparato, para guiarnos hacia el edificio donde retienen a los cientificos.
– Si me lo permite, hare una sugerencia -dijo Pitt. Saco un boligrafo del bolsillo de su camisa estampada y senalo un edificio en la calle bordeada de palmeras-. Este es el cuartel general. Puede aterrizar en la azotea y apresar a los principales ejecutivos de Odyssey antes de que tengan tiempo de escapar en su propio helicoptero.
– ?Como lo sabe? -pregunto Nash, intrigado.
– Al y yo robamos un helicoptero que estaba en la azotea cuando nos escapamos hace seis dias.
– En el edificio hay por lo menos diez guardias. Sus hombres tendran que encargarse de ellos -anadio Giordino.
Nash los miro con un respeto que crecia por momentos, pero aun dudaba si podia creerles.
– ?Habia guardias de seguridad cuando escaparon?
Pitt se dio cuenta de las reservas de Nash.
– Si, habia cuatro.
– Desarmarlos fue como robarle un caramelo un nino de pecho -afirmo Giordino.
– Me dijeron que ustedes era ingenieros navales -manifesto Nash, desconcertado.
– Tambien hacemos eso -dijo Giordino con un tono divertido.
– De acuerdo, si ustedes lo dicen. -Nash sacudio la cabeza-. Otra cosa: no puedo darles armas. Vendran como guias. Mis hombres y yo nos encargaremos de combatir si es necesario.
Pitt y Giordino intercambiaron una mirada traviesa. Ambos llevaban sus armas en la cintura debajo de las holgadas camisas tropicales, Pitt la Colt.45 y Giordino la automatica calibre.50.
– Si nos vemos en un apuro -comento Giordino-, les tiraremos piedras hasta que sus hombres vengan a rescatarnos.
Nash no tenia muy claro si esa pareja de graciosos le caia bien. Consulto su reloj.
– Despegaremos dentro de diez minutos. Ustedes vendran conmigo. En cuanto aterricemos, asegurense de que vamos al edificio correcto. No podemos perder ni un segundo dando vueltas, si queremos salvar a los rehenes antes de que los guardias de Odyssey los ejecuten.
– Me parece bien -asintio Pitt.
Exactamente diez minutos mas tarde, el y Giordino se abrochaban los cinturones en el interior del enorme helicoptero de transporte Chinook, al costado del teniente coronel Nash. Los acompanaban treinta hombres a cual mas corpulento, vestidos con uniformes de camuflaje y chalecos antibalas, unas armas enormes que parecian