Se reservaron para la excursion nocturna los bocadillos que les habian preparado en el refugio Bartola y pidieron pescado fresco y cerveza nacional.

Los atendio el propietario, que se llamaba Aragon.

– Les recomiendo el gaspar. No abunda y, preparado con mi salsa especial, es delicioso.

– Gaspar -repitio Giordino-. Nunca lo he oido mencionar.

– Es una reliquia viviente, de hace millones de anos. Tiene unas escamas enormes, hocico y colmillos. Le juro que no podra comerlo en ninguna otra parte.

– Siempre estoy dispuesto a probar cosas nuevas -afirmo Pitt-. Me apunto al gaspar.

– Yo tambien, aunque tengo mis dudas -murmuro Giordino.

– Es una pena que no se pueda visitar la fortaleza -le comento Pitt al patron-. Me habian dicho que tiene un museo muy interesante.

Aragon se puso un poco tenso y miro furtivamente a traves de la ventana hacia El Castillo.

– Si, senor, es una lastima que se lo pierdan. El gobierno ha ordenado cerrarlo porque es peligroso para los turistas.

– Pues a mi me parece muy solido -apunto Giordino.

El dueno del hotel se encogio de hombros.

– Todo lo que se es lo que me han dicho los policias de Managua.

– ?Los guardias se alojan en la ciudad? -pregunto Pitt.

– Se alojan en un barracon dentro de la fortaleza y casi nunca se los ve, excepto cuando los relevan y los recoge un helicoptero que viene desde Managua.

– ?Ninguno sale de la fortaleza, ni siquiera para tomar una copa o alternar?

– No, senor. No tratan con nosotros. Tampoco permiten que nadie se acerque a menos de diez metros de la cerca.

Giordino se sirvio la cerveza en un vaso.

– Es la primera vez que me entero de que un gobierno impide el acceso a los turistas a un museo porque amenaza ruina.

– ?Los caballeros se alojaran en el hotel esta noche? -pregunto Aragon.

– No, muchas gracias -contesto Pitt-. Me han dicho que hay unos rapidos rio arriba y queremos atravesarlos cuando todavia hay luz.

– No tendran ningun problema si se mantienen en el centro del canal. Si se va con cuidado es practicamente imposible volcar en los rapidos. El problema para cualquiera que caiga por la borda en las aguas calmas son los cocodrilos.

– ?Aqui sirven filetes? -pregunto Pitt.

– Si, senor. ?Desea comer algo mas?

– No, quisieramos llevarnos algo de carne para la cena. Despues de cruzar los rapidos, mi amigo y yo tenemos la intencion de acampar en la orilla y comernosla hecha a las brasas.

– Ni se les ocurra acampar en la orilla. Busquen un lugar mas alejado o correran el riesgo de que se los coma un cocodrilo.

– Caramba. Saciar el apetito de un cocodrilo no es algo que me seduzca -afirmo Pitt con una gran sonrisa.

Salieron tarde, y atravesaron los rapidos rio arriba de El Castillo sin problemas. Continuaron navegando hasta que estuvieron fuera de la vista de la ciudad. Al ver que no habia mas pangas que la propia entre los meandros, llevaron al Greek Angel a la costa, levantaron el motor fuera de borda y arrastraron la embarcacion para meterla en la maleza hasta que quedo oculta a la vista de cualquier otra panga que pasara por alli.

Aun habia algo de luz cuando encontraron un angosto sendero que llevaba hacia la ciudad. Se comieron los bocadillos y se echaron a dormir hasta la medianoche. Luego avanzaron cautelosamente por el sendero, con las gafas de vision nocturna puestas. Cuando llegaron a la ciudad rodearon las casas y se ocultaron entre unos arbustos, desde donde veian la fortaleza sin obstaculos. Ubicaron las camaras de vigilancia y memorizaron sus posiciones.

Habia comenzado a caer una lluvia fina que no tardo en empaparlos. Una lluvia fina en el tropico era como estar bajo la ducha abierta al maximo en el bano de casa. La temperatura del agua era calida.

En cuanto estuvieron preparados, Pitt, seguido por Giordino, trepo a un jatoba que tenia mas de treinta metros de altura y un tronco de metro veinte de diametro. El arbol se alzaba a unos pasos de la cerca que rodeaba la fortaleza -que estaba coronada con una espiral de acero afilada como una navaja-, y sus ramas bajas se extendian por sobre ella. Giordino enlazo una gruesa rama que estaba a unos tres metros por encima de su cabeza y subio hasta otra mas alta antes de arrastrarse por las ramas mas pequenas hasta pasar la verja, a poco mas de tres metros del suelo. Hizo una pausa y observo el terreno a traves de las gafas de vision nocturna.

Pitt cogio la cuerda y comenzo a subir caminando por el tronco. Llego a la rama y avanzo cautelosamente hasta casi tocar las botas de Giordino.

– ?Alguna senal de guardias y perros? -susurro.

– Los guardias son unos vagos -respondio Giordino-. Han soltado a los perros para que campeen a su aire.

– Es un milagro que no nos hayan olido.

– No hables antes de hora. Veo a tres que miran en nuestra direccion. Ay, ay, ya vienen…

Antes de que los perros comenzaran a ladrar, Pitt metio la mano en la mochila, cogio los filetes que habia comprado en el restaurante y los arrojo a una rampa que llevaba al bastion mas cercano. Golpearon contra el suelo con un ruido caracteristico que los perros captaron de inmediato.

– ?Estas seguro de que funcionara? -murmuro Giordino.

– En las peliculas siempre da resultado.

– No sabes cuanto me tranquiliza -gimio Giordino.

Pitt se descolgo de la rama y permanecio de pie. Giordino lo siguio, sin perder de vista a los perros, que devoraban la carne cruda con gran placer sin prestar la menor atencion a los dos intrusos.

– Nunca mas volvere a dudar de ti -prometio Giordino.

– No olvidare que lo has dicho.

Pitt encabezo la marcha hacia una de las rampas de piedra. Utilizo las gafas de vision nocturna para ver cuando la camara de vigilancia mas cercana llegaba al extremo de su recorrido. Silbo para avisarle a Giordino y su companero corrio por el lado ciego de la camara y rocio el objetivo con pintura negra.

Continuaron avanzando, hicieron una pausa delante del edificio del museo -que estaba cerrado y a oscuras- y permanecieron atentos a cualquier ruido sospechoso. Escucharon el rumor de unas voces al otro lado de las almenas, en el patio de armas, donde habian instalado los barracones de los guardias. Entraron en lo que habia sido una vez un almacen. Los muros de piedra se mantenian en pie; en cambio, el tejado y las vigas habian desaparecido.

Pitt senalo una torre que se alzaba por encima del resto de la fortaleza. Tenia la forma de una piramide truncada.

– Si aqui sale uno de los pozos de ventilacion, tiene que estar alli -dijo con voz queda.

– Es el unico lugar logico -asintio Giordino. Entonces escucho con atencion-. ?Que es ese ruido?

Pitt escucho, con todos los sentidos alertas, mientras miraba hacia el lugar del que parecia proceder. Luego senalo de nuevo hacia la torre.

– Ese sonido parece ser el de unos extractores.

Sin apartarse de la zona de sombra, subieron por una angosta rampa de piedra construida en la pared de la torre, que acababa en una puerta. La corriente de aire fresco que salia por la pequena abertura los golpeo con la fuerza de un vendaval. Pitt se agacho para protegerse del viento y, en cuanto entro en la torre, se encontro sobre la base de una gran jaula de tela metalica. El sonido de las paletas de los extractores al batir el aire era ensordecedor hasta el punto de hacerles doler los oidos.

– Menudo ruido -grito Giordino.

– Eso es porque estamos directamente encima -respondio Pitt-. Seria mucho peor si no tuviesen instalados los silenciadores. Tal como suena, el nivel de ruido en el exterior es muy reducido.

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