habrian pasado inadvertidos y sus acusaciones habrian carecido de toda relevancia, pero, aislados y portadores de un furor poco menos que adolescente, sus consecuencias fueron nefastas para los planes del novelista. La senorita Bonington, quiza tan afectada despues de la muerte de Meffre precisamente por no haber tratado de evitarla cuando ello habia estado en su mano, reprendio en primer lugar a Hugh Everett Bayham por su participacion en lo que ella consideraba un verdadero asesinato. El pianista, en vez de defender -como hasta entonces habia hecho- los planteamientos generales del duelo, se limito a justificar su presencia en cubierta a las seis de la manana alegando en su descargo que un caballero nunca podia negarse a apadrinar a un amigo en tales circunstancias, sobre todo cuando este se lo habia pedido directamente. Interesante seria saber -y me temo que Victor Arledge llego a averiguarlo- cuales eran con exactitud los terminos de la relacion entre Bayham y la senorita Bonington, pero por lo que yo he logrado desentranar hasta el momento imagino que respondia a esa clase de situaciones, sumamente penosas de contemplar y que por lo general llevan a la despersonalizacion de una de las dos partes, que tanto se dan entre las jovenes parejas proximas a contraer matrimonio: el mas absoluto servilismo (o buen conformar) por un lado -el del enamorado verdadero; en este caso, sin duda alguna, el de Hugh Everett Bayham- y el capricho inconsecuente y doblemente pernicioso por el hecho de saberse de antemano complacido por otro -el del que simplemente se deja querer: en la mayoria de los casos, en contra de lo que podria suponerse, el menos inteligente-. O al menos este esquema -sencillo y un tanto rudo, he de reconocerlo- corresponderia perfectamente con los motivos que -caso de preguntarnoslos- debieron de impulsar a Hugh Everett Bayham a tomar la decision, al dia siguiente de la muerte de Leonide Meffre, de no volver a poner los pies sobre la popa del velero, y de -tal vez no como producto de una reflexion pero si de un razonamiento intuitivo- retirar el saludo a Victor Arledge. Como digo, la resolucion del pianista fue apresurada en exceso y es muy probable que ni siquiera la palabra razonamiento sea aplicable al caso; tal vez se trato de instinto y de una torpe asociacion de ideas, lease unir el descontento de su amada con la figura del novelista ingles, que muy remotamente lo habia provocado, pero que, para su infortunio, desde luego sufrio las consecuencias.

Hay un momento en los intereses de personas, cuando el recorrido para la consecucion de aquellos es arduo y dificil, o cuando son duraderos y por tanto su progresion o disminucion es gradual, en que a la persona en cuestion se le plantea una alternativa trascendental. Victor Arledge, tal vez, creyo que lo que se le presento al abandonar Alejandria era esa alternativa y en aquel momento tomo una decision que mas tarde pospondria en favor de la opcion contraria, animado por lo que el -frivolamente- considero un avance de tal magnitud en sus relaciones con Hugh Everett Bayham que poco importaba dar un vuelco a sus prevenciones. Pero ello, evidentemente, indicaba que sus intereses aun no habian tenido tiempo suficiente para hacerse acreedores de la necesidad de escoger la alternativa mencionada, y por ello -por haber ya gozado en una ocasion del privilegio de decidir, por haber atravesado ya esa experiencia-, cuando la verdadera necesidad aparecio podria decirse que le pillo desprevenido, y se sintio confuso, aturdido y dubitativo. Victor Arledge, para entonces, se habia visto obligado ya en dos ocasiones a vencer prejuicios, a desoir reparos y a actuar segun los dictados de su imaginacion, haciendo caso omiso de las reglas y principios que habian hecho de el un hombre lucido y conservador; y a cada una de estas ocasiones o decisiones habia seguido la absoluta certeza de que, una vez ejecutados sus planes, conseguiria llevar a cabo sus propositos finales. Pero sus propositos, que habian empezado por consistir en descubrir que le habia sucedido con exactitud a Hugh Everett Bayham en Escocia, asi como las causas de su secuestro, con el transcurrir del tiempo habian cambiado: sus propositos -lo que deseaba hacer y no lograba, lo que constituia su interes duradero de arduo y dificil recorrido- entonces, concretamente antes y despues de la muerte violenta de Leonide Meffre, eran otros; sus propositos consistian en lograr hablar, en conseguir mantener una larga conversacion con Hugh Everett Bayham. Y las obsesiones, obcecaciones y ofuscaciones a las que antes hice referencia tenian como punto de partida esa demanda insatisfecha y no, en consecuencia, sus iniciales deseos provocados por la curiosidad. Por todo ello la postura que senorita Bonington adopto despues de los ultimos sucesos, asi como las derivaciones de su enconado reproche, representaron para Arledge un duro golpe cuyo impacto ni siquiera trato de atenuar mediante infundados optimismos que aconsejan no darse nunca por vencido. Ante aquel nuevo reves tuvo que reaccionar con paciencia, y fue entonces cuando verdaderamente hubo de tomar una decision ante el dilema que se le presentaba: la suerte no le favorecia y a pesar de sus muchas y habiles estratagemas no lograba alcanzar sus propositos. Volvio a la realidad y por unos instantes diviso la costa y vislumbro el rumbo que llevaba el Tallahassee. Acodado sobre la barandilla, al anochecer, observando las costas de Argelia, llego incluso a preguntarse si todos aquellos esfuerzos valian la pena. Por su mente desfilaron imagenes de hechos y lugares que habia olvidado hacia tiempo: su piso de la roe Buffault, el teatro Antoine, Mme D'Almeida, la visita de Kerrigan, la carta de Handl, el apartamento de su hermana, la reciente muerte de su amigo Francis Linnell, el trayecto en tren que tuvo que hacer para despedirse de sus padres, el coronel McLiam, el puerto de Marsella y algunos versos de Jones Very. Encendio un cigarrillo y, sin darse cuenta, dejo que la cerilla se consumiese entre sus dedos. La tiro al agua y se froto la mano contra su elegante chaqueta beige. Con un gesto de fatiga aspiro la brisa de la noche recien llegada y, apoyandose en el bastoncillo con empunadura de oro y marfil que en algunas ocasiones llevaba -las mas de las veces a manera de adorno-, se encamino hacia la asfixia de su camarote.

LIBRO QUINTO

Las andanzas del capitan Kerrigan no pueden ser resumidas en una sola conversacion y por ello lamento no tener la capacidad de concision que tienen algunos de mis colegas, pero tratare de ajustarme en lo posible a lo que el me conto y procurare no olvidar -es decir, omitir-, entre tanta acumulacion de hechos y tanto pintoresquismo, lo fundamental de su historia y al mismo tiempo ser tan riguroso en los detalles como el tiempo de que disponemos me permita. Como usted quiza ya sepa, Kerrigan ha pasado la mayor parte de su vida yendo de un sitio a otro; puede decirse sin temor a faltar a la verdad que hasta que hace cinco anos -en septiembre del 99- se instalo comodamente en Paris, no habia permanecido en el mismo lugar mas de dos o tres meses si exceptuamos, precisamente, la temporada durante la cual transcurrio lo que le voy a relatar. Esto, por supuesto, desde que en 1863, cuando contaba catorce anos, abandono su hogar de Raleigh. Pero espere, creo que no lo estoy contando bien: me temo que estos preambulos -un tanto incoherentes, ademas, por no ser intencionados- no hacen sino demorar lo esencial de esta narracion y aburrirle, cosa que en ningun caso deberia suceder. No dire que el relato haya por fuerza de agradarle o divertirle. No es agradable ni divertido, pero, al menos en principio y en teoria, nunca deberia aburrirle. Tal vez se haya usted ya fijado en la fecha que he mencionado, la fecha en que Kerrigan salio de su casa para no volver mas: 1863. En efecto, lo hizo para incorporarse a filas a pesar de su extrema juventud y, segun me dejo entrever en su abrumadora charla, combatio sin descanso hasta el final de la guerra. Cuando regreso a su casa la encontro en ruinas, quemada y saqueada, y aunque no hallo los cadaveres de sus padres y su hermana, no se dedico, como hacian muchos otros soldados de la epoca, a buscar su paradero, pues las posibilidades de encontrarlo eran en aquellos tiempos y en aquellas circunstancias, al parecer, nulas o en todo caso minimas. Las familias que habian escapado con vida de las matanzas de Sherman y Schofield se refugiaban en los lugares mas insospechados y a veces, si les era posible, emprendian largos viajes hacia el oeste sin mirar atras. Por otra parte, Kerrigan supo que su hermano mayor, Alastair, habia perecido de forma horrible en la segunda batalla de Bull Run. A partir de entonces -en realidad ya lo habia hecho antes, al dejar su casa para ir al frente- decidio que la unica manera de sobrevivir era no preocupandose mas que de si mismo y se propuso seguir solo su camino, cuya unica meta clara, desde entonces y a lo largo de toda su vida, fue la de hacerse inmensamente rico. Nunca he tenido que empunar un arma en un campo de batalla, pero me imagino que hacerlo lleva consigo mas de una determinacion, entre ellas, sin duda, la de dejar de lado todos los escrupulos que se puedan tener. Exactamente fue en eso en lo que Kerrigan se convirtio a la edad de dieciseis o diecisiete anos: en un hombre sin escrupulos. No es que con su forzada participacion en una guerra a tan temprana edad intentara justificar todos los delitos que ha cometido, pero si quiso darme a entender que, en su situacion de 1865 -despues de haber sido derrotado y con tan solo unos leves conocimientos de frances y cultura general-, no tenia mas opcion que la de hacerse un hombre duro e incluso cruel, sin miramientos de ninguna clase. La cantidad de fechorias y crimenes que Kerrigan ha cometido a lo largo de su azarosa existencia es incontable y no sere yo quien los divulgue, por dos razones esenciales: la primera es que, si bien no de una manera convencional, Kerrigan y yo hemos llegado a ser buenos amigos y no me pareceria elegante ni correcto relatar, aun con su consentimiento, los detalles de sus desmanes, de los que, por otro lado, esta completamente arrepentido en la

Вы читаете Travesia Del Horizonte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату