– No es lo que aparenta -respondio Pitt escuetamente-. No hizo ninguna mencion del puerto.
– Supongo que te habras fijado en sus manos.
– La piel se veia demasiado elastica y libre de manchas para ser un hombre que ronda los ochenta.
Giordino llamo al camarero con un gesto.
– ?Que te parecio la voz? Tenia un tono artificial, como si fuese una grabacion.
– Aparentemente, el senor Rathbone intentaba enganarnos.
– Seria interesante saber a que juega.
Cuando el camarero les sirvio otra ronda y les pregunto si ya querian cenar, ambos asintieron y lo siguieron al comedor. Mientras se sentaban, Pitt le pregunto al camarero:
– ?Como se llama usted?
– Marcos.
– Marcos, ?es habitual que se produzcan temblores de tierra en la selva?
– Oh, si, senor. Aunque solo ocurren desde hace tres o cuatro anos, cuando comenzaron a remontar el rio.
– ?Los temblores remontan el rio? -pregunto Giordino, intrigado.
– Si, muy lentamente.
– ?En que direccion?
– Comenzaron en la desembocadura del rio en San Juan del Norte. Ahora sacuden la tierra mas alla de El Castillo.
– Esta claro que no es un extrano fenomeno causado por la Madre Naturaleza.
Giordino exhalo un suspiro.
– Quisiera saber donde se oculta Sheena, la reina de la selva, cuando uno la necesita.
– Los dioses nunca permitiran que el hombre descubra sus secretos, y menos en la selva -declaro Marcos, que miro en derredor como si esperara ver a un asesino dispuesto a lanzarse sobre el-. Ningun hombre que entra en la selva sale con vida.
– ?Cuando comenzaron a desaparecer los hombres en la selva? -pregunto Pitt.
– Hace cosa de un ano, una expedicion universitaria entro para estudiar la flora y la fauna, y desaparecio. Nunca encontraron ni el mas minimo rastro. La selva guarda muy bien sus secretos.
Por segunda vez, Pitt miro a Giordino y ambos esbozaron una sonrisa.
– No se que decir -manifesto Pitt con voz pausada-. Los secretos tienen el curioso habito de acabar por descubrirse.
28
La fortaleza se alzaba en la cumbre de una colina aislada, que se parecia mas a un gran monticulo cubierto de hierba y rodeado por diversas variedades de arboles. El castillo de la Inmaculada Concepcion habia sido disenado con los criterios de las fortificaciones construidas por el ingeniero militar Vauban, con bastiones en las cuatro esquinas. Se conservaba en muy buen estado a pesar de que llevaba cuatrocientos anos soportando el castigo de las lluvias torrenciales.
– Supongo que ya sabes -comento Giordino- que el allanamiento esta fuera de nuestra linea de trabajo.
Tendido de espaldas, contemplaba las estrellas. Pitt estaba recostado a su lado, muy ocupado en observar la cerca que rodeaba la fortaleza a traves de las gafas de vision nocturna.
– No solo eso, sino que la NUMA no paga el plus de peligrosidad.
– Creo que lo mejor seria llamar al almirante y a Rudi Gunn para ponerlos al corriente de nuestras aventuras. En cuanto nos metamos bajo tierra, no podremos utilizar el telefono.
Pitt saco el telefono de la mochila y comenzo a marcar un numero.
– Sandecker es muy madrugador, asi que se acuesta temprano. Llamare a Rudi. Solo hay una hora de diferencia con Washington.
La conversacion duro cinco minutos.
– Rudi enviara un helicoptero a San Carlos por si surge la necesidad de salir pitando.
Giordino volvio a fijar la atencion en la fortaleza.
– No veo escaleras, solo rampas.
– Las rampas de piedra eran mucho mas practicas a la hora de subir y bajar la artilleria desde las almenas - afirmo Pitt-. Los constructores de la epoca sabian tanto de edificar fortalezas como los de hoy cuando levantan un rascacielos.
– ?Ves alguna cosa que se parezca a la salida de un pozo de ventilacion?
– Seguramente sale a traves de la almena central.
Giordino agradecio que fuese una noche sin luna.
– ?Como haremos para cruzar la cerca y conseguir que no nos descubran las camaras, las alarmas, los guardias y los perros?
– Vamos por orden. Antes de preocuparnos por todo lo demas hemos de cruzar la cerca -respondio Pitt, que estudiaba el terreno alrededor de la fortaleza.
– ?Se te ocurre como hacerlo? Tiene una altura de tres metros.
– Podriamos probar de saltarla con una pertiga.
Giordino miro a Pitt como si hubiese perdido el juicio.
– Lo diras en broma.
– Si. -Pitt saco un rollo de cuerda de la mochila-. ?Todavia puedes trepar a los arboles o la artritis te impide cualquier actividad fisica?
– Mis viejas articulaciones no estan ni la mitad de endurecidas que las tuyas.
Pitt le dio una palmada en el hombro.
– En ese caso, veamos si dos viejos achacosos todavia pueden revivir antiguas proezas.
Despues de desayunar en el refugio, y fieles a la palabra dada a Rathbone, Pitt y Giordino se unieron a un grupo de turistas para una visita a la reserva. Se mantuvieron en la retaguardia, y conversaron entre ellos, sin hacer caso de las aves multicolores ni de los extranos animales.
Cuando regresaron, Pitt hizo algunas discretas averiguaciones sobre el anciano y, tal como sospechaba, los empleados del refugio solo sabian que Rathbone era un huesped mas, que habia presentado un pasaporte panameno a la hora de registrarse. No tenian noticia de que fuese el propietario de una cadena de hoteles riberenos.
A mediodia, despues de pedir que les prepararan unos bocadillos, cargaron las maletas en el
El Castillo se encontraba a solo seis kilometros rio arriba; avanzaron a velocidad de tortuga. Una hora mas tarde rodearon la ultima curva y pasaron por delante de la fortaleza colonial, que dominaba la ciudad. El musgo cubria las antiguas ruinas de piedra volcanica y les daba una apariencia que afeaba el maravilloso paisaje. En cambio, la pintoresca ciudad a orillas del rio, con los tejados rojos y las pangas multicolores que llenaban la playa, era como un oasis que invitaba al descanso.
Excepto por el trafico fluvial, El Castillo estaba completamente aislado del resto del mundo. No habia carreteras, ni coches ni una pista de aterrizaje. La mayoria de los lugarenos vivian de los cultivos en las colinas y de la pesca, mientras que los demas trabajaban en un aserradero y en una fabrica de aceite de palma que se encontraban a veinte kilometros rio arriba.
Pitt y Giordino querian que los vieran llegar y marcharse de la pequena comunidad pesquera mientras continuaban su viaje por el rio hasta el lago de Nicaragua, asi que amarraron la panga en un pequeno muelle y caminaron unos cincuenta metros por una calle sin asfaltar hasta un modesto hotel con bar y restaurante. Pasaron por delante de casas de madera pintadas con colores brillantes y saludaron a tres ninas con vestidos amarillos que jugaban descalzas en una galeria.