helicoptero. No se aparten de mi. Si nos topamos con problemas, tirense al suelo. No queremos tenerlos en nuestra linea de fuego. Nuestra unica posibilidad es actuar con audacia. Al y yo fingiremos que los llevamos a una reunion, a un interrogatorio o lo que sea que cuele. En cuanto lleguemos a la azotea, suban inmediatamente al helicoptero y abrochense los cinturones. El despegue puede que sea bastante brusco.
Claus y Hilda le aseguraron solemnemente que harian lo que dijera. Estaban metidos en ello hasta las orejas y ya no podian volverse atras. Pitt no dudaba de que seguirian sus indicaciones al pie de la letra. No tenian otra alternativa.
Caminaron por la acera hasta que llegaron a la escalinata en la entrada del edificio. Los faros de un camion los iluminaron por un momento, pero el conductor no se fijo en ellos. Dos mujeres, una con un mono lavanda y la otra con un mono blanco, estaban fumandose un cigarrillo junto a la entrada. Esta vez con Giordino en cabeza, que sonrio a las mujeres cortesmente, cruzaron las puertas de cristal automaticas y entraron en el vestibulo. Vieron a unas cuantas mujeres y a un hombre, que conversaban animadamente. Unos pocos miraron en su direccion cuando Pitt y los otros pasaron junto a ellos, y lo hicieron sin la menor sospecha.
Como si fuese la cosa mas normal del mundo, Giordino hizo que el grupo entrara rapidamente en unos de los ascensores vacios antes de que se cerrara. Pero no habian acabado de hacerlo cuando, antes de que pudiera apretar el boton correspondiente a la azotea, entro tambien una atractiva rubia vestida con un mono lavanda que se inclino por delante de Giordino para apretar el boton del octavo piso.
La mujer se volvio y, al ver a los Lowenhardt, los observo detenidamente. En su rostro aparecio una expresion alerta.
– ?Adonde llevan a estas personas? -pregunto en ingles.
Giordino vacilo, sin saber que responder. Sin arredrarse, Pitt se coloco junto a su companero y contesto en un pesimo castellano:
– Perdonenos por ingles no parlante.
La colera brillo en los ojos de la mujer.
– ?No hablaba con usted! -replico vivamente-. Hablaba con la dama.
Pillado en mitad de la discusion, Giordino tenia miedo de hablar, porque su voz delataria que no era una mujer. Cuando lo hizo, su voz de falsete resono de una manera extrana en el interior del ascensor.
– Hablo poco ingles.
La respuesta fue una mirada incisiva. La mujer le miro el rostro y abrio mucho los ojos al ver la sombra de la barba. Levanto una mano y le toco la mejilla.
– ?Usted es un hombre! -exclamo. Se volvio rapidamente en un intento por detener al ascensor en el siguiente piso, pero Pitt le aparto la mano de un golpe.
La empleada de Odyssey lo miro, atonita.
– ?Como se atreve a pegarme?
Pitt sonrio como un nino travieso.
– Me ha impresionado tanto, que voy a raptarla para que me acompane a un mundo mejor.
– ?Esta loco?
– Como una chota.
El ascensor se detuvo en el octavo piso, pero Pitt apreto el boton que cerraba la puerta. La puerta permanecio cerrada, el motor se puso en marcha y el ascensor continuo subiendo hasta su ultima parada en la azotea, encima del decimo piso.
– ?Que esta pasando aqui? -Por primera vez miro a fondo a la pareja de cientificos, que parecian disfrutar de la situacion. Fruncio el entrecejo-. Conozco a estas personas. Durante la noche tienen que estar confinados en sus habitaciones. ?Adonde los llevan?
– Al lavabo mas cercano -respondio Pitt sin inmutarse.
La mujer parecio vacilar entre detener el ascensor o gritar. En la duda, se dejo llevar por el instinto y abrio la boca para gritar. Pitt no vacilo ni un instante en darle un tremendo punetazo en la barbilla. La mujer se desplomo como una muneca de trapo. Giordino la sujeto por debajo de los brazos antes de tocar el suelo y la apoyo de pie contra un rincon de la cabina, de forma que quedara oculta cuando se abrieran las puertas.
– ?Por que no le tapo la boca, simplemente? -pregunto Hilda, sorprendida por la violencia de Pitt.
– Porque me hubiese mordido la mano, y hoy no estoy de humor para actuar como un caballero y permitirle que lo hiciera.
Con lo que a todos les parecio la velocidad de un caracol, el ascensor acabo de subir los ultimos metros y se detuvo en el decimo piso, desde donde se accedia a la azotea. Despues de frenar suavemente, la puerta se abrio y salieron.
Y antes de que pudieran reaccionar, se encontraron a bocajarro con un grupo de cuatro guardias que habian estado fuera de la vista, detras de una torre de aire acondicionado.
La atmosfera en el atico de Sandecker en el edificio Watergate era de una calma tensa. Sandecker se paseaba como fiera enjaulada, rodeado por la nube de humo azul de uno de sus enormes puros hechos por encargo. Otros hombres se comportaban como caballeros cuando habia damas presentes, en lugar de intoxicarlas con el humo del tabaco, pero no el almirante. Si no estaban dispuestas a aceptar su pernicioso habito, no salia con ellas. A pesar de este riesgo, eran muchas las damas solteras de Washington que cruzaban el umbral de su casa.
Considerado un magnifico partido -era viudo, con una hija y tres nietos que vivian en Hong Kong-, Sandecker recibia multitud de invitaciones a cenas y fiestas. Ya fuera afortunada o desafortunadamente, segun se mirara, no dejaban de presentarle mujeres solteras que buscaban marido o una relacion. Para colmo, el almirante era un galan capaz de liarse con cinco damas a la vez, una de las razones por las que era un fanatico del
Su acompanante de esa noche, la congresista Bertha Garcia, que habia sucedido en el cargo a su difunto esposo, Marcus, estaba sentada en la terraza y disfrutaba de una copa de excelente oporto mientras contemplaba el magnifico espectaculo de la ciudad iluminada. Elegantemente ataviada con un corto vestido negro de coctel, despues de asistir a una fiesta con el almirante, miraba con expresion divertida el furibundo paso de Sandecker.
– ?Por que no te sientas, Jim, antes de que dejes un surco en la alfombra?
Sandecker se detuvo. Se acerco a ella y apoyo afectuosamente una mano en su mejilla.
– Perdona que no te haga mucho caso, pero estoy pendiente de saber algo de dos de mis hombres, que estan en Nicaragua. -Se sento pesadamente junto a la congresista-. ?Que pensarias si te dijera que la costa oriental de nuestro pais y toda Europa pueden sufrir unos inviernos propios de la era glacial?
– Siempre se puede sobrevivir a un invierno duro.
– Estoy hablando de siglos.
Bertha dejo la copa en la mesa de centro.
– No es posible con el efecto invernadero.
– Con el efecto invernadero y lo que tu quieras.
Sono el telefono y Sandecker fue a atender la llamada a su despacho.
– ?Si?
– Soy Rudi, almirante -dijo Gunn-. Seguimos sin tener noticias.
– ?Han conseguido entrar?
– No sabemos nada desde que salieron de Granada en una moto de agua.
– Esto no me gusta -murmuro Sandecker-. A estas horas deberiamos saber algo de ellos.
– Tendriamos que dejar estos trabajos a las agencias de inteligencia -afirmo Gunn.
– Estoy de acuerdo, pero no hay quien detenga a Dirk y Al cuando se les mete algo entre ceja y ceja.
– Lo conseguiran -manifesto Gunn animosamente-. Siempre lo hacen.
– Si -admitio Sandecker-, aunque llegara el dia en que se les acabara la suerte.
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