la superficie.
– De acuerdo, senor, pero deben volver a los barracones. Son las normas. Sigan la carretera y doblen a la izquierda en el deposito de agua. Su barracon esta a unos treinta metros a la izquierda.
– Gracias, amigo -respondio Pitt-. Ya nos vamos.
Convencido de que Pitt y Giordino no eran intrusos, el guardia regreso a la garita.
– Bien, hemos superado la primera prueba -manifesto Giordino.
– Lo mejor sera ocultarnos en alguna parte hasta que amanezca. No es prudente rondar por aqui en plena noche. Resulta demasiado sospechoso. El proximo guardia que nos de el alto puede no ser tan amable.
Siguieron las indicaciones del guardia hasta que llegaron a una hilera de edificios. Avanzaron entre las sombras de un palmar, con la mirada puesta en las entradas de los cinco barracones de los empleados de Odyssey.
No habia vigilancia en ninguna de ellas excepto la ultima. En el quinto barracon habia dos centinelas apostados junto a la puerta, mientras que otros dos controlaban el perimetro al otro lado de una cerca.
– Las personas alojadas alli no han de ser muy populares -opino Pitt-. Tiene todo el aspecto de una carcel.
– Quiza los tengan cautivos.
– Estoy de acuerdo.
– Por lo tanto, lo logico es que entremos en alguno que no este vigilado.
Pitt sacudio la cabeza para mostrar su desacuerdo.
– No, entraremos en ese. Quiero hablar con las personas que tienen prisioneras. Son las mas indicadas para que nos informen de las actividades de Odyssey.
– No hay manera de entrar sin que nos vean los guardias…
– Hay un pequeno cobertizo junto al barracon. Vamos a ver que hay adentro. Los arboles nos ocultaran.
– Tienes una verdadera mania por escoger siempre lo mas dificil -protesto Giordino al ver la expresion distante y pensativa en el rostro de su companero, iluminado por el resplandor de las farolas de la calle.
– Si no es dificil uno no se divierte -afirmo Pitt, muy serio.
Como una pareja de ladrones que rondan por un barrio residencial, caminaron entre los arboles, al amparo de los delgados troncos, hasta que llegaron al final del palmar. Cruzaron a la carrera los veinticinco metros que los separaban de la parte trasera del cobertizo, rodearon una de las esquinas y encontraron una puerta lateral. Giordino movio la manija. Estaba abierta y se apresuraron a entrar. A la luz de las linternas vieron que se encontraban en un garaje donde habia una maquina barredora. Pitt vio en la penumbra la sonrisa de Giordino.
– Creo que estamos de suerte.
– ?Estas pensando lo mismo que yo?
– Por supuesto -dijo Pitt-. Pondremos en marcha la barredora y la lanzaremos a la calle, pero con un anadido que llame la atencion de los guardias.
– ?Cual?
– Le pegaremos fuego.
– Tu mente tortuosa no deja de asombrarme.
– Es un don que tengo.
Tardaron diez minutos en trasvasar quince litros de gasolina a un bidon que encontraron en el garaje. Pitt subio a la cabina de la maquina y giro la llave de arranque, mientras Giordino esperaba la senal para abrir las puertas. Ambos agradecieron que el motor arrancara a la primera y que fuera silencioso. La barredora tenia una caja de cambios de cuatro marchas, y Pitt permanecio junto a la puerta abierta, preparado para poner directamente la segunda y asi conseguir que el vehiculo tardara menos en ganar velocidad.
Mientras esperaba hasta el ultimo momento para evitar que se produjera una explosion en el interior del garaje, giro el volante del vehiculo para apuntarlo hacia una hilera de camiones aparcados a un lado de la carretera. Giordino abrio las puertas y luego volvio para coger el bidon. Rocio con gasolina la cabina vacia y a continuacion espero con el dedo apoyado en el encendido automatico de un soplete de acetileno.
– Arriba el telon -dijo escuetamente.
Pitt, de pie en el estribo de la cabina, puso la marcha y salto al suelo, al mismo tiempo que Giordino abria las valvulas de oxigeno y acetileno y apretaba el boton del encendido: una llama de sesenta centimetros de largo surgio por la punta del soplete. Se escucho un subito estampido cuando una bola de fuego envolvio la cabina de la maquina antes de que saliera del cobertizo a toda velocidad.
La barredora avanzo por la carretera como un cometa, en medio de una nube de polvo y tierra levantada por los cepillos, y unos cuarenta metros mas alla se estrello contra el primero de los camiones, que salio despedido y acabo contra una de las palmeras. Despues impacto de lleno contra el siguiente camion de la fila con un horrible chirrido de metales y cristales rotos, y provoco un choque en cadena hasta que se planto el motor y se detuvo, mientras las llamas se elevaban hacia el cielo entre una densa columna de humo negro.
Los dos guardias que vigilaban la puerta del quinto barracon contemplaron atonitos el subito estallido del incendio. En cuanto se recuperaron del asombro y se pusieron en movimiento, la primera deduccion fue que el conductor se encontraba atrapado en la cabina. Abandonaron sus puestos y echaron a correr por la carretera, con los guardias que vigilaban la cerca pisandoles los talones.
Pitt y Giordino aprovecharon inmediatamente la ventaja que les daba la distraccion provocada por la barredora en llamas. Pitt cruzo la cerca, se zambullo a traves de la puerta abierta del barracon y rodo por el suelo. Un segundo mas tarde, Giordino, que no alcanzo a detenerse a tiempo, cayo sobre el.
– Tienes que perder peso -protesto Pitt.
Giordino lo ayudo a levantarse.
– ?Ahora que, genio?
Pitt no respondio sino que, al ver que el camino estaba despejado, echo a correr por el pasillo. Las puertas a ambos lados estaban cerradas con cerrojos. Se detuvo delante de la tercera puerta y se volvio hacia Giordino.
– Esta es tu especialidad -dijo, y se aparto.
Giordino le reprocho el comentario con una mirada, y luego descargo un tremendo puntapie contra la puerta que casi la arranco de las bisagras. Un segundo golpe con el hombro remato la faena. Incapaz de resistir el ataque del musculoso italiano, la puerta cayo al suelo con gran estrepito.
Pitt entro en la habitacion y se encontro con un hombre y una mujer sentados en la cama, pasmados ante la aparicion de unos extranos. El terror se reflejaba en los rostros de la pareja.
– Perdonen la intrusion -dijo Pitt en voz baja-, pero necesitamos un lugar donde ocultarnos. -Mientras daba las explicaciones, Giordino se ocupo de poner la puerta en su lugar.
– ?Adonde nos llevaran? -pregunto la mujer, con fuerte acento aleman.
Asustada a mas no poder, se envolvio con la manta. El rostro redondo y arrebolado, con grandes ojos castanos y los cabellos canosos recogidos en un mono, le daba el aspecto de la bondadosa abuela que probablemente era. A pesar de estar tapada con la sabana y una manta liviana, Pitt vio que su cuerpo nunca entraria en un vestido de talla pequena.
– A ninguna parte. No somos lo que cree.
– Usted es uno de ellos.
– No, senora -respondio Pitt, que procuraba calmar su terror-. No somos empleados de Odyssey.
– En ese caso, ?quienes son ustedes? -pregunto el hombre, que habia tardado un poco mas en reaccionar. Se levanto de la cama y se puso un viejo albornoz sobre la anticuada camisa de dormir. Si Pitt habia sospechado a la mujer baja y regordeta, el era muy alto y esqueletico. Su abundante cabellera gris estaba por lo menos diez centimetros por encima de la cabeza de Pitt. La tez blanca, la nariz como piramide y los labios finos decorados con un bigotillo definian su rostro.
– Me llamo Dirk Pitt. Mi amigo es Al Giordino. Trabajamos para el gobierno de los Estados Unidos y estamos aqui para averiguar por que se mantienen estas instalaciones en secreto.
– ?Como llegaron a la isla? -pregunto la mujer.
– Por el agua -contesto Pitt, sin dar detalles-. Entramos en este edificio despues de crear una diversion que alejo a los guardias. -Mientras hablaba, el aullido de las sirenas que se acercaban resono en el pasillo-. Nunca he