Miranda respiro hondo y reunio todo el valor posible a medida que se internaban en el bosque. La vegetacion se volvio mas espesa cuando abandonaron el claro inundado de luz, y el aire, frio y humedo. El frio le mantenia alto el nivel de adrenalina mientras barria el monte silenciosamente con la mirada en busca de cualquier indicio de movimiento.
En busca del Carnicero.
A medida que se internaban en la espesura, los animales que se escabullian, el graznido de las aves y las botas que aplastaban el suelo cubierto de hojas eran los unicos ruidos. El aire estaba fresco y limpio despues de la lluvia, la tierra renovada. Sin embargo, al mismo tiempo, a Miranda le llego el olor penetrante y desagradable de la podredumbre. Le recordo su propia caida, cuando estaba sucia y tenia frio y le dolia todo.
Quinn se detuvo para mirar el sendero. La ladera del monte era mas suave, muy distinta del terreno rocoso de mas arriba por donde habia escapado Miranda. A Rebecca la habian tenido mas cerca de la civilizacion, a solo unos diez kilometros a vuelo de pajaro.
Miranda cerro los ojos y respiro hondo para serenarse. Cuando volvio a abrirlos al cabo de un minuto, todo parecia mas vivo y brillante. El verde era mas verde, el marron mas marron. Unos potentes rayos cortaban la sombra entre los arboles e inundaban el suelo con manchas de luz. A Miranda le fascinaban los dias como ese, despues de la lluvia de primavera que dejaba el aire limpio, cuando todo quedaba fresco y nuevo y la culpa que ella sentia por estar viva se desvanecia.
De pronto, un destello llamo su atencion.
Un leve reflejo en un techo de zinc medio oxidado. Se quedo mirando, tan concentrada en su descubrimiento que los ruidos del bosque pasaron a un segundo plano. No oia mas que los latidos de su corazon. La madera combada y vieja que sostenia el fragil techo no habria podido aguantar la reciente tormenta, pero las apariencias enganan. Aquella cabana habia soportado los duros inviernos de Montana, golpeada por la lluvia y sepultada a medias por la nieve.
– Miranda.
– Alla -dijo ella, saliendo de su ensimismamiento.
El miro con expresion inescrutable. Saco el walkie-talkie y apreto la tecla para hablar.
– Sheriff, hemos encontrado una choza. A unos… -dijo, y miro hacia lo alto del monte empinado-, seiscientos metros del borde del claro. Hay una bandera naranja que marca el punto donde nos hemos apartado del campo.
Sono la estatica.
– Entendido. -La voz de Nick, distorsionada por la comunicacion, rompio el silencio-. Enviare un equipo.
– Entendido. Cambio y fuera. – Quinn se metio el aparato en el bolsillo y se volvio hacia Miranda.
Ella alzo el menton, sabiendo que podia enfrentarse a lo que fuera.
– Vamos.
Miranda siguio a Quinn, lo bastante cerca como para no pasar nada por alto. Los dos se pusieron los guantes de latex para preservar lo que probablemente seria la escena del crimen.
Donde Rebecca habia sido violada y torturada.
Miranda cerro brevemente los ojos y luego pestaneo, sorprendida. Tenia lagrimas en los ojos.
Quinn le hizo una sena para que se apartara mientras el inspeccionaba el perimetro de la barraca. Ella obedecio sin rechistar.
Aquella barraca destartalada probablemente llevaba decadas ahi. La madera estaba desgastada, casi negra. De hecho, deberia estar convertida en un monton de troncos, pudriendose bajo capas de hojas en descomposicion y cubierta de musgo. Pero aunque no parecia muy solida, estaba bien construida. Una vieja barraca abandonada, como tantas otras.
Hasta que la encontro el Carnicero.
Con una mano, Miranda saco el mapa topografico y localizo su posicion aproximada asi como el camino que habia seguido Rebecca.
Sintio que se le revolvian las tripas al imaginar a la pobre chica huyendo por el bosque. No porque su huida acabara en una ejecucion, sino porque si Rebecca hubiera escapado unos seis kilometros en la direccion opuesta habria llegado a un camino de tierra que conducia a una pequena represa. Quizas habria muerto de todas maneras, pero al llegar al camino habria tenido mas posibilidades.
La voz venia de la nada, y Miranda apreto la culata de su arma mientras miraba a su alrededor, luchando contra el panico con el cuerpo inundado de adrenalina.
Nadie. No habia nadie. Su maldita voz, ronca, sadica, la perseguia. Maldito fuera.
Rebecca no habia tenido la posibilidad de escoger por donde huir, como le sucedio a Sharon y a ella. Ellas corrian para alejarse en direccion contraria a su secuestrador. Si el estuviera alli, justo al otro lado de esa puerta estrecha, apuntandole al corazon con un rifle, Rebecca habria corrido cerro arriba.
– ?Miranda?
La voz de Quinn era suave pero firme, y ella volvio a recordar que el habia sido su apoyo mas firme durante los peores dias despues del ataque. Recordo al joven y prometedor agente del FBI de quien se habia enamorado, un hombre entusiasmado con la vida y con su trabajo, combatiendo a los malos. Y durante todo ese tiempo, el le ayudo a recuperar el equilibrio, le dio la fuerza que tanto necesitaba.
Miranda se obligo a mirar con rostro inexpresivo (tenia mucha experiencia fingiendo un interes neutro), y se giro hacia el.
Quinn habia madurado. Tenia casi cuarenta anos. Ya no se movia de un lado a otro compulsivamente, como si se hubiera obligado a controlar esa mala costumbre, la unica que reconocia como tal.
Se mantenia alto y erguido, todavia seguro de si mismo, inteligente, pero mas sabio. Mas curtido.
Ya no era el hombre del que se habia enamorado. Ella tampoco era la mujer que el habia dicho amar. El habia madurado hasta convertirse en el hombre que ella habia imaginado.
Sin embargo, seguia siendo el hombre que la habia traicionado.
– Estoy lista -aviso, con voz suave.
El abrio la boca para hablar, pero no dijo nada. En cambio, asintio con la cabeza y se acerco a la barraca. Aliviada, ella reprimio un suspiro y lo siguio.
Unas rascadas recientes en la madera indicaban que hasta hacia poco la puerta se cerraba con un candado. Quinn tenia su arma lista. Ella tambien.
Jamas volverian a sorprenderla con la guardia baja.
Quinn empujo la puerta y esta se abrio. Sin llave. La empujo hacia adentro con cuidado, lentamente, mientras se echaba a un lado por si el asesino estuviera dentro.
Estaba vacia. Miranda sintio un alivio relativo. Tenia unas ganas desesperadas de atrapar a ese tipo, pero temia encontrarse cara a cara con el. ?Era alguien que conocia? ?Alguien con quien habia ido al colegio? ?Un cliente habitual de la hosteria? ?Un habitante local? ?Un extrano?
?Seria capaz de reconocerlo? ?Era alguien a quien veia todos los dias?
Aquella idea no paraba de rondarle la cabeza. Quizas el Carnicero fuera alguien que ella veia como un amigo.
– ?Miranda?
– ?Que? -dijo, sobresaltandose. Enseguida se arrepintio de su tono de voz. No tenia por que comunicarle su agitacion a Quinn. Esos demonios que ella combatia eran estrictamente personales.
El iba a decir algo, pero callo. Empezo a examinar minuciosamente el interior.
En la barraca, de una sola habitacion de dos metros y medio por cuatro, solo habia un colchon manchado y mugriento en medio del suelo de madera ennegrecida. Sangre seca mezclada con tierra. El techo era de madera y zinc, inclinado para impedir que lo destruyera la nieve. La ropa de Rebecca estaba en un rincon. Los vaqueros, el jersey amarillo y el anorak azul con que la habian visto por ultima vez.
No estaban ni el sosten ni las bragas.
Miranda se fijo en el olor. Era el olor del miedo pegado a las paredes, como si el terror de Rebecca hubiera quedado impreso para siempre en la madera oscura y musgosa.
No, el miedo no olia. Era el sudor seco, el olor vago y metalico de la sangre, lo que empapaba su olfato al