Despues de recoger a Giordino, que se sento junto a Pitt, no tardo en quedar claro que el conductor no seguia el trayecto habitual hacia la Casa Blanca. Giordino se inclino sobre el respaldo del asiento delantero.
– Perdona, tio, pero ?no nos estas llevando por el camino mas largo?
El conductor no aparto la mirada de la calle ni le respondio.
Al se volvio hacia Pitt con una expresion muy circunspecta.
– Este tipo es un charlatan de cuidado.
– Preguntale donde nos lleva.
– ?Que respondes, tio? -Giordino hablo con la boca muy cerca de la oreja del agente-. Si no vamos a la Casa Blanca, ?cual es nuestro destino?
No obtuvo ninguna respuesta. El conductor no le hizo el menor caso y continuo conduciendo como un automata.
– ?Tu que opinas? -murmuro Giordino-. ?Que tal si le clavamos un piolet en la oreja en el proximo semaforo y nos hacemos con el coche?
– ?Como sabemos que el tipo es realmente un agente secreto?
El rostro del conductor permanecio impasible. Paso una mano por encima del hombro para mostrarles la credencial del servicio secreto. Giordino le echo una ojeada.
– Es un agente. No podria ser otra cosa llamandose Otis McGonigle.
– Me alegra que no vayamos a la Casa Blanca -dijo Pitt, y bostezo como si estuviese aburrido-. Esta lleno de autenticos plastas, que para colmo creen que el pais se hundiria sin ellos.
– Sobre todo los gorilas que protegen al presidente -apunto Giordino.
– ?Te refieres a esos cabezas cuadradas que lo rodean con auriculares en las orejas y unas gafas de sol que pasaron de moda hace treinta anos?
– Los mismos.
El conductor siguio en silencio, sin mostrar ni siquiera un gesto de irritacion.
Pitt y Giordino desistieron de su intento de arrancarle palabra y permanecieron callados el resto del trayecto. McGonigle detuvo el coche delante de una pesada verja de hierro. El guardia con el uniforme de la policia de la Casa Blanca reconocio al conductor, entro en la garita y apreto un boton. Se abrio la verja y el coche bajo por una rampa hasta un tunel. Pitt conocia la red de tuneles debajo de las calles de Washington, que unian los edificios gubernamentales alrededor del Capitolio. El ex presidente Clinton los habia utilizado con frecuencia para irse de juerga a sus locales favoritos.
Tras recorrer unos dos kilometros, McGonigle detuvo el Lincoln delante de un ascensor, salio del coche y abrio la puerta trasera.
– Muy bien, caballeros, hemos llegado.
– ?Habla! -exclamo Giordino. Miro en derredor-. Pero ?como? No veo al ventrilocuo.
– Tios, hay algo que tengo claro y es que nunca os contrataran para el Club de la Comedia -murmuro McGonigle, sin entrar en el juego. Se hizo a un lado cuando se abrio la puerta-. Esperare impaciente vuestro regreso.
– No se por que, pero me caes bien.
Giordino le dio una palmadita en la espalda y entro en el ascensor. La puerta se cerro antes de que pudiera ver la reaccion del agente.
El ascensor no subio, sino que descendio unos cuatrocientos metros antes de disminuir la velocidad hasta detenerse. Se abrio la puerta y se encontraron con un infante de marina armado y vestido con uniforme de gala junto a una puerta de acero. Comprobo cuidadosamente las credenciales de Pitt y Giordino. Satisfecho, marco un codigo en el teclado que habia en el marco y se aparto mientras se abria la puerta. Sin decir palabra, los invito a pasar con un gesto.
Entraron en una gran sala donde habia equipos de comunicacion mas que suficientes para mantener una guerra. Los monitores de television y las pantallas con mapas y fotografias cubrian tres de las paredes. Sandecker se levanto de su silla para saludarlos.
– Esta vez habeis abierto la caja de Pandora.
– Espero que los resultados de nuestra investigacion sean utiles -comento Pitt discretamente.
– No seas modesto. -El almirante se volvio cuando se acerco un hombre alto, de cabellos canosos, vestido con un traje negro a rayas y una corbata roja-. Creo que ya conoces al consejero de seguridad del presidente, Max Seymour.
Pitt estrecho la mano del consejero.
– Hemos coincidido en algunas de las barbacoas de mi padre, los sabados.
– El senador Pitt y yo somos viejos amigos -dijo Seymour, amablemente-. ?Como esta su encantadora madre?
– Muy bien, excepto por la artritis -respondio Pitt.
Sandecker se encargo de presentarle a los otros tres hombres que estaban de pie en un extremo de la mesa: Jack Martin, asesor cientifico de la Casa Blanca; Jim Heckt, subdirector de la CIA; y el general Arnold Stack, cuyo trabajo en el Pentagono era algo indefinido. Todos se sentaron mientras Sandecker le pedia a Pitt que informara de todo lo que el y Giordino habian encontrado en los tuneles y en el complejo de Odyssey en la isla Ometepe.
Pitt espero a que una secretaria avisara que el magnetofono estaba en marcha, y luego comenzo su relato. A menudo consultaba con Giordino para no saltarse alguna cosa. Describieron los acontecimientos y escenas que habian presenciado y sus conclusiones. Nadie los interrumpio con preguntas, hasta que acabaron el informe con el relato de como habian escapado de la isla con los Lowenhardt y la asesina de Odyssey.
Los hombres del presidente tardaron unos segundos en comprender la enormidad del desastre en ciernes. Max Seymour miro a Jim Heckt, de la CIA, con una expresion glacial.
– Por lo que se ve, Jim, esta vez tu gente no se olio la tostada.
Heckt se encogio de hombros, incomodo por el reproche.
– No recibimos ninguna orden de la Casa Blanca para que investigaramos. No habia ninguna razon para enviar a nuestros agentes, porque las fotos de satelite no mostraban que se estuviera construyendo algo que pudiera poner en peligro la seguridad de los Estados Unidos.
– ?Que me dice del complejo en Ometepe?
– Lo comprobamos -respondio Heckt, cada vez mas molesto por las preguntas de Seymour-. No habia motivos para creer que se dedicaran a alguna otra cosa que no fuera la investigacion de energias alternativas. Nuestros analistas no encontraron ningun indicio de que Odyssey estuviera investigando y desarrollando armas de destruccion masiva. Por lo tanto, continuamos ocupados con nuestro objetivo principal de vigilar la penetracion de la Republica Popular China en Centroamerica y, en particular, en la zona del Canal.
– A mi me preocupa que nuestros mejores esfuerzos cientificos esten todavia muy lejos de producir una celda de combustible que funcione -dijo Jack Martin-. No solo se trata de que Odyssey ha conseguido un extraordinario avance tecnologico, sino que los chinos comunistas ya estan fabricando millones de unidades.
– No siempre podemos liderar al mundo en todo lo que se hace -manifesto el general Stack. Miro a Pitt y Giordino-. Por lo que nos han dicho, Odyssey capto a varios de los principales cientificos del mundo en el tema, se los llevo a sus instalaciones en Nicaragua y una vez alli los obligo a desarrollar un producto que funciona.
– Asi es -asintio Pitt.
– Si quiere, puedo darle el nombre de por lo menos cuatro de nuestros cientificos que dejaron sus puestos en los laboratorios donde trabajaban y desaparecieron discretamente -dijo Martin.
El subdirector de la CIA se dirigio a Pitt.
– ?Esta seguro de que los Lowenhardt colaboraran y pondran a nuestra disposicion toda la informacion tecnica que necesitamos para reproducir las celdas de combustible a base de nitrogeno?
– Manifestaron su mas sincera voluntad de cooperar despues de que les prometi que sus hijos y nietos vendrian a reunirse con ellos y que nuestro gobierno los protegeria.
– Bien hecho -aprobo Sandecker, complacido-, aunque no tenias autoridad para ofrecerles proteccion.
– Me parecio algo honorable por nuestra parte -replico Pitt, con una sonrisa astuta.
– En cuanto se recuperen de sus sufrimientos y esten descansados -senalo Jack Martin mientras escribia en la libreta que tenia delante-, comenzaremos a interrogarlos. -Miro a Pitt por encima de la mesa-. ?Que le dijeron sobre el funcionamiento de la celda?