indicaba que debia de servir a otros propositos.
Mientras hacia un barrido de las instalaciones al pie del volcan, hizo una pausa al ver lo que parecian ser muelles detras de una hilera de tinglados. Los techos de los tinglados le impedian la vision directa de los muelles, pero distinguio las siluetas de cuatro grandes gruas contra el fondo azul del cielo y entendio por que el complejo no necesitaba de un sistema de transporte exterior. Era totalmente autosuficiente.
Entonces ocurrieron tres cosas casi simultaneamente, que le avisaron del peligro.
El faro, sin motivo aparente, comenzo a oscilar como una bailarina de hula hula. Tal como le habia dicho a Percy Rathbone, estaba acostumbrado a los terremotos como todos los californianos. En una ocasion habia estado en el piso treinta y dos de un edificio de oficinas en Wilshire Boulevard cuando se habia producido un temblor y el edificio se habia sacudido violentamente. Claro que no habia tenido ninguna consecuencia, porque este contaba con proteccion antisismica. Ahora revivio la misma sensacion, excepto que el faro se movia como una palmera sacudida por vientos cambiantes.
Pitt se volvio inmediatamente para mirar el volcan Concepcion, ante la posibilidad de que hubiese entrado en erupcion, pero el crater parecia tranquilo, sin senales de humo o cenizas. Miro el agua y vio las ondulaciones en la superficie como si en las profundidades se hubiera puesto en marcha una gigantesca batidora. Al cabo de un minuto que se hizo eterno, se acabaron las sacudidas. Como era de suponer, Giordino no se desperto.
El segundo peligro lo encarno una lancha patrullera de color lavanda que habia zarpado de la isla y se dirigia directamente hacia el faro. Los guardias a bordo debian de estar muy convencidos de que sus presas no podian escapar, ya que navegaban como quien da un paseo.
El tercero y ultimo peligro provino de debajo de sus pies. Un ruido practicamente inaudible -el choque de una pieza metalica contra otra en el interior del pozo de ventilacion- fue probablemente el motivo de que salvaran la vida. Pitt toco a Giordino con la punta del pie.
– Tenemos visitas. Por lo que se aprecia, encontraron nuestro rastro.
Giordino se desperto en el acto y cogio la automatica Desert Eagle calibre.50 que llevaba en la cintura debajo del mono. Pitt saco de la mochila su vieja automatica Colt.45 y se agacho junto al agujero del pozo sin mirar por encima del borde.
– ?Quedense donde estan! -grito.
Lo que paso a continuacion no fue algo completamente inesperado. Por toda respuesta, una rafaga de ametralladora convirtio en un colador la cupula metalica del faro. La descarga fue tan violenta que Pitt y Giordino no se animaron a estirar las manos mas alla del borde para disparar, ante el riesgo de que se las destrozaran las balas.
Pitt se arrastro hasta una de las ventanas del faro y comenzo a golpear contra el cristal con la culata de la pistola. El cristal era grueso y tuvo que descargar varios golpes hasta conseguir romperlo. Varios trozos cayeron al mar, pero Pitt paso rapidamente el brazo por el agujero y golpeo el vidrio desde el exterior para que los cristales cayeran al suelo. Luego los empujo con los pies para amontonarlos y llevarlos hasta el agujero, y los lanzo por encima del borde. Los trozos, puntiagudos y afilados como navajas, llovieron sobre los asaltantes. Casi sin solucion de continuidad se escucharon gritos de dolor y cesaron los disparos.
Pitt y Giordino aprovecharon la confusion para disparar a ciegas al interior del pozo. Las balas, que rebotaban contra las paredes de cemento, causaron el caos entre los guardias de Odyssey que subian la escalerilla. Los gritos de los heridos se apagaron y unos segundos mas tarde se escucharon los golpes de sus cuerpos contra las paredes, mientras caian a plomo hasta el fondo.
– Eso retardara un poco sus malevolas intenciones -comento Giordino, sin la menor pizca de remordimiento en la voz, mientras ponia un cargador nuevo en el arma.
– Todavia nos quedan otros indeseables por atender -replico Pitt, senalandole la patrullera que navegaba hacia el faro, con la proa alzada por encima del agua.
– Sera un poco duro.
A traves del cristal roto, Giordino le indico a su companero el helicoptero que cruzaba el lago a baja altura desde el norte. Pitt calculo en un santiamen las distancias que debian recorrer la patrullera y el helicoptero, y se permitio una sonrisa.
– El pajaro es mas rapido. Lo tendremos aqui cuando a la lancha le queden todavia cerca de dos kilometros.
– Reza para que no lleven misiles -dijo Giordino, y sus palabras fueron como un jarro de agua fria para el entusiasmo de Pitt.
– No tardaremos en saberlo. Preparate para coger el arnes cuando lo bajen.
– Tardaremos demasiado si tienen que subirnos uno a uno -afirmo Giordino-. Propongo que le digamos juntos nuestro lloroso adios al faro.
– Estoy contigo -asintio Pitt.
Salieron al angosto balcon que rodeaba la parte superior de la torre. Pitt vio que el helicoptero era un Bell 340 con motores gemelos Rolls-Royce. Estaba pintado de colores amarillo y rojo, con las palabras MANAGUA AIRWAYS escritas en los laterales. Observo atentamente como el piloto efectuaba una vuelta a la torre, mientras un tripulante comenzaba a bajar el arnes unido al cable que los subiria hasta el aparato.
Pitt era casi treinta centimetros mas alto que Giordino, asi que salto para coger el arnes, que se movia en circulos impulsado por el viento generado por las palas en la primera pasada. Se lo puso a Giordino por debajo de los brazos.
– Tu eres mas robusto que yo. Soportaras el esfuerzo y yo me sujetare a ti.
Giordino sujeto el cable con las dos manos mientras Pitt se abrazaba a su cintura. El tripulante, cuyos gritos no se podian oir por encima del estruendo de las turbinas, gesticulo con verdadera desesperacion para indicarles que solo podia levantar a un hombre.
La advertencia llego demasiado tarde. Pitt y Giordino se vieron arrastrados fuera del balcon del faro y se quedaron colgando a una treintena de metros del agua cuando una subita racha de viento golpeo al helicoptero. El piloto se encontro con que el aparato se inclinaba bruscamente a estribor por el peso sumado de los dos hombres. Estabilizo el helicoptero y mantuvo la posicion mientras el tripulante observaba como el motor del torno apenas si conseguia subir a Pitt y Giordino.
La suerte los acompano y la patrullera no disparo ningun misil. En cambio, disponia de dos ametralladoras pesadas instaladas a proa que comenzaron a disparar. Afortunadamente aun estaban muy lejos, y con la dificultad anadida del cabeceo de la lancha, el artillero no podia apuntar muy bien: los proyectiles pasaron a mas de cincuenta metros.
El piloto, horrorizado al ver que le disparaban, se olvido de los hombres que habia ido a rescatar. Viro rapidamente en maniobra de evasion y puso rumbo a la seguridad de la costa. Pitt y Giordino, que estaban a unos seis metros por debajo de la cabina, se bambolearon como un pendulo. Giordino tenia la sensacion de que en cualquier momento acabaria con los brazos arrancados. Pitt, que no experimentaba dolor alguno, no podia hacer otra cosa que aferrar a Giordino con todas sus fuerzas y gritarle al tripulante que acelerara la subida.
Pitt veia la agonia en el rostro de Giordino. Durante quiza dos minutos -que le parecieron eternos- el italiano estuvo tentado de soltarse, pero basto una mirada al agua, que ahora estaba a unos ciento cincuenta metros de sus pies, para que cambiara rapidamente de idea.
Entonces se encontro con la mirada despavorida del tripulante, a metro y medio de distancia. El hombre se volvio para gritarle al piloto, que en una rapida y experta maniobra inclino de lado el helicoptero lo justo y suficiente para que Pitt y Giordino cayeran en la seccion de carga.
El tripulante se apresuro a cerrar la puerta. Atonito, miro a los dos hombres espatarrados en el piso.
– Hombres, tu estar locos -afirmo en un ingles macarronico y un fuerte acento castellano-. Torno solo para sacas de cincuenta kilos.
– Habla ingles -comento Giordino.
– No muy bien -dijo Pitt-. Recuerdame que escriba una carta de agradecimiento a la compania que fabrico el torno. -Se puso de pie y se apresuro a ir a la carlinga, donde miro a traves de una de las ventanillas laterales hasta que vio a la patrullera. Habia abandonado la persecucion y ahora viraba para poner rumbo a la isla.
– ?A que demonios ha venido eso? -pregunto el piloto, que estaba furioso-. Esos payasos nos dispararon.
– Demos gracias de que sean malos tiradores.
– No esperaba tener problemas cuando acepte este viaje -anadio el piloto, que no dejaba de vigilar la patrullera-. ?Quienes son ustedes? ?Por que los perseguia la patrullera?