pero juntos tejieron un vinculo que el jamas habia sonado encontrar.

Incluso ahora, diez anos mas tarde, se daba cuenta de que nunca habia cortado lo que los unia. Todavia se sentia atraido por Miranda. ?Por que la habia recomendado a la Academia, de entrada? Si le hubiera aconsejado que esperara, que se diera un tiempo para definir sus opciones profesionales, que pensara en lo que queria de verdad, todo lo que vino despues se podria haber evitado.

Y quiza todavia estarian juntos.

Habia creido durante mucho tiempo que ella volveria a el. Su amor, pensaba, era indestructible.

Se equivocaba. Ella nunca lo busco, ni quiso escuchar sus motivos y, en cambio, habia acudido a Nick.

Quinn decidio no pensar en sus frustraciones. No tenia sentido pensar en lo «que-habria-pasado-si…» Habia tomado la decision mas dificil de su vida, hacia diez anos y ahora tenia que vivir con las consecuencias.

Dejo que Miranda abriera la marcha. Aunque le costara reconocerlo, se sentia un poco incomodo con el hecho de no ver el cielo. Estaban rodeados por sombras y resultaba dificil saber en que direccion iban. El estaba casi seguro de que avanzaban en direccion noreste. Pero ese «casi» podia hacer que se perdieran.

Tenia que confiar en que Miranda sabria como sacarlo de aquel laberinto.

Pasaron cuarenta minutos, y Quinn estaba a punto de volver sobre sus pasos cuando, de pronto, llegaron a un claro inundado por la luz del sol, lo cual era alentador.

Hasta donde llegaba la vista, crecian los pinos ponderosa, de diez a quince metros de altura, a intervalos regulares. La excitacion de Miranda era palpable.

– Sigueme -dijo, con gesto de impaciencia-. Encontremos el lugar donde desemboca el sendero y regresemos.

Siguieron por los bordes del claro y encontraron el sendero a unos cincuenta metros.

Quinn se inclino para examinar unas huellas profundas en la tierra. La marca alargada en el suelo indicaba que Rebecca se habia caido de rodillas. Un pequeno arbol habia quedado doblado. ?Habria conseguido incorporarse?

Ahora Quinn sabia que el asesino habia pasado por ahi. El bosque era demasiado espeso para seguir a su victima, a menos que hubiera seguido por el mismo sendero que ella. Tomo fotos de las pruebas y luego alzo la mirada.

Miranda habia desaparecido.

Capitulo 7

A Quinn se le erizaron los pelos de la nuca. ?Donde estaba Miranda?

La llamo. Se incorporo y la busco con la mirada, mientras desenfundaba su Sig Sauer, preparado para lo que pudiera ocurrir.

?Habria vuelto el asesino? ?A observar la marcha de la investigacion? Sintio que el corazon se le aceleraba. Si ese cabron llegaba a tocarla… Hizo un esfuerzo por calmar sus emociones y se concentro en buscar a Miranda. Estaba preparado para llamar pidiendo refuerzos.

– ?Miranda! -volvio a llamar, mas fuerte. Era una orden para que respondiera.

– Aqui. -La voz sonaba lejos. La vio de pronto, a unos noventa metros mas abajo, en medio del claro.

Suspiro, aliviado. Tenerla controlada parecia una tarea imposible. Esperaba que Nick supiera lo que hacia al contar con ella.

Miranda espero a que llegara.

– No te vayas sola por ahi -dijo el, seco.

Ella no le hizo caso y senalo:

– Mira esto.

Quinn miro al suelo. Medio oculto en el lodo asomaba un casquillo de bala dorado.

Quinn tomo una foto del casquillo, se inclino y, con la mano enguantada, lo metio en una bolsa de plastico.

Era un hallazgo increible. Solo habia dos casquillos recuperados que se podian identificar positivamente como del Carnicero, el los recogia despues de disparar o los equipos de busqueda no conseguian verlos en medio del bosque. Los casquillos no tenian huellas dactilares, por lo que era probable que cargara el rifle con los guantes puestos, si bien siempre existia la esperanza de que el asesino cometiera un error.

Era un rifle de calibre 270. Por desgracia, era un arma muy comun utilizada para cazar todo tipo de animales, de modo que solo les serviria si tenian un sospechoso y contaban con una autorizacion para inspeccionar sus armas. Un experto en balistica podia determinar, a partir de los casquillos y las balas, si se habia utilizado un arma en concreto. Encontrar esa arma era como la proverbial aguja en el pajar. Se podia decir que en los territorios de Montana casi todos los varones mayores de catorce anos eran duenos de un arma como esa.

Las pruebas que recogieran no les servirian de nada hasta que dieran con un sospechoso, pero algo era mejor que nada.

– Casi consiguio salvarse -dijo Miranda, con voz temblorosa.

Quinn esperaba ver lagrimas o dolor en los ojos de Miranda, pero lo que vio, en cambio, fue rabia. Una rabia viva, palpable, sus ojos azul oscuro mirando mas alla de el hacia donde Rebecca habia muerto.

El se incorporo lentamente y miro hacia la estrecha abertura en el sendero donde habia tropezado Rebecca.

– Le disparo desde aqui -dijo Quinn, aunque no fuera necesario.

– Porque ella iba a desaparecer en la maleza -dijo Miranda, asintiendo-. Sabia que el camino esta a solo unos kilometros. Disparo, aunque no fuera lo ideal.

Miranda paseo lentamente la mirada alrededor, observando atentamente la escena.

Al final lo miro con una expresion rara, una combinacion de alivio y miedo. Trago saliva, y la mirada desaparecio. Todo volvia a estar bajo control.

– Tienes razon -dijo, con voz cortante.

Quinn llamo a Nick para informarle de lo que habian descubierto-

– Son casi las cinco, Quinn -dijo Nick por el walkie-talkie-. Para cuando llegue un equipo a ese lugar estara oscuro. No podemos llevar luces lo bastante potentes hasta alla arriba. Marcalo. Volveremos a primera hora de la manana.

– ?Maldita sea! -exclamo Miranda, tirandose de la coleta para expresar su frustracion.

– Tiene razon -dijo Quinn.

– Lo se -reconocio ella, y se apoyo en un arbol. Suspiro y su voz se hizo mas pausada.

– Eso no quita que el retraso sea igual de frustrante.

Tenian varias balas, todas extraidas de las victimas del Carnicero. Quinn no esperaba que en este caso las balas perdidas revelaran gran cosa, excepto que habia una relacion entre el asesinato de Rebecca y los demas.

– Disponemos de una hora antes de tener que volver -dijo Quinn-. Echemos una mirada por los alrededores.

En un silencio roto solo por el graznido de las aves y las carrerillas de pequenos animales, o por la de un ciervo asustado al ser sorprendido pastando, siguieron la huella del asesino. El claro se extendia a lo largo de varios kilometros, y eran casi las cinco y media cuando Quinn dijo:

– Tenemos que volver.

– Diez minutos mas -dijo Miranda, sin parar, y sin dejar de barrer el suelo con la mirada.

– Miranda, manana.

– Pero…

– No -dijo Quinn. Iba a cogerla por el brazo, pero se detuvo, recordando el temor en su mirada cuando antes la habia sorprendido, un temor que disimulo rapidamente.

Era evidente que Miranda no queria nada con el. Ni servia de nada intentar reavivar el fuego de antano.

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